Para qué sirve la sed

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La obra de Antonio Machado viene siendo, desde la hora misma de su muerte, en 1939, objeto de todo tipo de valoraciones, a veces muy divergentes, y a menudo distorsionadas por el enorme valor simbólico que en España siguen irradiando su figura y su personalidad, ejemplares en cuanto al compromiso ético del escritor. Esta antología -resultado de la convergencia y confrontación de dos criterios formados en tradiciones muy distantes, como son la española y la chilena- propone una revisión de su poesía desentendida de prejuicios y sensible al modo en que la evolución del pensamiento de Machado lo acercó a planteamientos asombrosamente afines a los que propiciaron, apenas una década después, el advenimiento de la antipoesía.

PRÓLOGO

A quienes piensan que Antonio Machado es un gran poeta (para no pocos, el más importante poeta español del siglo XX) les resulta difícil ponerse de acuerdo sobre las razones de que así sea. Son varias las circunstancias que explican la divergencia de opiniones, algunas de naturaleza extraliteraria, y no está de más traer aquí unas cuantas.

     A poco de haber muerto en el exilio, meses antes de terminar la Guerra Civil, Antonio Machado (Sevilla, 1875 – Colliure, 1939) se convirtió -sin haberlo pretendido en absoluto- en emblema de la recién derrotada España republicana y en modelo de intelectual comprometido con su pueblo. Durante l larga dictadura de Franco, y hasta bien entrada la democracia, el nombre de Machado sirvió de santo y seña de la resistencia cívica al régimen militar, sobre todo por parte de los agentes culturales, que transformaron su tumba en Colliure, Francia, cerca de la frontera con España, en un foco de peregrinación. El carácter popular y sentencioso de buena parte de su poesía, sumado a la tendencia a interpretarla en clave social, convirtió su obra en una auténtica cantera de pasajes memorables a la que acudían en tromba toda suerte de rapsodas y hombres públicos necesitados de citas plausibles. Que Joan Manuel Serrat, en 1969, dedicara todo un long play a Machado, musicalizando un puñado de sus poemas, debe ser tomado, mucho antes que como causa, como índice inequívoco de un aprecio generalizado por el poeta, de los acentos cordiales y de la recta moralidad que la sola mención de su nombre aún sigue convocando.

     No es de extrañar que con el tiempo se produjeran reacciones más o menos hastiadas contra el crédito de Machado; reacciones habitualmente esnobs o impulsivas, pero no siempre desdeñables, si bien siempre contestadas de modo rotundo por parte de los valedores del poeta. En cierto modo, la poesía española de la segunda mitad del siglo XX aparece, si no polarizada, al menos significativamente matizada por su relación con la herencia recibida de Machado. Y así continúa ocurriendo, hasta cierto punto, con la del siglo XXI, como sugiere el hecho de que una de las poetas más conspicuas de la joven poesía española, Elena Medel, acabe de dedicarle un estudio.

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