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Ficha técnica

Título: Los mejores relatos. Narrativa estadounidense contemporánea. |  Compilación, traducción y prólogo:  José Luis Palacios  |  Editorial: Bid & Co (Caracas, Venezuela)  | Páginas: 360 | Formato: 11’5 x 21 |  Género: Relatos | ISBN:  980-6741-51-5

Autores y relatos:  Leigh Allison Wilson: Bagres. T. Coraghessan Boyle: Diente y garra. Annie Proulx: El novillo medio desollado. David Galef: Mi cita con una neandertal. David Foster Wallace: Buena gente. Sharon Pomerantz: Fantasma negro. Roxana Robinson: Abrazo. Aimee Bender: Un sábado por la tarde. Barry Gifford: Rosa Blanca. Robert Shapard: Tamazunchale. Nathan Englander: De cómo vengamos a los Blum. Viet Thanh Nguyen: Una vida correcta. Junot Diaz: Fiesta, 1980. Gerald Locklin: Determinantes. Sharon Oard Warner: Una sencilla cuestión de hambre. John Biguenet: Rosa. Dorothy Allison: Compasión. Angela Pneuman: El Día de Todos los Santos. Peter Orner: La balsa. Anthony Doerr: La zona desmilitarizada.

Los mejores relatos

VV. AA. Varios Autores

BID&CO

Esta antología recoge una muestra representativa de la mejor ficcion corta, vertida al idioma castellano, que se ha escrito en Estados Unidos durantes los últimos años. Se incluyen autores vivos de ambos sexos, de ambas costas (también del territorio entre ellas) y de todas las edades, razas y credos. Algunos cuentan por docenas sus libros publicados y los idiomas a los que han sido traducidos, otros han sido expuestos aquí por primera vez en una lengua romance del grupo ibérico y escasamente acumulan uno o dos libros en su haber. Los cuentos seleccionados han aparecido previamente en prestigiosas revistas y/o antologías estadounidenses no más de hace dos décadas y la mayoría son de este milenio. Al leerlos todos juntos, sin detenernos a cavilar sobre tendencias, estilos y teorías, quizás podamos obtener un retrato aproximado de esa Unión situada al norte de nosotros y la certeza total de que el relato corto goza allá arriba de una excelente salud.

Relato original publicado en The New Yoker.

 

       David Foster Wallace:  Buena gente

 

     Estaban encaramados en un mesón de picnic en el parque junto al lago, en la orilla del lago, con parte de un árbol caído en las aguas poco profundas medio escondidas por la ribera. Lane A. Dean, Jr., y su novia, ambos de blue jean y camisa. Sentados en la parte superior del mesón, con los zapatos sobre la parte del banco donde se sienta la gente para hacer picnics o amistades en tiempos de ocio. Habían ido a diferentes liceos, pero al mismo colegio universitario, donde se habían conocido en los servicios religiosos. Era primavera, la grama del parque estaba muy verde y el aire impregnado de madreselva y lilas, lo cual era así como demasiado. Había abejas, y el ángulo con el cual el sol incidía en el agua la teñía de negro. Aquella semana habían tenido más tormentas, con varios árboles caídos y el sonido de las motosierras a lo largo de la calle donde vivían sus padres. Sus posturas en el mesón de picnic eran las mismas, con los hombros inclinados hacia adelante y los codos en las rodillas. En esta posición la muchacha se balanceaba ligeramente y en una de esas se cubrió la cara con las manos, pero sin llegar a llorar. Lane estaba muy tranquilo e inmóvil, su mirada perdida más allá de la ribera, sobre el árbol caído en el bajío, la bola de raíces arrancadas en todas direcciones y la nube de ramas del árbol a medias dentro del agua. La única otra persona por allá cerca estaba parada, una docena de mesones de por medio. Miraba el hueco de donde el árbol había sido arrancado.

Todavía era temprano, pero aún así todas las sombras se deslizaban hacia la derecha, cada vez más cortas. La muchacha llevaba puesta una vieja y delgada camisa de algodón a cuadros con botones de presión nacarados y mangas largas y siempre olía muy bien, a limpio, como una persona en quien puedes confi ar y a quien le tienes cariño, aunque no estés enamorado de ella. A Lane Dean le había gustado su olor desde el principio. La mamá de él la describía como con los pies en la  tierra y le gustaba, creía que era buena gente, se veía a leguas -lo hacía evidente con pequeños detalles. El agua lamía el árbol desde diferentes direcciones, casi mordisqueándolo. En alguna ocasión a solas, pensando o tratando de rezar utilizando a Jesucristo como recurso en algún asunto, él se había encontrado a sí mismo metiendo el puño en la palma de la mano con una ligera rotación como si todavía estuviera jugando y golpeando el guante para mantenerse despierto y alerta en el centro del terreno. Ahora no hacía tal cosa; sería cruel e indecente hacerlo ahora. El otro individuo, un viejo, seguía parado junto a su mesón de picnic -pero sin sentarse- y se veía fuera de lugar con una chaqueta de traje y el tipo de sombrero masculino que el abuelo de Lane mostraba en las fotos de sus días como agente de seguros. Parecía estar mirando hacia el lago. Con moverse un poco, Lane dejaba de verlo. Tenía la apariencia más de un cuadro que de una persona. No había patos por ningún lado.

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

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