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Ficha técnica

Título: Las deudas del cuerpo | Autora: Elena Ferrante | Traducción: Celia Filipetto Isicato| Editorial: Lumen | Formato: Tapa blanda con solapa | Medidas: 150 x 230mm | Páginas: 480 | ISBN: 9788426401489 | Precio: 24,90 euros | Ebook: 13,99 euros

Las deudas del cuerpo

LUMEN

Las deudas del cuerpo es el tercer volumen de la saga que cuenta la vida de Elena y Lila, que nacieron en 1944 en un barrio pobre de la ciudad de Nápoles, y desde entonces su historia ha sido el hilo conductor de esta espléndida saga napolitana que ahora llega a su tercera entrega.

Lila se casó muy joven con el hombre más adinerado del barrio y poco tardó en dejarlo. Ahora vive en un lugar miserable, pero su ingenio no ha mermado; solo se ha transformado en rabia. Es quizá este odio lo que la llevará a capitanear las revueltas en la fábrica y a negarse a una convivencia pacífica y modesta con su nuevo compañero. Elena, en cambio, ha continuado con los estudios e incluso ha escrito una novela. Ahora vive entre Nápoles y Pisa, y se ha casado con un profesor de la Universidad de Florencia.

Así, a primera vista, nada une ya a las dos amigas, pero el barrio de Nápoles donde fueron niñas aún las reclama, las viejas costumbres las devuelven a un tiempo que ya se fue, y la vida se cobra su precio.

Con esta novela continúa una saga que ha hecho del costumbrismo una herramienta para la gran literatura y coloca a Elena Ferrante entre los grandes nombres de nuestra época.

1

Vi a Lila por última vez hace cinco años, en el invierno de 2005.  Paseábamos muy de mañana por la avenida y, como nos ocurría desde hacía mucho tiempo, no conseguíamos sentirnos cómodas. Recuerdo que solo hablaba yo, ella canturreaba, saludaba a la gente que ni siquiera le contestaba, las raras veces en que me interrumpía se limitaba a pronunciar frases exclamativas, sin nexo evidente con lo que yo decía. A lo largo de los años habían pasado demasiadas cosas feas, algunas horribles, y para recuperar la confianza tendríamos que habernos confesado pensamientos secretos, pero yo no tenía fuerzas para encontrar las palabras, y a ella, que tal vez sí las tenía, no le apetecía, no le veía la utilidad.

Pese a todo, la quería mucho y cuando iba a Nápoles siempre  intentaba verla, aunque debo reconocer que me daba un poco de miedo. Había cambiado mucho. La vejez se había cebado en ambas, pero mientras yo luchaba contra la tendencia a ganar peso, ella no cambiaba, estaba siempre en los huesos. Se cortaba ella misma el pelo, lo llevaba corto y muy canoso, no por decisión propia sino por dejadez. La cara muy ajada recordaba cada vez más a la de su padre. Reía con una risa nerviosa, casi un chillido, y hablaba en voz demasiado alta. Gesticulaba sin parar, dando al gesto una determinación tan feroz que era como si quisiera partir en dos los edifi cios, la calle, los transeúntes, a mí misma.

Estábamos llegando a la altura de la escuela primaria cuando un hombre joven que no conocía nos adelantó jadeando y le gritó que en un parterre, junto a la iglesia, habían encontrado el cadáver de una mujer. Apuramos el paso hacia los jardincillos, Lila me arrastró hacia el corrillo de curiosos abriéndose paso a empellones. La mujer, tendida de lado, era extraordinariamente gorda y vestía un impermeable pasado de moda color verde oscuro. Lila la reconoció enseguida, yo no: era nuestra amiga de la infancia Gigliola Spagnuolo, la ex mujer de Michele Solara.

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