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Ficha técnica

Título: Los escritos irreverentes | Autor: Mark Twain |  Traducción del inglés e introducción: Gabriela Bustelo |  Editorial: Impedimenta | Género: Novela | ISBN: 978-84-15130-02-4  | Páginas: 160 | Formato:  19,5 x 12,6 cm. | Encuadernación: Rústica | PVP: 16,95 € | Publicación: 2010

Los escritos irreverentes

Mark Twain

IMPEDIMENTA

En 1909, Mark Twain le envió una carta a un amigo en la que le hablaba en confianza de lo último que había escrito: «Este libro no saldrá jamás. Es imposible porque se consideraría una ignominia». Tomada en su conjunto, la obra de Twain quien, junto a Melville, está considerado el Gran Novelista Americano, es una colosal sátira de la naturaleza humana. En el caso de Los escritos irreverentes, recurrió a un género que algunos críticos denominaron «pseudo-historia». Las pequeñas diatribas bíblicas que lo componen, escritas entre 1870 y 1909, evidencian el profundo escepticismo religioso de Twain. El libro que tenemos en las manos oculta bajo su burlona fachada un humorístico y mordaz ataque a los valores establecidos, y es la muestra de una inteligencia superior, que no deja títere con cabeza. La coincidencia de que este año sea el del centenario de la muerte de Mark Twain da un significado especial a la edición de un libro que, al salir a la luz en Estados Unidos, produjo una verdadera conmoción y estuvo durante meses en la lista de libros más vendidos.

«De todos los escritores del mundo, quizá sea Mark Twain quien más se haya divertido contando lo que quería contar. Por eso el lector disfruta tanto con su implacable versión de la estupidez, la arrogancia, la ostentación y el disparate generalizado de la humanidad.» Chicago Sun Times

 

LA DOBLEZ TRANSPARENTE  

Gabriela Bustelo  

En 1909 Mark Twain envió una carta a un amigo hablándole en confianza sobre lo último que había escrito: «Este libro no saldrá jamás. Es imposible, porque se consideraría una ignominia». Tan intrigante augurio estuvo a punto de cumplirse, pues al morir el escritor un año después el libro quedaría perdido entre varios millares de páginas sin publicar. En su testamento, Twain encomendaba toda la obra inédita a sus albaceas, su hija Clara y su biógrafo Albert B. Paine, que debían proceder del modo que considerasen oportuno. Tras deliberarlo optaron por editar partes de la autobiografía y la correspondencia, así como media docena de libros de contenido variopinto. 

   Así fue como el libro que Twain consideraba no publicable permaneció en efecto oculto al público hasta que la labor de editarlo recayó en Bernard DeVoto, autor de La América de Mark Twain y director de la revista The Saturday Review of Literature. En la primavera de 1939 DeVoto entregaba a los miembros del consejo testamentario el manuscrito revisado y listo para enviar a la imprenta. Por desgracia cuando la hija del escritor lo leyó se negó a sacarlo a la luz, alegando que desvirtuaba las ideas y principios de su padre. El proyecto volvió a posponerse durante otras dos décadas y Los escritos irreverentes de Twain pasaron sucesivamente de los archivos de Harvard a la Biblioteca Huntington, hasta acabar medio olvidados en la universidad californiana de Berkeley.

   Sería durante aquellas dos décadas, sin embargo, cuando una serie de críticos estadounidenses -entre los que estaba el propio DeVoto- «descubrieron» a Mark Twain, al que apearon su etiqueta de cronista humorístico y reconocieron como uno de los mejores escritores de su país. William Faulkner lo proclamó como el gran padre literario nacional y Ernest Hemingway declararía que toda la narrativa estadounidense procede de Huckleberry Finn. Si había quienes opinaban que Twain jamás sería un intelectual, escritores tan valorados como William Dean Howells alababan la fluidez de su estilo: «A mi entender es el primer autor que escribe del mismo modo en que todos pensamos, es decir, plasmando sobre el papel lo que se le pasa en ese instante por la cabeza sin descartar ni favorecer lo inmediatamente anterior o posterior».

