
Ficha técnica
Título: Querida niña | Autor: Edith Olivier | Traducción: Ángeles de los Santos | Editorial: Periférica | Colección: Largo recorrido | Páginas: 168 | ISBN: 978-84-16291-47-2 | Fecha: abril 2017 | Precio: 16,00 euros
Querida niña
Edith Olivier
Con poco más de treinta años, tras morir su madre, Agatha Bodenham se encuentra completamente sola. Entonces recordará, e invocará de nuevo a la vida, a la única compañera que ha tenido en toda su existencia: Clarissa, una amiga imaginaria de la niñez. Sí, imaginaria pero, en verdad, más real que cualquier otra persona. Al principio, Clarissa se le aparecerá sólo de noche, luego conquistará el día, fundamentando su existencia material en la calidez del amor obsesivo de Agatha, hasta que los demás, extrañamente, también consiguen verla.
Verla pero no tocarla… Agatha protegerá hasta las últimas consecuencias su creación con un amor obstinado y posesivo; protegerá a Clarissa de los demás, incluso del amor de un hombre, pues si cualquier otro llegase a tocarla las consecuencias serían fatales.
La soledad siempre acaba siendo fantasmal. Edith Olivier nos ofrece una novela corta en la que la protagonista empieza buscando un espejo al que hablarle sin miedo ni prejuicios y termina construyendo una existencia paralela capaz de responder preguntas como ella misma no ha sabido hacer; capaz de desear y de intentar, incluso de acometer, todo lo que ella no tuvo el valor de llevar a cabo: una criatura que responda al amor tal y como se espera. El Frankenstein personal de Agatha Bodenham no está compuesto de partes muertas; al contrario, está creado a partir de toda esa vida que no hemos vivido (que nos falta por vivir) cuando nos enfrentamos a la realidad opresiva.
«Querida niña puede ser leída como una autobiografía inconsciente.» Frances Wilson, The Spectator
«Un libro extrañamente adorable.» David Garnett
«¿Un cuento de hadas? No, una vuelta de tuerca sutil pero llena de aristas al tema de la soledad y el amor.» Cyril Connolly
I
Agatha Bodenham se había apartado inconscientemente dos o tres pasos de los demás, y se quedó de pie, aislada, junto a la cabecera de la tumba de su madre mientras el pastor terminaba el servicio. Llevaba un vestido con la hechura y el tono de negro que su modista había considerado apropiados para los actos fúnebres, y un sombrero sin estilo. No lloraba, aunque el velo se agitaba un poco, como si su respiración fuese entrecortada, y estaba húmedo en el sitio en que por un repentino jadeo se le había metido en la boca. Tenía el rostro impasible, con una falta de emoción tan completa que sugería, mejor que el semblante más elocuente, una absoluta e irremediable soledad; una soledad que no se podía romper, porque significaba que ella, simplemente, no tenía capacidad para relacionarse con sus semejantes. Quizá Agatha no sentía nada. Desde luego nunca supo decir lo que sentía, ni pedir y recibir comprensión.
La prima Louisa era una mujer cariñosa. Vio a Agatha allí, de pie, y le pareció imposible volver a Londres por la tarde, con los demás parientes lejanos con los que había viajado para asistir al funeral de la señora Bodenham. Aquella melancólica figura la reclamaba.
Así que cuando volvieron a la casa, se acercó a Agatha y le dijo:
-Deseo que me dejes quedarme contigo un par de noches, querida. No podemos dejarte tan sola.
Agatha se sorprendió levemente, sobre todo porque la prima Louisa la había llamado «querida». Sólo la había visto una vez con anterioridad, y de eso hacía mucho tiempo.