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Ficha técnica

Título: Umami. (Mapa de las lenguas) | Autor: Laia Jufresa  | Editorial: Random House | Colección: Literatura Random House |  Páginas: 240 | Formato: 13,7 x 23 | Encuadernación: Tapa blanda con solapa  | ISBN: 9788439730491 | Precio: 16,90 euros

Umami

LITERATURA RANDOM HOUSE

Ana quiere plantar una milpa en su traspatio, en pleno Distrito Federal. Pero en la tierra hay altos contenidos de plomo y la casa donde vive está plagada de ausencias. Su hermana murió, sus papás están de luto y sus hermanos de campamento; su única amiga se fue a buscar a quien la abandonó cuatro años atrás. Menos mal que queda Alfonso.

Alfonso es un antropólogo especializado en alimentación prehispánica. Es viudo y dueño de la pequeña urbanización Campanario. Él mismo la diseñó a partir de un esquema de la lengua humana y dio a las casas el nombre de cada uno de los cinco sabores que percibimos: Dulce, Salado, Amargo, Ácido y Umami.

En duelo, los habitantes de la comunidad desearían echar el tiempo atrás. Tejida al revés, esta novela se lo permite. Mientras Ana remueve la tierra y clava las semillas, sus vecinos hurgan en el pasado. Pero el traspatio de la memoria está minado con preguntas: ¿quién fue mi mujer? ¿Por qué se fue mi mamá? Y, ¿cómo es posible que se ahogara una niña que sabía nadar?

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Una milpa, les dije. Me paré en la silla del comedor y les dije: Maíz, frijol y calabaza junto a la mesa de picnic. Hice un gran círculo con las manos, triunfal, proclamé: Como nuestros antepasados. Los tres miramos a través de la puerta corrediza, hacia el patio donde está la mesa de picnic. Antaño, la mesa se doblaba y podía transportarse. Las dos bancas de los lados se le metían debajo, como patas retráctiles de tortuga, y el todo se convertía en un maletín de aluminio. Pero ya no. Ya no se dobla y ya no la llevamos a los parques. Alrededor de la mesa sólo hay cemento gris, gris de sucio, y una fila de jardineras llena de tierra seca, restos de arbustos, cubetas rotas. Es un patio urbano, incoloro. Si ves algo verde es musgo lo que ves. Si rojo, será algo oxidado.

     Y hierbas de olor, les dije: perejil, cilantro, tomatillo, chile para la salsa verde que hace papá cuando hay visitas. Él compró la idea de inmediato: ¿Podría también plantar uno de esos jitomates deformes que comió en la gira por California?, preguntó. Pero mamá, la que según dice ama las plantas, no. Mamá se fue a su cuarto antes de que yo me bajara de la silla y sólo accedió tres días después al trato. Lo escribimos en una servilleta. Lo firmamos, ligeramente modificado para su confort americano: una milpa con pasto. Las milpas tienen historia en la privada Campanario, no soy la primera en intentarlo. Como sea, ahora es oficial: A cambio de convertir el patio en una milpa-jardín, Ana puede no ir al campamento y pasar el verano en casa. Mi propia casa, por cierto. ¿Eso no se llama pagar renta? Habrá quien lo llame así. Pero no ellos. No es que sean crueles, es sólo que aman los lagos. Mamá creció junto a uno. Le dan nostalgia las libélulas.

     En la mente de mamá: campamento de verano = infancia privilegiada. Pero aquí campamento es sólo un nombre en código para decir que mis hermanos y yo pasaremos dos meses con su madrastra, la abuela Emma, nadando entre las algas, dándoles de comer piedras a los patos. Mamá entiende la pasión por estas actividades como signo de una constitución sana, como tomar leche o despertarse temprano. Nos crio en una de las ciudades más grandes del mundo pero no quiere que seamos niños de ciudad, que es exactamente lo que somos. Ella misma lleva aquí veinte años y aún se anuda un pañuelo en la cabeza, como otros expatriados despliegan en la ventana la bandera del país que dejaron. Desarraigada, es algo que mamá dice de sí misma cuando hay visitas y bebe vino tinto y se le ponen negros la lengua y los dientes. De chiquita, me imaginaba finas raíces saliéndole de los pies, llenando de tierra sus sábanas.

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