Ficha técnica
Título: La peligrosa victoria del teniente Asch | Autor: Hans Hellmut Kirst | Editorial: Berenice | Colección: Narrativa Internacional | Páginas: 352 | Formato: 14,5 x 22,5 | Encuadernación: Rústica con solapas | ISBN: 9788415441847 | Precio: 19,95 euros
La peligrosa victoria del teniente Asch
Hans Hellmut Kirst
El siempre revoltoso soldado Asch es ya el teniente Herbert Asch. Su desintegrado regimiento de artillería vuelve a casa tras la derrota en la guerra. Mientras tanto ha comenzado la ocupación de los soldados estadounidenses, que a ojos de todos está resultando de lo más placentera. De hecho, Schulz ha vuelto a casa con su esposa Lore y ambos están encantados con los americanos. Asch sigue manteniendo la misma actitud desdeñosa por el reglamento, y no puede soportar que el ejército alemán siga imponiendo un estúpido espíritu de nor¬mas y órdenes en medio del desastre y de la lucha de todos por escurrir el bulto con el consabido «yo nunca fui del partido». No acaba de gustarle el cinismo con que se están comportando algunos mandos. Tampoco acaba de entrarle por el ojo el «amigo americano». Es más, tendrá que volver a maquinar para que algún que otro canalla -¡cómo no, un oficial!- no se salga con la suya. Y con su peculiar indolencia, ¿conseguirá salir bien parado de su peligroso plan? ¿Conseguirá que lo hagan sus buenos amigos de armas, por cretinos que sean? ¿Será posible que alguno de ellos acabe en Texas?…
PÁGINAS DEL LIBRO
Tomo posesión del mando de estas tropas -dijo el desconocido coronel llamado Hauk o el que al menos se había presentado bajo este nombre. Lo dijo con la rígida cortesía típica del superior seguro de sí mismo.
El coronel Hauk contemplaba a los oficiales que se habían reunido a su alrededor en el bosquecillo de abedules. Su rostro gris, aplastado y pálido, permanecía inmóvil. En sus ojos se reflejaba la fatiga, pero su mirada no carecía de cierta nobleza.
-¿Me han comprendido ustedes? -preguntó el coronel, con voz suave de acento imperativo.
Todos los oficiales menos uno se apresuraron a afirmar que habían comprendido perfectamente. Desde luego. Pero el único que había permanecido mudo hundió las manos en los bolsillos del pantalón. Hurgando en ellos extrajo dos pañuelos que examinó comparándolos atentamente y se sonó después con el más sucio. En este acto puso de manifiesto cierta concentración.
-Me he permitido preguntar si se me ha comprendido -dijo el coronel con acento casi monótono-. Echo de menos su respuesta, teniente.
-¿Qué se propone usted, mi coronel? -preguntó el teniente, doblando con parsimonia su astroso y deteriorado pañuelo.
-¡Abrir brecha! -contestó Hauk, dirigiendo la mirada de sus ojos de acuoso azul hacia el oficial cuya falta de disciplina, que nada tenía de inocente, le pareció digna de ser tomada en cuenta.
-¡Con todos los que puedan arrastrar todavía un pie tras otro! -dijo un primer teniente que estaba a la sombra, justo detrás del coronel Hauk. Metió en el cinto los pulgares estirados, se balanceó brevemente sobre las rodillas y adelantó su robusta mandíbula: se diría un lirón que después de partir una nuez sintiera, defraudado, una satisfacción muy debajo de la fuerza destructora de sus quijadas.