   Tomada en su conjunto, la obra de Twain es una colosal sátira de la naturaleza humana, que emplea como técnicas literarias la caricatura, el simbolismo, la adaptación de textos populares o la más pura fantasía. En el caso de Los escritos irreverentes recurrió a un género que algunos críticos como el escocés Marshall Walker denominaron «pseudo-historia», pero que también podría llamarse ensayo novelado o historia-ficción. Las pequeñas diatribas bíblicas que lo componen, escritas entre 1870 y 1909, evidencian el profundo escepticismo religioso de Twain. El libro que tenemos entre manos, tachado de impublicable por su propio autor, oculta bajo su burlona fachada un ataque incendiario al cristianismo y la Biblia. En un país tan religioso como Estados Unidos, su actitud descreída le creaba constantes problemas con sus coetáneos. «Cuando prohíben un libro mío en una biblioteca donde tienen la Biblia al alcance de cualquier joven indefenso, la ironía de la situación me parece tan sangrante que, en vez de enervarme, me divierte», explicaba el autor.

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Mark Twain

Mark Twain (pseudónimo literario de Samuel Langhorne Clemens) nació en 1835 en la pequeña aldea de Florida, en el estado norteamericano de Missouri, y creció en Hannibal, un puerto fluvial próximo al río Mississippi, lugar que inspiraría muchas de sus obras. A los doce años, debido a la muerte de su padre, el abogado John Marshall Clemens, tuvo que abandonar sus estudios para ayudar económicamente a su familia. En su primera juventud trabajó en una imprenta. Con dieciocho años abandonó su hogar y se dedicó a viajar. Fue así como empezó a escribir breves relatos de viajes y a publicarlos en el Muscatine Journal, que pertenecía a su hermano mayor. En los siguientes años fue tipógrafo en Nueva York y Filadelfia, y aprendiz de piloto en un barco a vapor, hasta que la Guerra de Secesión imposibilitó por completo la navegación. Se alistó entonces durante un corto periodo de tiempo en el ejército de la Confederación, abrió su propio negocio de maderas, probó suerte en las minas de plata de las montañas de Nevada, y trabajó como periodista en el Territorial Enterprise de la ciudad de Virginia. Fue en 1863 cuando empezó a firmar sus obras bajo el pseudónimo de Mark Twain, nombre que hace referencia a una expresión típica en los cantos de trabajo del río Mississippi, y que significa «dos brazas de profundidad», es decir, el calado mínimo necesario para la buena navegación. Su primer éxito literario lo conseguiría en 1865 con el cuento corto «La famosa rana saltarina de Calaveras County», pero su fama se consolidaría con la publicación en 1876 de Las aventuras de Tom Sawyer, que tendrían una continuación en 1884 con Huckleberry Finn. De esa época data también otra de sus obras maestras, Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889). En 1893 Twain se arruinó completamente tras la inversión en una imprenta automática, y se vio obligado a dar conferencias por todo Estados Unidos y el resto del mundo para recuperarse económicamente. Esto, junto a otras experiencias negativas que azotaron a su familia, fue lo que le hizo pasar de un estilo inspirado en el humor a un oscuro pesimismo. De esa época datan sus obras más sombrías: El hombre que corrompió Hadleyburg (1899), o Los sinsabores de la vida humilde (1900). Considerado por autores de la talla de William Faulkner o Ernest Hemingway como «el padre de la literatura americana», Twain, que se sirvió de su propia vida para encontrar la inspiración literaria, hizo oír su protesta en una época en que la vida en los Estados Unidos estaba dominada por el materialismo y la corrupción. Falleció el 21 de abril de 1910, en la ciudad de Nueva York.

Obras asociadas
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