Ficha técnica
Título: Morirse de memoria | Autor: Emiliano Monge | Editorial: Sexto Piso | Colección: Narrativa Sexto Piso | Género: Novela | Páginas: 176 | Precio: 17 € | ISBN: 978-8496867-58-1 | Formato: 15 x 23 cm. | Año de publicación: 2010 |
Morirse de memoria
Emiliano Monge
Un hombre abre los ojos en su cama y se pregunta «Qué soñé que he despertado preguntándome quién soy». A partir de ese momento, el hombre se convertirá en un pasajero de su delirio, en un espectador de la tortura que le supone sobrevivir a su voluntad de estar vivo. El hombre vuelve una y otra vez sobre esta pregunta y, sin advertirlo, vacía el contenido de su memoria para explicárselo. Entre las miles de imágenes que pueblan su pensamiento, se advierte una tragedia. Se avizora el fuego. El fuego que funge como parábola de la existencia. Se pregunta el hombre «Qué si el fuego no despide ese calor que le imputamos, qué si sólo lo concentra, si lo toma de las cosas que atestiguan su expandirse», de la misma manera que él concentra la existencia de su hermano, de su ex mujer Claudia, de sus mascotas, de los objetos que habitan los espacios que lo encierran, y los funde en el interior de su memoria para tratar de encontrar algo en su entorno que le explique quién es y, sobre todo, por qué es.
Decía Steiner que salvo en un sentido estrictamente biológico, no nos gobierna el pasado literal. Nos gobierna el simbólico, la aleación de la experiencia con los miles de espectros que conforman el ser. La memoria no conoce tiempos, encauza lo vivido, lo soñado, lo deseado por los caprichosos zurcos que pueblan nuestra mente. El presente y el pasado vueltos cenizas por el fuego abrasador de una memoria que no reconoce como válida la existencia del individuo que la aloja. Morirse de memoria, la primera novela de Emiliano Monge, explora los abismos de lo único que no nos abandona hasta que nos abandona todo, lo que recordamos y revivimos, aun si aquello que evocamos, no aconteció jamás.
«Si hoy fuera joven, así me gustaría escribir. La novela de Emiliano Monge respira, sangra y no acepta los límites». José Agustín
I
Nunca me lo había preguntado. Y tan temprano, tiene gracia preguntármelo tan temprano. El fuego es un relámpago que luego no se apaga. Si pudiera haberme visto desde afuera habría observado las llamas en mis ojos. Qué soñé que he despertado preguntándome quién soy. No, no tiene gracia, ninguna gracia: tan temprano, tan de mañana. Habría visto la furia de sus lenguas refl ejándose en mi rostro, la sombra falsa de mi cuerpo moviéndose en el suelo a mis espaldas. Pero no pude verme desde afuera, porque no podía ser yo el primer hombre que lo hiciera. No soy el de ayer, no tiene importancia quién soy. En qué momento empecé a ser el que quería, desde cuándo. El sonido del fuego permanece cuando éste se ha agotado, vive adentro de las brasas. Las ideas caían en mi cabeza como caen las gotas sobre el agua, dejando ondas expansivas. Ayer fumé, hacía nueve meses que no había fumado. Por qué lo recuerdo de golpe, por qué despierto recordando lo menos importante. Mi vida ha sido esas ondas, soy la consecuencia de algo que cae sobre otra cosa. Caminando hacia atrás me alejé del calor que el incendio despedía, de sus llamas escalando hacia el ropaje negro de la noche. Me arde la garganta, en los labios siento el gusto amargo que deja una colilla. Mejor no recordar, imaginar por qué me sabe así la boca.
Me ha despertado un extraño sabor en los labios, no, tampoco ha sido el recuerdo. Me dije voy a olvidarlo, nada quedará cuando todo haya ardido. Sobre el suelo mi sombra fue volviéndose más tenue, cada paso que avanzaba se espesaba la penumbra. Qué si el fuego no despide ese calor que le imputamos, qué si sólo lo concentra, si lo toma de las cosas que atestiguan su expandirse. Me ha despertado la pregunta, qué soy, quién he sido. Dormir dejó hace tiempo de ser una tregua. Al llegar a la esquina giré buscando mirar las llamas nuevamente, me llamaba el canto de su cólera escarlata. Sentí entonces el impulso de correr hacia el incendio, de alimentarlo zambulléndome de boca. Quién seré hoy que todo ha sucedido, que las cosas no son las que quería, que lo deseado tanto tiempo se resuelve de manera inesperada. Viven sus vidas como si fueran reales, como si no fueran a acabarse de inmediato, dictó el abuelo el día en que se fue de su casa. Sabía que mis piernas no habrían de acelerarse, que no desbocarían mi cuerpo los latidos. Hace tiempo que dejaron los impulsos de marcarme con sus huellas, no creo en los grandes actos, conozco sólo el gusto de los días comunes y vacíos. Cómo controlas la cabeza cuando duermes, cómo callas las preguntas que despiertan antes de que tú hayas despertado. Sacando el brazo de debajo de mi almohada la empujo sin desearlo, la veo queriendo guardar el equilibrio, caerse luego hacia la duela. Mis labios se separan bostezando, cómo amordazas a la boca del silencio. Alcé el rostro hacia la noche, el humo era una sombra tallada en la piel pétrea de la bóveda nocturna. Soy una humareda, el rastro de algo que arde sin saber que se ha prendido. Al sentirlo mis pies suben asustados, el suelo de mi cuarto siempre está frío a estas horas. Lleno de aire mi cuerpo con una larga bocanada, el olor atrapado en mis pulmones se despierta. Reventó un estallido a mis espaldas, no quise voltear de nuevo hacia las llamas. De haberlo hecho seguiría esperando ver una explosión que nada más había sonado. En qué lugar he dejado mis pantuflas, ayer salí dormido de mi cuarto, repicaba el teléfono en la sala.