Ficha técnica
Título: Stanley y las mujeres | Autor: Kingsley Amis | Traducción: Eder Pérez Garay | Prólogo: Kiko Amat | | Editorial: Impedimenta | ISBN: 978-84-17115-14-2 | Encuadernacíon: Rústica | Formato: 13 x 20 cm | Páginas: 352 | Precio: 22,80 euros
Stanley y las mujeres
Kingsley Amis
Estamos ante una de las más ácidas y provocadoras ficciones del ya de por sí ácido y provocador Kingsley Amis, uno de los genios cómicos de la literatura inglesa del XX. Una comedia negra, dolorosamente divertida, que retrata a un inglés que poco a poco pierde el control.
Stanley Duke se adentra plácidamente en la edad madura. Nada parece importunar su vida acomodada hasta que, de repente, su hijo Steve se vuelve loco. A partir de ese momento, Stanley se ve acosado por las mujeres que le rodean, unas criaturas que le antojan neuróticas, cascarrabias o simplemente caprichosas: Nowell, su primera esposa, actriz televisiva y reina del drama; su mujer actual, Susan, una escritora reputada que no se muestra muy solidaria ante el descenso de Steve a los pozos de la locura; la madre de Susan, una esnob con título que mira a Stanley como si fuera un arribista; o Trish Collings, una psiquiatra manipuladora y tornadiza que sugiere que el culpable de la esquizofrenia de su hijo es el propio Stanley.
A medida que todas ellas van comiéndole gradualmente la moral, Stanley empieza a preguntarse si la insensatez no es algo con lo que todas las mujeres lidian en su vida íntima.
La crítica ha dicho:
«Una obra poderosa, impactante, magníficamente escrita, lo mejor de Amis hasta ahora.» Anthony Burgess, The Observer
«Dura, divertida, tierna y provocadora. Una de las obras más salvajes de Amis.» Melvyn Bragg, Punch
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Eclosión
Fue una de las veladas más exitosas de Susan. Tras las semanas de sol y calor de finales de junio y julio, el tiempo había refrescado, por lo que algunos invitados -en especial las mujeres- debieron de agradecer las velas de la mesa del comedor. La estancia, que había ordenado redecorar recientemente, parecía luminosa y alegre. El ambiente era placentero y amistoso, y todos contribuían de alguna manera a la conversación. La señora Shillibeer, la asistenta, cocinó el primer plato -sopa fría de aguacate con pedacitos de pimiento rojo- bajo la supervisión de Susan, y tuvo una gran acogida. Como la tuvo el salmón frío con pepinos, mayonesa casera y una salsa de aceitunas molidas que también elaboró ella. El festín fue regado con un excelente borgoña blanco, cuatro botellas entre los ocho comensales, amén de una copita de un vino dulce del Ródano con frambuesas y crema por cabeza. Cuando Susan los llevó al piso de arriba para tomar el café, todos se sentían en plena forma.
La sala de estar de la primera planta tenía el techo bajo y una distribución poco práctica, pero Susan se había esmerado en convertirla en un lugar agradable, adornándola con lámparas cuidadosamente elegidas, además de alfombras y vistosos cojines. Cada uno de los cuadros que colgaban de las paredes tenía, en cierto modo, un significado especial para ella, pues eran obra de artistas a los que conocía o regalos de amigos. En un mueble de madera hecho a medida descansaban los vinilos -música de orquesta, instrumental y de cámara en su mayoría-, junto a parte del equipo de alta fidelidad, un tanto anticuado. Sin embargo, como era de esperar, había libros por todas partes. No de ciencia o de historia, pero sí alguna que otra biografía, unos cuantos ensayos y, por supuesto, una gran cantidad de obras de teatro, poesía, novelas y relatos. Sus dos recopilaciones de artículos se encontraban en medio de los ensayos.