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Ficha técnica

Título: No manden flores | Autor: Martín Solares | Editorial: Literatura Random House | Formato: tapa blanda con solapa | Páginas: 456 | Medidas: 134 X 230 mm |Fecha: abr/2016 | ISBN: 9788439731245 | Precio: 19,90 euros | Ebook: 9,49 euros

No manden flores

Martín Solares

LITERATURA RANDOM HOUSE

No manden flores cuenta la historia de Carlos Treviño, un ex policía que se ve obligado a volver al Golfo de México a fin de investigar la desaparición de una rica heredera.

Partiendo del sur de Tamaulipas, cerca de Paracuán, y viajando hasta el centro de la violencia en la frontera norte, Treviño deberá seguir el rastro de la mujer, e indagar entre los grupos criminales que se disputan el control de ciudades y carreteras. En la misma medida, evade la persecución del tenebroso Comandante Margarito, jefe de policía de La Eternidad, que lo busca para matarlo. La rivalidad entre estos dos personajes con perfil de tiburones elevará la tensión durante siete días a niveles nada recomendables.

La crítica ha opinado:

«Una radiografía seca, aguda, del horror en el que vive el Golfo, la red de complicidades, los alcances de la tragedia. Una novela ruda, directa, emocionante, que será de lectura obligada para quien quiera asomarse al infierno en que se ha convertido el Golfo (y México a la vez)» -Antonio Ortuño-

 

 

I

Les dijo que había una persona capaz de encontrar a la niña: un ex policía.

Les dijo que si ese sujeto seguía vivo, después del enfrentamiento que tuvo con sus propios colegas, sería la persona ideal, pues al menos un par de veces había sobrevivido a este tipo de encargos, en los que se necesitaba más un suicida que un detective. Les dijo que si acaso seguía vivo, y eso no era improbable, quizás lograrían encontrarlo en alguno de los estados contiguos, Veracruz o San Luis Potosí, pues de vez en cuando alguno de sus informantes decía haberlo visto en la carretera que baja a La Eternidad. Según estos sujetos, les dijo, aún conduce un auto color blanco, y acostumbra visitar cierto restaurante que está a la orilla del río, frente a las escolleras. Se instala un par de horas allí, platica con los propietarios, hace sus negocios y de inmediato vuelve sobre sus huellas, nadie sabe muy bien en qué dirección. Otros dicen que no, que va y viene todo el tiempo, que quizás anda en el contrabando, pero no me parece probable, subrayó el cónsul, siempre estuvo alejado del crimen: no sería extraño que trabaje para el señor De León, y miró al empresario. Sea como sea, si ese hombre siguiera con vida, juró el cónsul Don Williams, sería la persona ideal.

El señor De León preguntó cómo se llamaba ese sujeto y el gringo informó:

-Carlos Treviño.

-No lo conozco -reviró el empresario. Se ufanaba de conocer a cada uno de sus empleados y ese individuo jamás había estado a sus órdenes-. No lo conozco ni me suena su nombre. No me voy a arriesgar, no vaya a ser que trabaje para esos sujetos.

-Treviño jamás trabajaría para el crimen -insistió el cónsul-, al menos no de manera consciente, vaya, como la mayoría de la gente que vive en esta ciudad.

Un ruido seco y crepitante se escuchó con total claridad:

-¿Qué fue eso? -preguntó el extranjero, y los guardaespaldas enderezaron el cuello, como un par de perros olfateando el peligro-. Se oyó muy cerca… -insistió el cónsul, pero ni la mujer ni los hombres que estaban sentados frente a la mesa se movieron de sus sitios. Oír a lo lejos balaceras, granadazos, tiros aislados o ráfagas largas al caer de la tarde se había vuelto normal en el puerto, tan normal como la palabra extorsión o la palabra secuestro. Al ver el gesto de preocupación del cónsul, Valentín Bustamante, alias el Bus, el jefe de guardaespaldas del señor De León, salió a la terraza a mirar por el telescopio del empresario. El gordo de bigotito delgado movió su metro noventa de estatura y su enorme volumen con una agilidad impensable para alguien tan grande, como si las leyes de gravedad no existieran, y apuntó el instrumento hacia el barrio contiguo. Al verlo allí, inclinado, con ese rostro pequeño y redondo, de rasgos infantiles, subrayados por ese bigotito ridículo, se diría que no tocaba a una mosca, lo cual era cierto siempre y cuando la mosca midiera menos de un metro y no amenazara al señor De León. Mientras tanto Rodolfo Guadalupe Moreno, el segundo guarura en la línea de mando, un hombre serio como la muerte, con sus cejas densas y su barba de candado, sus botas vaqueras y su chamarra de piel negra, fue a ocupar la posición que su colega dejó vacante junto a la puerta y se cruzó de brazos allí.

 

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Martín Solares

Martín Solares (Tampico, 1970) ha publicado el libro de ensayos Cómo dibujar una novela y tres libros para niños. Su novela Los minutos negros, traducida al inglés, francés, alemán, italiano, ruso y polaco, fue ganadora del Latino Book Award a la mejor novela de misterio en Estados Unidos, así como finalista de los premios Antonin Artaud, Bibliothèque des Littératures Policières y Rómulo Gallegos 2006. Actualmente se prepara una adaptación cinematográfica de esta novela. Aunque lo visita a diario, vive a ocho horas de Paracuán.

Obras asociadas
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