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Ficha técnica

Título: Los papeles de Puttermesser | Autor: Cynthia Ozick | Traducción: Ernesto Montequin | Editorial: MardulceColección: Ficción | Tamaño: 19 x 13 cm | Páginas: 336 | Distribución en España: UDLibros | ISBN: 978-84-942869-2-6 | Precio: 16 euros

Los papeles de Puttermesser

MARDULCE

Obra inédita en español de esta autora, a la que David Foster Wallace y Alice Munro, entre otros, han considerado como la mejor escritora norteamericana contemporánea

Los libros de Cynthia Ozick han sido abundantemente traducidos al castellano, sin embargo, Los papeles de Puttermesser, novela imprescindible en su obra, permanecía inédita en español. Verdadera maestra en el arte de narrar, Ozick se divierte y nos divierte con un universo cargado de humor judío, erudición centroeuropea, y un gusto por los personajes absolutamente singulares y desopilantes.

La novela narra la historia de una funcionaria neoyorquina, relegada en el escalafón estatal. Para salvar lo que ella siente como una humillación, inventa un golem y gracias a él… ¡llega a ser alcaldesa! Pero su carrera ascendente durará poco, e inmediatamente acontece la caída, igualmente llena de ironía.

En una línea que viene de Cervantes y Kakfa, pero también de la novela victoriana y Henry James, Ozick inventa una mitología moderna. Una gran fábula sobre el poder de las palabras y la locura de la escritura.

Puttermesser: su historia laboral, sus antepasados, su vida póstuma

Puttermesser tenía treinta y cuatro años de edad; era abogada. En cierto modo era también feminista, pero no extrema, aunque detestaba que agregaran «señorita» delante de su nombre; lo consideraba decididamente discriminatorio: quería ser una abogada entre abogados. Si bien no era virgen, vivía sola, pero extrañamente en el Grand Concourse del Bronx, rodeada de los padres decrépitos de otra gente. Los padres de Puttermesser se habían mudado a Miami Beach. Con los pies enfundados en pantuflas peludas, resabios de sus años de colegio secundario, deambulaba por el laberíntico e interminable departamento en el que había vivido toda su vida y en el que todavía se amontonaban, en el atril del piano, partituras amarillentas donde su profesora había marcado los pasajes que debía practicar. Puttermesser siempre iba un poco más allá de las tareas que le asignaban, aun en sus días de escuela. Sus maestras decían a su madre que Puttermesser era una niña «altamente motivada» y «orientada hacia el cumplimiento de los objetivos». También que tenía «empuje académico». Su madre anotaba todas estas frases en un cuaderno, que conservó toda su vida y que llevó con ella a Florida en caso de que muriera allí. Puttermesser tenía una hermana menor que también era altamente motivada pero que se había casado con un indio, un farmacéutico parsi, y se había ido a vivir con él a Calcuta. Su hermana ya tenía cuatro niños y siete saris de telas diferentes. Puttermesser, en cambio, continuó sus estudios. En la facultad de leyes la llamaban tragalibros; era una competidora compulsiva, una egocéntrica obsesionada por el éxito. Pero no era una cuestión de ego; ella buscaba resolver algo, aunque no supiese qué. En el fondo del armario donde guardaba la ropa de cama, encontró una pila de esos cartones que antiguamente venían con las camisas de su padre (su madre era previsora, o más bien tacaña: en algún cajón de la cocina Puttermesser solía encontrar cada tanto viejos papeles encerados, doblados en cuatro, ajados hasta perder el color, con olor a queso y que alojaban pequeños excrementos de gusanos inidentificables). De modo que Puttermesser guardaba debajo de la cañería del baño las palabras cruzadas de la edición dominical del New York Times, abrochadas a esos cartones, y trabajaba en ellas indiscriminadamente. Jugaba ajedrez contra sí misma y siempre ganaba con el color con el que había decidido identificarse. Tenía un fichero en el que organizaba casos de juicios civiles imaginarios. No es que pretendiera recordarlo todo: las situaciones -tenía la tendencia de llamar «situaciones» a los problemas intelectuales- se deslizaban dentro de su mente como la miel en una botella.

Un día recibió una carta de su madre desde Florida:

Querida Ruth:

Sé que no creerás esto pero juro que es verdad. El otro día papá estaba caminando por la avenida y a quién se encontró sino a la señora Zaretsky, la flaca de Burnside, no la regordeta de Davidson, ¿recuerdas a su hijo, Joel? Bueno, está divorciado y no tiene hijos, gracias a Dios es libre como un pájaro; como se dice, su ex, pobrecita, no podía tener hijos. Él se hizo los análisis y está sano. Es solo un contador no demasiado bueno para ti porque Dios sabe que nunca olvidaré el día en que te publicaron un artículo en la Revista de Leyes, pero deberías venir aquí para ver en qué tipo tierno se ha transformado. Toda tragedia tiene su lado bueno; la señora Zaretsky dice que él viene prácticamente cada vez que ella lo llama a larga distancia. Papá dijo a la señora Zaretsky bueno, un contador, no se esmeraron demasiado en educar a su hijo de todos modos, con las hijas es diferente. Pero querida no te tomes esto tan a pecho, papá está tan orgulloso como yo de tus logros. Por qué no escribes, no hemos tenido noticias de ti desde hace mucho tiempo; cuando una está ocupada, está ocupada, pero los padres son los padres.

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