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Ficha técnica

Título: La pesca de la trucha en América | Título original: Trout fishing in America | Autor: Richard Gary Brautigan| Editorial: Blackie Books | ISBN: 978-84-937362-5-5 | EAN: 9788493736255 | Páginas: 172 | Formato:  14 x 21 cm. | Encuadernación: Tapa dura | PVP: 19,00 € | Publicación: Abril de 2010

La pesca de la trucha en América

Richard Gary Brautigan

EDITORIAL BLACKIE BOOKS

Richard Brautigan (1935-1984) dijo una vez que su lugar en la historia -de la literatura, del mundo-, es decir, en la foto panorámica de la historia, era el lugar de las nubes. Suponemos que se refería a la parte más bonita de las fotos con nubes, pero podría tratarse de ese limbo donde, en efecto, quedaría atrapada hasta ahora la edición española de La pesca de la trucha en América, aunque gracias a este enorme librito errante más de uno llegara a imaginar el día en que se escribirían «brautigans» en lugar de novelas.

Quien no lo haya leído aún y se haga con un ejemplar puede estar tranquilo: habrá conjurado la eventualidad de no descubrir nunca lo mucho que Brautigan supo hacer con tan poco. Desde luego, el escéptico podría preguntar quién se acuerda ya de este autor aunque, por nombrar a uno entre muchos, Murakami reconozca en él a un precursor y La pesca… vendiera más de dos millones de ejemplares en su momento. Habrá, pues, quien opine que sus escritos pertenecen al pasado, al igual que el espíritu con el que se le identififi ca: el hippismo y la contracultura americana de Dylan o Ginsberg. Pero Brautigan podría haber sintonizado con nuestra época si no se hubiese pegado un tiro. Por algo se ha dicho que su obra incluso anuncia a autores tan dispares como Raymond Carver o David Foster Wallace.

Heredero sentimental de Hemingway, con un humor que bebe de Mark Twain y una vena filosófica que entronca con Emerson y Thoreau, Brautigan emprende en este libro un viaje emocional y espiritual por una época idealizada en su memoria y en la historia, componiendo un extenso poema en prosa, humorístico y melancólico, profundo y travieso, absurdo en el relato de lo cotidiano y, sobre todo, resistente al análisis y la clasifificación. No obstante, que sea el lector quien decida. Porque, tal vez, la prueba de la grandeza de Brautigan sean las pasiones encontradas que siempre ha despertado y que, con un poco de suerte, seguirá despertando.

 

TOCA MADERA
(PRIMERA PARTE) 

De niño ¿cuándo fue la primera vez que oí hablar de la pesca de la trucha en América? ¿Y a quién? Creo que fue a un padrastro que tuve.

   Verano de 1942.

   El muy borrachín me habló de la pesca de la trucha. Cuando era capaz de hablar, tenía una manera de describir las truchas que hacía que pareciesen un metal precioso e inteligente.

   Plateado no es un buen adjetivo para describir lo que sentí cuando me habló de la pesca de la trucha.

   Me gustaría poder expresarlo bien.
   Quizás acero de trucha. Acero hecho con trucha.

El río cristalino y cargado de nieve que se comporta como una forja y calor.

   Imaginad Pittsburgh.

   Un acero obtenido de la trucha, utilizado en la construcción de edificios, trenes y túneles.

   ¡El Andrew Carnegie de las truchas!

 

La respuesta de La Pesca de la Trucha en América:

 

   Recuerdo con particular regocijo a una serie de gente con sombrero de tres picos pescando al alba. 

 

TOCAMA DERA
(SEGUNDA PARTE) 

Una tarde de primavera, siendo yo niño en la extraña ciudad de Portland, bajé caminando hasta un cruce singular y vi una hilera de casas antiguas, amontonadas como focas sobre un peñasco. Luego venía un largo campo que seguía la suave pendiente de una colina. El campo estaba cubierto de hierba verde y arbustos. En la cima de la colina crecía un bosquecillo de árboles espigados y oscuros. Desde lejos vi una cascada que caía por la ladera, larga y blanca, y casi pude sentir su fría salpicadura.

   Debe de haber un arroyo por ahí, pensé, y es probable que haya trucha.

   Truchas. 

