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Ficha técnica

Título: Te vendo un perro | Autor: Juan Pablo Villalobos | Editorial: Anagrama | Colección:  Narrativas hispánicas | Páginas:  256 | ISBN: 978-84-339-9785-2 | Precio: 16,90 euros | Ebook: 11,99 euros

Te vendo un perro

Juan Pablo Villalobos

ANAGRAMA

En un ruinoso edificio de la ciudad de México, un grupo de ancianos pasa los días entre rencillas vecinales y tertulias literarias. Teo, el narrador y protagonista de esta historia, tiene setenta y ocho años y un apego enfermizo a la Teoría estética de Adorno, con la que resuelve todo tipo de problemas domésticos.

Taquero jubilado, pintor frustrado con pedigrí -hijo de otro pintor frustrado-, sus mayores preocupaciones son llevar la cuenta de las copas que toma al día para extender al máximo sus menguantes ahorros, escribir en un cuaderno algo que no es una novela y calcular las posibilidades que tiene de llevarse a la cama a Francesca -presidenta de la asamblea de vecinos- o a Juliette -verdulera revolucionaria-, con las que constituye un triángulo sexual de la tercera edad que «le habría erizado la barba al mismísimo Freud».

La vida rutinaria del edificio se rompe con la irrupción de la juventud, encarnada en Willem -mormón de Utah-, Mao -maoísta clandestino- y Dorotea -la dulce heroína cervantina, nieta de Juliette-, en un crescendo de absurdos que arriba a un clímax para mojarse los pantalones.  Concebida bajo el dictado de Adorno, que afirma que «el arte avanzado escribe la comedia de lo trágico», entrelazando fragmentos del pasado y del presente, esta novela recorre el arte y la política del México de los últimos ochenta años, marcados en la historia familiar por la sucesión de perros de la madre del protagonista, en un intento por reivindicar a los olvidados, los malditos, los marginales, los desaparecidos y los perros callejeros.

Con su tercera novela, el escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, tras la excelente acogida, tanto en lengua española como en sus muchas traducciones, de Fiesta en la madriguera y Si viviéramos en un lugar normal, se confirma como un narrador imprescindible, con una voz personal y un sentido del humor muy singulares.

[Comienzo del libro]

Por aquella época, cada mañana al salir de mi departamento, el 3-C, tropezaba en el pasillo con la vecina del 3-D, a la que se le había metido en la cabeza que yo estaba escribiendo una novela. La vecina se llamaba Francesca y yo, faltaba más, no estaba escribiendo una novela. El nombre había que pronunciarlo Franchesca, para que sonara más arrabalero. Después de saludarnos con un arqueo de cejas, nos parábamos a esperar delante de la puerta del elevador, que dividía el edificio en dos y subía y bajaba como la bragueta de un pantalón. Por comparaciones como ésta, Francesca iba diciéndole a todos los vecinos que yo me le andaba insinuando. Y también por llamarla Francesca, que no era su nombre de verdad, era el nombre con el que yo la había apodado en mi supuesta novela.

Había días en que el ascensor tardaba horas en llegar, como si ignorara que los usuarios éramos ancianos y pensara que nos quedaba todo el tiempo del mundo por delante y no por detrás. O como si lo supiera pero le importara un pepino. Cuando por fin se abrían las puertas, los dos entrábamos, empezábamos a bajar despacito y a Francesca se le subían los colores al rostro, por puro efecto metafórico. El aparato iba tan lentamente que parecía que lo movían unas manos pícaras que demoraran a propósito, para aumentar la calentura y postergar la consumación, el descenso de la bragueta. Las cucarachas, que infestaban el edificio, aprovechaban el viaje y bajaban a visitar a las colegas del zaguán. Yo empleaba el tiempo libre en el ascensor para apachurrarlas. Ahí era más fácil darles caza que en casa, en los pasillos o en el zaguán, aunque también más peligroso. Tenía que pisarlas de manera firme pero sin exagerar, si no corríamos el riesgo de que el elevador se desplomara.

Yo le pedía a Francesca que se quedara quieta. Una vez le había pisado un dedo y me había obligado a pagarle el taxi hasta el podólogo. En el zaguán la aguardaban sus achichincles de la tertulia literaria, pobrecitos: los obligaba a leer una novela atrás de otra. Se pasaban las horas en el zagúan, de lunes a domingo. Habían comprado en el tianguis unas lamparitas de pilas que se enganchaban a la portada del libro junto con una lupa. Hechas en China. Las cuidaban con un cariño tan indecente que parecía que fueran el invento más importante desde la pólvora o el maoísmo. Yo me escabullía entre las sillas, situadas formando una rueda, como en terapia de rehabilitación o secta satánica, y cuando alcanzaba la puerta y presentía la inminencia de la calle, con sus baches y su peste a fritanga, les gritaba como despedida:

-¡Cuando terminen me pasan el libro! ¡Tengo una mesa con la pata coja!

Y Francesca me respondía, sin variaciones:

¡Franchesca es nombre de puta italiana! ¡Viejo rabo verde!

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

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Juan Pablo Villalobos

Juan Pablo Villalobos (México, 1973) ha investigado temas tan dispares como la ergonomía de los retretes, los efectos secundarios de los fármacos contra la disfunción eréctil o la excentricidad en la literatura latinoamericana de la primera mitad del siglo XX. Anagrama ha publicado todas sus novelas, traducidas a más de una docena de idiomas. Fiesta en la madriguera: «Un ataque deliberado y salvaje a las convenciones de la literatura» (Adam Thirl-well); «Basta el laconismo de esta novela para enamorarse de ella» (Der Spiegel); «El efecto paródico acumulativo de esta novela es escalofriantemente poderoso» (Sunday Times); Si viviéramos en un lugar normal: «"Corta, brutal y divertida" es el triple mandamiento de la novela moderna tal y como la concebía nuestro héroe B. S. Johnson, y el libro de Villalobos cumple la máxima» (Kiko Amat); «La realidad más brutal se vuelve delirante» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia); «Bebe de las fuentes de Bohumil Hrabal, César Aira, Alfred Jarry y Jorge Ibargüengoitia; es decir, de las fuentes del humor delirante» (Patricio Pron); Te vendo un perro: «Un profundo sentido del humor, a veces grotesco, otras sutil, surrealista... siempre ingenioso» (Iñigo Urrutia, El Diario Vasco); «Una historia condenadamente buena. Tiene el ojo de un novelista para los detalles, el de un pintor para las imágenes y el de un poeta para los giros verbales» (Kirkus Reviews) y No voy a pedirle a nadie que me crea, esta última galardonada con el Premio Herralde de Novela en 2016.Foto © Ana Schulz

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