
Ficha técnica
Título: Siempre Susan | Autora: Sigrid Nunez | Título: Errata Naturae | Colección: El Pasaje de los Panoramas | Formato: 14× 21,5 | Páginas: 152 | Precio: 15,50 euros | ISBN: 978-84-15217-54-1 | Traducción: Mercedes Cebrián
Siempre Susan
Sigrid Nunez
Un día de 1976, una joven aspirante a escritora, Sigrid Nunez, cruza la puerta del 340 de Riverside Drive, el apartamento en el que vive, escribe, ama y piensa Susan Sontag, uno de los grandes iconos de la intelectualidad norteamericana, una figura legendaria gracias a sus polémicos ensayos, su desbordante inteligencia y su personalísimo estilo. Este primer encuentro cambiaría la vida de Nunez, que acabaría viviendo en ese mismo apartamento con Sontag al convertirse en pareja del único hijo de ésta. Los tres formarían, durante algún tiempo, una familia tan singular como controvertida.
Sontag era, según Sigrid Nunez, «una mentora natural». En estas emotivas y lúcidas memorias, nos habla con sutileza y gratitud de esos años, y describe con una agudeza extraordinaria el ambiente cotidiano y académico que rodeaba a Sontag, su vida emocional e intelectual, o el efecto y las reacciones que esta extraordinaria mujer causaba cuando publicaba un nuevo libro, impartía una conferencia o, simplemente, entraba en una habitación.
«El mejor texto escrito sobre Sontag»
Edmund White
«Estos recuerdos, detallados y ricos en matices, del lado más privado de una figura pública compleja y a menudo contradictoria, están narrados con imparcialidad, sentido del humor y compasión. Completamente absorbentes»
Lydia Davis
Comienzo del libro
Era la primera vez que iba a una residencia de escritores y, por alguna razón que ya no recuerdo, tuve que posponer la fecha en la que se suponía que llegaba. Me preocupaba que llegar tarde estuviese mal visto. Pero Susan insistía en que no era nada malo. «Siempre está bien empezar cualquier cosa rompiendo una regla». Para ella, llegar tarde era la regla. «Sólo me preocupa llegar tarde a un vuelo o a la ópera ». Cuando la gente se quejaba de tener que esperarla siempre, Susan no se disculpaba. «Me figuro que si la gente no es lo bastante lista como para llevar algo para leer…». (Pero si algunos se percataban y era ella quien al final acababa teniendo que esperarlos, no le agradaba).
Mi propia fastidiosa puntualidad llegaba a sacarla de quicio. Un día, comiendo fuera con ella, me di cuenta de que se me hacía tarde para volver al trabajo, salté de la mesa y se burló: «¡Siéntate! No tienes que estar allí en punto. No seas tan servil». Servil era una de sus palabras favoritas.
Excepcionalidad. ¿De verdad era una buena idea para nosotros tres —Susan, su hijo, yo— vivir bajo el mismo techo? ¿No deberíamos David y yo buscar algo para nosotros solos? Susan dijo que no veía la razón por la que no pudiésemos vivir juntos, incluso en el caso de que David y yo fuésemos a tener un niño. Nos apoyaría encantada de tener que hacerlo, decía. Y cuando yo expresaba mis dudas: «No seas tan convencional. ¿Quién nos dice que tenemos que vivir como los demás?».