Skip to main content

Ficha técnica

Título: Susan Sontag: la entrevista completa de Rolling Stone | Autor: Jonathan Cott | Traducción: Alan Pauls | Editorial: UDP | Páginas: 142 |ISBN: 978-956-314-288-4 | Precio de referencia: 26 us$ (dólares)

Susan Sontag: la entrevista completa de Rolling Stone

UDP

Ensayista, directora de cine, novelista y activista de numerosas causas políticas, Susan Sontag encarnó durante cuatro décadas la esencia del intelectual público: aquella figura capaz de escribir sobre diversas áreas del saber -estética, filosofía, literatura, psicoanálisis- con el objetivo de ampliar las fronteras de la mirada, sin miedo al escrutinio del poder ni al cuestionamiento de los valores establecidos.

Jonathan Cott, por su parte, conoció a la autora de Contra la interpretación en los agitados años 60, mientras era estudiante del Columbia College. A fines de los 70, cuando ya era editor para Europa de la revista Rolling Stone, entrevistó a Sontag en dos extensas jornadas, primero en París y luego en Nueva York. Este libro reúne por primera vez la conversación completa. Su punto de partida es el célebre ensayo Sobre la fotografía, los cuentos de Yo, etcétera y el volumen La enfermedad y sus metáforas. Lo impresionante, sin embargo, es el punto de llegada: al igual que en sus elogiados ensayos, el diálogo con Susan Sontag fluye de un tema a otro, en un sinuoso discurrir de ideas, para terminar abarcándolo todo: la lectura, el rock, los celos, la guerra, el arte, la sexualidad, la muerte.

El resultado es un texto que plasma la curiosidad que siempre distinguió a la autora, así como su rechazo al conformismo y la voluntad de revisar sus juicios permanentemente. En suma, estás páginas se leen como la autobiografía intelectual de una de las críticas más gravitantes del siglo XX, alguien para quien amar, desear y pensar eran actividades entre las que no existía separación alguna.

PRÓLOGO

JONATHAN COTT

«La única metáfora concebible para la vida de la mente», escribió la cientista política Hannah Arendt, «es la sensación de estar vivo. Sin aliento vital, el cuerpo humano es un cadáver; sin pensamiento, la mente humana está muerta». Susan Sontag estaba de acuerdo. En el segundo tomo de sus diarios y cuadernos de notas (La conciencia uncida a la carne) declaraba: «Para mí, ser inteligente no es como hacer algo mejor. Es la única manera de existir… Sé que me da miedo la pasividad (y la dependencia). Cuando uso mi mente, algo me hace sentir activa (autónoma). Eso es bueno».

Ensayista, novelista, dramaturga, cineasta y activista política, Sontag, que nació en 1933 y murió en 2004, fue un testigo ejemplar del hecho de que vivir una vida pensante y pensar sobre la vida que se vive pueden ser actividades complementarias que mejoran la existencia. Desde la publicación en 1966 de Contra la interpretación -su primera colección de ensayos, que oscilaba alegremente, sin condescendencia alguna, entre las Supremes y Simone Weil y entre películas como El increíble hombre menguante y Muriel-, Sontag nunca flaqueó en su lealtad tanto a la cultura «popular» como a la «alta» cultura. Como observaba en el prólogo a la reedición que celebró el trigésimo aniversario del libro, «si tuviera que elegir entre los Doors y Dostoievski, elegiría por supuesto a Dostoievski. Pero, ¿tengo que elegir?».

Partidaria de una «erótica del arte», Sontag compartía con el escritor francés Roland Barthes no solo lo que él llamaba «el placer del texto» sino también la idea que Barthes tenía de la vida de la mente, que ella describía como «una vida de deseo, de inteligencia y placer plenos». En este sentido, Sontag seguía las huellas de William Wordsworth, que en su prólogo a las Baladas líricas definía el papel del poeta como el de «dar placer inmediato al ser humano» -una tarea que él consideraba «un reconocimiento de la belleza del universo» y un «homenaje a la dignidad originaria y desnuda del hombre»- e insistía en que volver realidad ese principio era «una tarea leve y fácil para quien mire el mundo con el espíritu del amor».

«¿Qué me hace sentir fuerte?», se preguntaba Sontag en una de las entradas de su diario, y respondía: «Estar enamorada y trabajar», y afirmaba su sumisión a «las ardientes exaltaciones de la mente». Es claro que para Sontag, amar, desear y pensar eran de manera radical actividades esencialmente contiguas. En su fascinante libro Eros the Bittersweet, la poeta y especialista en literatura clásica Anne Carson -una escritora a la que Sontag admiraba mucho- sugería que puede haber «alguna semejanza entre el modo en que Eros actúa en la mente de un enamorado y el modo en que el conocimiento actúa en la mente de un pensador». Y Carson agregaba: «Cuando la mente alcanza el conocimiento, el espacio del deseo se abre», un sentimiento del que Sontag se hace eco en su ensayo sobre Roland Barthes, cuando observa que «escribir es un abrazo, es ser abrazado; toda idea es una idea que extiende su brazo».

En 1987, en un simposio sobre la obra de Henry James patrocinado por el Centro Americano PEN, Sontag desarrolló la idea de Carson sobre la conexión indisoluble entre desear y conocer. Rechazando las frecuentes críticas sufridas por el vocabulario árido y abstracto de James, Sontag retrucaba: «Su vocabulario es, en realidad, el de la munificencia, la plenitud, el deseo, el júbilo, el éxtasis. En el mundo de James siempre hay más: más texto, más conciencia, más espacio, más complejidad en el espacio, más alimento para que la conciencia muerda. James instala en la novela un principio de deseo que me parece novedoso. Es el deseo epistemológico, el deseo de saber, que es como el deseo carnal, y a menudo mima o duplica el deseo carnal». En sus diarios, Sontag describe la «vida de la mente» con las siguientes palabras: «avidez, apetito, ansia, anhelo, deseo, insaciabilidad, entusiasmo, disposición». Y no es difícil suponer que Sontag debe de haber sentido que Anne Carson hablaba en realidad de ambas cuando confesaba que «enamorarse y llegar a conocer me hacen sentir genuinamente viva».

En todo lo que emprendió, Sontag intentó desafiar y derribar categorías estereotípicas como masculino/femenino y joven/viejo, que inducían a la gente a vivir vidas limitadas y a prueba de riesgos, y nunca dejó de examinar y poner en práctica su idea de que supuestas polaridades como pensamiento y sentimiento, forma y contenido, ética y estética, conciencia y sensualidad, podían pensarse en realidad como aspectos distintos de una misma cosa, igual que el terciopelo que, según la dirección en que lo acariciemos, ofrece dos texturas y dos sensaciones, dos tonos y dos percepciones.

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

Close Menu