
Ficha técnica
Título: La tumba de Lenin. Los últimos días del imperio soviético | Autor: David Remnick | Traducción: Cristóbal Santa Cruz | Editorial: Debate| Colección: La ficción real | Género: Ensayo | ISBN: 9788499920146 | Páginas: 864 | Formato: 15 x 21,5 cm.| Encuadernación: Tapa blanda con solapa | PVP: 28,90 € | Publicación: 13 de Octubre de 2011
La tumba de Lenin
David Remnick
David Remnick (Nueva Jersey 1958) es el mejor periodista de su generación y La tumba de Lenin es el libro que le consagró y con el que obtuvo el premio Pulitzer -el más alto galardón para un periodista- y el premio George Polk a la excelencia periodística. Inédito en España y con un nuevo prefacio para conmemorar los veinte años de la caída de la Unión Soviética, es un clásico del periodismo y una de las obras fundamentales sobre ese periodo histórico, clave para entender el mundo de hoy.
Corresponsal en Moscú del Washington Post desde 1988 hasta 1992, Remnick fue un testigo privilegiado del hundimiento de la Unión Soviética. A partir de sus viajes por el país y sus conversaciones con ciudadanos soviéticos de todos los niveles de la sociedad, logra reflejar el impacto histórico de ese momento, el redescubrimiento del pasado tras setenta años de dictadura comunista y el derrumbe de un sistema hasta entonces aparentemente inexpugnable. Una obra maestra del mejor periodismo narrativo.
«La crónica más elocuente de la caída del imperio soviético. Insuperable.» Washington Post Book World
«Una fascinante y esencial aportación a los libros humanos y políticos de nuestra era.» The New York Times
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El golpe del bosque
El coronel Alexander Tretetsky, de la Oficina del Fiscal Militar de la Unión Soviética, llegó un caluroso día de verano a su último lugar de trabajo: una serie de fosas comunes situadas en un bosque de abedules a unos treinta kilómetros de la ciudad de Kalinin. El coronel y sus ayudantes iniciaron la jornada excavando y hurgando la tierra en busca de indicios del régimen totalitario (cráneos perforados por balas, botas carcomidas por los gusanos, restos de uniformes militares polacos).
Esa mañana, antes de partir al trabajo, habían escuchado por la radio y la televisión las alarmantes noticias provenientes de Moscú: Mijail Gorbachov había «renunciado» por «razones de salud». El Comité Estatal para Estados de Emergencia había asumido el poder, prometiendo orden y estabilidad. Pero ¿qué se podía hacer? Kalinin estaba varias horas al norte de Moscú en tren y muy lejos de rumores y noticias. De modo que Tretetsky, como casi todo el mundo en la Unión Soviética esa mañana del 19 de agosto de 1991, fue a trabajar como si fuera un día común y corriente.
La excavación en el bosque situado en las afueras de Kalinin era un proyecto inhumano. Medio siglo atrás, y bajo órdenes directas de Stalin, verdugos del NKVD asesinaron a quince mil militares polacos y arrojaron los cuerpos en hileras de fosas comunes. La operación en Kalinin, Katyn y Starobelsk, que duró un mes, fue parte del intento de Stalin por iniciar la dominación de Polonia. Esos jóvenes oficiales se contaban entre los hombres con el más alto nivel de educación de Polonia, y para Stalin representaban una amenaza potencial; eran futuros enemigos. Durante décadas, Moscú culpó a los nazis de la matanza, afirmando que los alemanes habían llevado a cabo la masacre en 1941, y no el NKVD en 1940. La maquinaria de propaganda del Kremlin sostuvo dicha historia en conferencias, negociaciones diplomáticas y en la literatura, entretejiéndola con la vasta red formada por la ideología y la historia oficiales que sostenían al régimen y su imperio. Para el Kremlin, la historia era un asunto tan serio que creó una gran burocracia para controlarla, para tergiversar su lenguaje y su contenido, de modo que las purgas arbitrarias y asesinas pasaran a ser «triunfos sobre enemigos y espías extranjeros» y el tirano reinante, un «Amigo de Todos los Niños, la Gran Águila de las Montañas». El régimen creó un imperio que semejaba una gran sala, con puertas y ventanas cerradas. Todo libro o periódico permitido en la sala contenía la versión oficial de los acontecimientos, mientras la radio y la televisión propagaban día y noche la línea única. Aquellos que servían lealmente la versión oficial eran proclamados y presentados como «académicos» y «periodistas». En las ciudadelas del Partido Comunista, del Instituto Marxista-Leninista, del Comité Central y de la Escuela Superior del Partido, los sacerdotes de la ideología se apartaban a su antojo de los dogmas. En todas partes había secretos. El KGB fue tan escrupuloso a la hora de mantener sus secretos que edificó sus residencias de vacaciones en la villa de Mednoye, cerca de Kalinin, donde habían sido ejecutados y enterrados en fosas comunes los oficiales polacos; era la mejor manera de vigilar los huesos.