
Ficha técnica
Título: La escritura transparente | Autor: William Lyon | Editorial: Libros del KO | Paginas: 125 | ISBN: 978-84-16001-26-2 | Precio: 13,90 euros | Ebook: 4,99 euros
La escritura transparente
William Lyon
Si la lectura del periódico sigue siendo la oración matinal del agnóstico, ¿por qué hay mañanas en las que uno preferiría volverse a la cama?
Si las cartas de la administración pretenden informar, ¿por qué las leemos varias veces con la sensación de enfrentarnos a un hermético oráculo?
Si creemos tener tan claro lo que queremos escribir en un mail, ¿por qué nuestro destinatario no entiende nada?
Si hemos viajado a los lugares más remotos, ¿por qué a nadie le interesa lo que hemos escrito en nuestro blog?
Porque escribimos mal. Escribimos confuso. Escribimos desordenado. Escribimos sin pararnos a pensar en lo que estamos escribiendo ni en quien nos va a leer.
Este libro es un práctico y sencillo manual de escritura. Está pensado para periodistas principiantes y para periodistas veteranos, y para todas aquellas personas que quieren mejorar su capacidad para contar cosas por escrito, ya sean historias personales, informes de trabajo o narraciones literarias.
«La buena prosa es como el cristal de la ventana», decía Orwell.
1. Entradilla
En el otoño de 1982, tras algunos meses de espera, al fin fui recibido por el director de El País, Juan Luis Cebrián.
Había publicado un par de reportajes en la revista dominical de su diario, y ahora le iba a pedir un puesto de trabajo fijo. Para mí era algo importante, porque llevaba años en una situación económica sumamente precaria, pero como tampoco tenía nada que perder, había elaborado una osada táctica. Tras un breve intercambio de formalidades declaré: «Muchas de las noticias de tu periódico están mal redactadas».
«Bueno», me contestó, «tenemos correctores de estilo».
Le hice saber que si bien estos anónimos eruditos sabían de reglas ortográficas, era obvio que no se ocupaban de la correcta estructura y presentación de las noticias. No existía la sección de Edición que tienen los periódicos en lengua inglesa.
Añadí que una de las cosas que más llama la atención a los corresponsales extranjeros cuando llegan a España es el desesperante descuido de los periodistas al escribir -cosa que, sospecho, Cebrián ya sabía.
Antes de que pudiera decir nada, le enseñé un breve documento que había elaborado y que -modificando el título de un volumen del que se enorgullecía mucho la empresa- había bautizado como «Libro (negro) de estilo de El País».
Cebrián lo inspeccionó con interés. Contenía recortes de su diario y, en los márgenes, observaciones irreverentes escritas con boli rojo. «Esta parte no se entiende», o «esta información se puede contar en mucho menos espacio» (con las correspondientes tachaduras de las palabras y frases superfluas), o «aquí faltan datos», o «esta noticia no empieza, en realidad, hasta el tercer párrafo», o «el lector se queda con la duda de si…», o «¿cómo puedo entender esta noticia si no se me explica quién es el señor Pérez?».
Le dije a Cebrián que yo podría ayudarle a conseguir una lectura más ágil, directa y amena para El País. Me sonrió. ¿Picaría? ¿O pensaría que yo era un chalado y, además, un insolente? Nos despedimos con amabilidad. Pasaron unas semanas, un par de meses… Yo iba olvidándome de la entrevista, hasta que un día me llamó su secretaria: «¿Puedes empezar el lunes?».