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

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Richard Gary Brautigan

Richard Gary Brautigan nació en Tacoma, Estados Unidos, el 30 de enero de 1935. Su padre nunca lo reconoció y, cuando tenía nueve años, su madre los abandonó a él y a su hermana en la habitación de un hotel en Great Falls, Montana. Pasaron muchas horas esperando a que volviese, hasta que el cocinero del establecimiento decidió acogerlos. Alguien ha dicho que su cerebro fue el único juguete que tuvo. A los veinte años fue recluido en un hospital para enfermos mentales por arrojar una piedra contra una comisaría. Lo había hecho para que lo arrestasen y le diesen de comer, pero en el hospital acabaron diagnosticándole paranoia, esquizofrenia y depresión. En sus propias palabras, allí recibió «suficientes electroshocks para iluminar un pueblo». En ese mismo hospital se filmaría más adelante Alguien voló sobre el nido del cuco. Decidió partir a San Francisco y dedicarse a escribir poesía. Completó diez novelas, nueve poemarios y numerosos cuentos, que para algunos estaban entre lo mejor de su tiempo. Al comienzo, sin embargo, le resultó difícil publicar. (La Richard Brautigan Library honra su memoria en Vermont. En los noventa, ésta aceptaba manuscritos rechazados por las editoriales siempre y cuando los autores pagasen la encuadernación. La idea se tomó de su novela The Abortion, que en gran parte transcurre en una biblioteca de obras inéditas.) En 1964 se publicó A Confederate General from Big Sur. Fue un clamoroso fracaso. En el otoño de 1966, Brautigan se divertía con la idea de ser un autor de culto en Berkeley, donde el libro funcionó bien en la sección de saldos de una librería emblemática. A pesar de los fracasos y reveses, perseveró con sus manuscritos. Y finalmente alcanzó: en 1967 se publica La pesca de la trucha en América, éxito instantáneo de crítica y público. Había escrito el libro en 1961, durante un viaje de acampada que realizó en compañía de su mujer y su hija, y en el que llevaba una máquina de escribir y una mesita plegable. Era, pues, su primera novela, aunque fue la segunda en publicarse. Con ella obtuvo gran fama internacional y, cómo no, abonó el terreno para su caída. Brautigan viajó mucho, compró propiedades, se dio la vida que no había tenido hasta entonces. Pero no supo llevar bien el peso de la fama. Las borracheras, la seducción de sus seguidores incondicionales y las mujeres, de repente tan disponibles (posó con algunas de ellas para las cubiertas de sus libros, e hizo que se incluyera su número de teléfono en algunas de las ediciones), se cobraron un precio alto.  Aunque ciertos escritores aplaudieron el éxito del patito feo convertido en estrella y los medios lo ubicaron en el firmamento de la contracultura al lado de Dylan, Ginsberg o Timothy Leary, la crítica valoró negativamente sus libros posteriores, y debido a su escritura cada vez más literaria, sus lectores empezaron a dejar de leerlo. Los sesenta dieron paso a los setenta. Jerry Rubin llegó a Wall Street, Abbie Hoffman se convirtió en un fugitivo, muchos de los chicos del flower power se pasaron al yuppismo y Brautigan se hundió en el declive, transformándose en el símbolo triste de una época convulsa. Y pasada. La visión condescendiente lo convierte en víctima de la contracultura. Para otros, sin embargo, sencillamente fue un héroe. Desde el punto de vista de la escritura, hay quienes siguen considerándolo inclasificable. Estados Unidos lo había olvidado ya cuando, el 24 de octubre de 1984, se halló su cuerpo cubierto de gusanos. Varias semanas antes, no se sabe con exactitud cuándo, se había pegado un tiro. Junto a su cuerpo, el arma y una botella de licor. Paradójicamente, los lectores del mundo entero que siguen descubriéndolo son legión. No ha hecho falta que siguiera escribiendo, aunque al recordarlo, al leerlo, se le eche tanto en falta. Sólo que, en palabras de Vonnegut, «como ha ocurrido con tantos otros buenos escritores, finalmente pudo con él ese desequilibrio químico que llamamos depresión, y que cumple su labor mortal sin que importe lo que esté ocurriendo en la vida amorosa del que lo padece, sin que importen sus aventuras, buenas o malas, en el Mercado sin corazón».

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