Ficha técnica
Título: No voy a salir de aquí| Autor: Michael Paul Hinson | Traducción: Miquel Izquierdo | Editorial: Alpha Decay | Colección: Héroes Modernos | Género: Novela | ISBN:978-84-92837-09-0 | Páginas: 112 | Formato: 20,5 x 12,5 cm. | Encuadernación: Rústica | PVP: 14,50 € | Publicación: 8 de Noviembre 2010
No voy a salir de aquí
Michael Paul Hinson
No voy a salir de aquí es, como la describe el propio Hinson, una nouvelette. Una novela breve escrita con ese mismo encanto del lirismo extrañado y melancólico que destila la vasta producción musical de este joven prodigio de la canción de autor norteamericana. Con pulso febril y exacto, Micah P. Hinson atrapa una secuencia de las vidas de dos jóvenes solitarios, enfermos, malditos y enamorados. Y los acompaña en un viaje suicida y sentimental cargado de preguntas. Los protagonistas de esta novela sólo encuentran una respuesta en el amor, entendido como un patético intento de superviviencia, y en la creación literaria, esfuerzo último de trascendencia. Una primera novela que se bebe a sorbos lentos y que recuerda, por su humor negro y su tristeza, al viaje a ninguna parte de los personajes de Buffalo ’66. Chico y chica a la deriva, con máquina de escribir a cuestas y muchas millas por delante. Impacto certero en el corazón desde alguna carretera secundaria perdida de Kansas.
La puerta de mi habitación no cerraba del todo de modo que se colaban los aullidos de las ambulancias y podía también oír a las mujeres de la limpieza susurrando de quién era el dinero que habían afanado y cuánto y en qué habitación. O bien hablaban del reloj nuevo que habían visto en el despacho del jefe cuando se ausentó unos minutos.
Junto a la puerta, mal fijada a la pared, había una cadenilla que se podía introducir en el seguro, de modo que me sentía más o menos a salvo, aunque estoy seguro que alguien, cualquiera, podría haber forzado la entrada mientras yo dormía o fumaba cigarrillos en la bañera. Aquella habitación se había convertido en mi casa. Para no olvidarme de tantas personas a las que había conocido, colgaban de las paredes un montón de fotos y páginas escritas. La mayoría estaban rasgadas y manchadas de café. Las fotos tenían los bordes estropeados, pues habían ido acumulándose en una caja en el transcurso de mis recorridos por el sur, al menos cuatro o cinco a lo largo del último año. Cada día arrojaba alguna a la maldita caja. Fotos y más fotos de personas conocidas. Y de algunas que no.
Había una cama. Una mesilla de noche. Dos sillas y una mesa con una pata coja. Tuve que colocar un par de libros bajo la cama combada para que no se hundiera cuando me sentaba a escribir, liar un cigarrillo o escuchar la radio.
II
De noche podía oír a los de arriba. Discutían constantemente y algunas noches se oía el estrépito de un espejo roto o el zumbido de la lámpara arrojada desde la mesilla, seguido de un ruido sordo y un gemido fiero, o bien la televisión volaba desde el segundo piso y caía al patio, por encima de la valla. Policías y coches patrulla aparecían por allí para tratar de aplacarlos y yo cerraba la puerta. Apoyado contra ella, alargaba el brazo para escudriñar entre las persianas y asegurarme de que no iban a venir a interrogarme acerca de mis vecinos.
No sabía nada. Ni siquiera los había visto.
Parecía como si la policía anduviera siempre por el motel, en busca de fugitivos e ilegales. Siempre daban con alguno. Cargaban a dos o tres en los coches patrulla, en pleno día, y salían camino a la cárcel del condado de Taylon.
Llevaba viviendo en las calles un par de meses cuando por fin conseguí una pasta y pude mudarme al motel. Una semana me salía por unos ciento cincuenta dólares, así que debía trabajar duro para tener un techo sobre mi cabeza.
Era cómodo. Mugriento, pero mucho mejor que el callejón o el puente bajo el cual me hubiera tocado dormir.