
Ficha técnica
Título: Los caníbales | Autor: Álvaro do carvalhal | Traducción: Enrique Moya Carrión | Prólogo: Fernando Iwasaki | Ilustración: Nicholas Stevenson | Editorial: Ardicia |Páginas: 96 | Género: Novela | ISBN: 978-84-941235-5-9 |Precio: 14,00 euros
Los caníbales
Álvaro do Carvalhal
Un espectro deambula por este relato: el de la aristocracia, esa clase distinguida que canibaliza a sus representantes y olvida que lo ha hecho apenas los ha fagocitado. Como escribió Pedro Serra en su revelador estudio sobre el libro, Los caníbales es «la alegoría de un cuerpo político victimizado por la Historia», devorado por la burguesía. Dentro de la maquinaria implacable del capital, en «una sociedad que literaliza sus discursos figurados», parece que ya no se pueda más que comer y ser comido.
Esta obra de Álvaro do Carvalhal supone, por su modernidad, un caso impar dentro de la ficción portuguesa del siglo XIX. El narrador va desmantelando sistemáticamente la urdimbre del relato, generando así un irreverente antitexto repleto de humor negro. En un lenguaje paródico, entremetiéndose con habilidad entre el lector y la trama, desplaza con maestría el foco de atención: del misterioso vizconde a la infausta Margarida, y de esta, al controvertido don João. En 1988 el texto sirvió de base al premiado largometraje homónimo del director Manoel de Oliveira.
«Una deliciosa y divertida nouvelle de un precoz maestro de lo grotesco.» Fernando Iwasaki
«Las narraciones de Carvalhal ocupan un lugar inconfundible en la evolución de nuestra literatura. Historias fantásticas que transcurren en un mundo que supera la realidad, aunque plenamente real en sí mismo.» João Gaspar Simões
I
Dijo la crítica por boca de Boileau:
Rien n’est beau que le vrai,
y no pasó mucho tiempo antes de que las fábulas, arabescos exóticos y exageraciones, originarios principalmente de los tiempos heroicos, perdiesen toda la soberanía hasta entonces ejercida en la amplia esfera de las bellas letras. Los Prometeos, los Hércules, los Teseos y las Esfinges, si no desaparecieron convertidos en polvo, lanzados a los cuatro vientos, fue porque era necesario que se conservaran los patrones que debían guiar al filósofo a través de los laberintos del pasado. Por eso, ahí están firmes sobre sus pedestales de piedra, aunque deslumbrados por la luz fulgurante que solo procede de la verdad.
Sin embargo, y para que no se extrañen algunas murmuraciones, quizá pasajeras, en el instante en que me rinda a las exigencias de esta pretenciosa generación, no voy a dejar de confesar el amor que siempre profesé por los cuentos de hadas.
Me rindo. Pero, como no soy dado a trascendencias, pues repudio tanto la incógnita de los matemáticos como a la Dulcinea de los Quijotes, abro sobre mis rodillas una crónica que cayó en mis manos por casualidad y, aprovechando la riqueza de mi elección, dejaré de este modo de estar obligado a inventar, en lo que hallaría un gran riesgo de volverle la espalda a la verdad.