
Ficha técnica
Título: La invención de la naturaleza | Autora: Andrea Wulf | Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia | Editorial: Taurus | Colección: Memorias y biografías |
Formato: tapa dura con sobrecubierta | Páginas: 584 | Medidas: 162 X 248 mm | Fecha: sept/2016 | ISBN: 9788430618088 | Precio: 23,90 euros | Ebook: 12.99 euros |
La invención de la naturaleza
Andrea Wulf
La invención de la naturaleza revela la extraordinaria vida del visionario naturalista alemán Alexander von Humboldt (1769-1859) y cómo creó una nueva forma de entender la naturaleza.
Humboldt fue un intrépido explorador y el científico más famoso de su época. Su agitada vida estuvo repleta de aventuras y descubrimientos: escaló los volcanes más altos del mundo, remó por el Orinoco y recorrió una Siberia infestada de ántrax. Capaz de percibir la naturaleza como una fuerza global interconectada, Humboldt descubrió similitudes entre distintas zonas climáticas de todo el mundo, y previó el peligro de un cambio climático provocado por el hombre.
Convirtió la observación científica en narrativa poética, y sus escritos inspiraron no solo a naturalistas y escritores como Darwin, Wordsworth y Goethe, sino también a políticos como Jefferson o Simón Bolívar. Además, fueron las ideas de Humboldt las que llevaron a John Muir a perseverar en sus teorías, y a Thoreau a escribir su Walden. Wulf rastrea la influencia de Humboldt en las grandes mentes de su tiempo, a las que inspiró en ámbitos como la revolución, la teoría de evolución, la ecología, la conservación, el arte y la literatura.
La invención de la naturaleza está entre los mejores libros del año según The New York Times, The Independent y Publishers Weekly entre otros.
Reseñas:
«Una lectura sensacional. El estupendo nuevo libro de Andrea Wulf se atreve con la figura de Alexander von Humboldt. La invención de la naturaleza es un elogio de altísima calidad a una figura cautivadora.» Simon Winder, The Guardian
«Un libro emocionante. […] Es imposible leerLa invención de la naturaleza sin contraer la fiebre Humboldt.Wulf tiene el poder de volvernos a todoshumboldtianos. Por momentos se lee como literatura de aventuras, y la investigación deWulf tiene dimensiones casihumboldtianas.» New York Review of Books
«Consigue su objetivo de rescatar la reputación de Humboldt de la grieta en la que él y muchos otros escritores y científicos alemanes cayeron después de la Segunda Guerra Mundial.» The Independent
«Wulf demuestra que Humboldt fue un auténtico visionario, cuya perspectiva es hoy más pertinente que nunca.» Booklist
«Una biografía brillantemente escrita. Como demuestra este maravilloso libro, la figura de Humboldt debería incorporarse a toda prisa en todos los programas educativos de la Tierra.» The Scotsman
PRÓLOGO
Se arrastraban a cuatro patas por un estrecho y alto risco que, en algunos puntos, no tenía más que cinco centímetros de ancho. El camino, si se podía llamar así, estaba lleno de arena y piedras que se movían cuando las tocaban. A la izquierda, hacia abajo, había un abrupto despeñadero, cubierto de hielo que brillaba cuando el sol lograba atravesar las espesas nubes. Lo que se veía a la derecha, un precipicio de 300 metros, no era mucho mejor. Aquí, las paredes oscuras y casi perpendiculares estaban cubiertas de rocas que sobresalían como hojas de cuchillos(1).
Alexander von Humboldt y sus tres acompañantes avanzaban en fila india y muy despacio. Sin vestimenta ni material apropiados, era una escalada peligrosa. El viento helador les había adormecido manos y pies, la nieve derretida les había empapado el fino calzado y el hielo cristalizado les cubría el cabello y la barba. A más de 5.000 metros sobre el nivel del mar, tenían dificultades para respirar en el aire enrarecido. A medida que avanzaban, las rocas irregulares destrozaban las suelas de los zapatos, y los pies les habían empezado a sangrar.
Era el 23 de junio de 1802 y estaban escalando el Chimborazo, un bello volcán inactivo con forma de cúpula en los Andes, de casi 6.400 metros, a 160 kilómetros al sur de Quito en lo que hoy es Ecuador. Entonces se pensaba que el Chimborazo era la montaña más alta del mundo. No era extraño que sus aterrados porteadores los hubieran abandonado en la línea de nieve. La cima del volcán estaba envuelta en una espesa niebla, pero Humboldt, pese a todo, había seguido adelante.
Durante tres años, Alexander von Humboldt había recorrido toda Latinoamérica y penetrado en tierras a las que pocos europeos habían ido antes. Obsesionado por la observación científica, el explorador, de treinta y dos años, había llevado consigo desde Europa una amplia variedad de los mejores instrumentos. Para el ascenso al Chimborazo había dejado atrás la mayor parte de su equipaje, pero sí disponía de un barómetro, un termómetro, un sextante, un horizonte artificial y un aparato llamado cianómetro, con el que podía medir el azul del cielo. Mientras subían, Humboldt manejaba sus instrumentos con los dedos entumecidos y en cornisas peligrosamente estrechas, para medir la altitud, la gravedad y la humedad. Anotaba meticulosamente todas las especies que veían: una mariposa aquí, una flor diminuta allá. Todo quedaba registrado en su cuaderno.