
Ficha técnica
Título: La escritura del desastre | Autor: Maurice Blanchot | Traducción: Cristina de Peretti, Luis Ferrero Carracedo | Editorial: Trotta | Colección: La Dicha de Enmudecer | Páginas: 128 | ISBN: 978-84-9879-569-1 | Dimensiones: 14 x 23 cm | Encuadernación: Rústica | Precio: 13,00 euros
La escritura del desastre
Maurice Blanchot
Desastre: lo que queda por decir cuando se ha dicho todo, ruina del habla, desfallecimiento de la escritura, rumor que murmura, lo que resta sin resto; siempre por venir, siempre pasado; histórico fuera-de-la-historia. Olvidémonos del lenguaje ordinario: solo un ejercicio sublime de ironía (¿se le puede dar ese nombre?) hace posible la escritura del desastre. Olvidémonos de toda dialéctica: solo un ejercicio acrobático, intenso y excesivo del lenguaje (una palabra es siempre más que una palabra) posibilita un pensamiento del desastre.
A través de este pensamiento, sustentado en una escritura fragmentaria, casi aforística, que hace hablar al lenguaje más allá de sí mismo (lenguaje de pura trascendencia sin correlato alguno, diría Levinas) acerca Maurice Blanchot al lector a temas nucleares en su obra: la pasividad como exigencia cargada de responsabilidad, como pasión anónima (yo sin yo) que ante el poder y la opresión responde con el rechazo, la resistencia y el combate (el desastre es lo único que mantiene a distancia el dominio); la relación de no reciprocidad con el otro, el prójimo (que pesa sobre mí hasta abrirme a la radical pasividad); la amistad como relación inconmensurable (el afuera unido en su ruptura y en su inaccesibilidad); la experiencia imposible de la muerte (paciencia infinita de aquello que no se realiza nunca de una vez por todas)…
Escritura fragmentaria, mas no estanca: el pensamiento del desastre arrastra a Blanchot a un diálogo crítico, por momentos con el psicoanálisis (arrumbado por la bella y arrebatadora descripción, autobiográfica, de una «escena primitiva» y su secreto), por momentos con Hegel (ese enemigo inevitable), y sobre todo con Heidegger (el recurso a la etimología siempre en entredicho); pero también, en resonancia creadora con Nietzsche, Kafka, Melville, Hölderlin, Mallarmé, Valéry y René Char.
PÁGINAS DEL LIBRO
El desastre lo arruina todo al tiempo que deja todo tal cual. No alcanza a este o a aquel, «yo» no estoy expuesto a su amenaza. En la medida en que, salvado, dejado de lado, el desastre me amenaza, amenaza en mí a aquello que está fuera de mí, a otro distinto de mí que pasivamente se convierte en otro. No hay alcance del desastre. Fuera de alcance está aquel al que amenaza, no sabríamos decir si de cerca o de lejos – lo infinito de la amenaza ha roto en cierto modo todo límite. Estamos al borde del desastre sin que podamos situarlo en el porvenir: está más bien siempre ya pasado y, sin embargo, estamos al borde o bajo la amenaza, todas ellas formulaciones que implicarían el porvenir si el desastre no fuese aquello que no viene, aquello que ha detenido toda venida. Pensar el desastre (si es posible, y no es posible en la medida en que presentimos que el desastre es el pensamiento) es no tener ya porvenir para pensarlo.
El desastre está separado, es lo que está más separado.
Cuando el desastre sobreviene, no viene. El desastre es su inminencia pero, dado que el futuro, tal y como lo concebimos en el orden del tiempo vivido, pertenece al desastre, el desastre ya lo ha retirado o disuadido siempre, no hay porvenir para el desastre, de la misma manera que no hay tiempo ni espacio en el que este se cumpla.
Él no cree en el desastre, no se puede creer en él, tanto si se vive como si se muere. No hay fe alguna a su medida sino, al mismo tiempo, una suerte de desinterés, desinterés desinteresado del desastre. Noche, noche en blanco- así es el desastre, esa noche que carece de oscuridad, sin que la luz la ilumine.
El círculo, desenrollado en una recta rigurosamente prolongada, vuelve a formar un círculo eternamente privado de centro.
La «falsa» unidad, el simulacro de unidad, la comprometen mejor que su encausamiento directo que, por lo demás, no es posible.
¿Escribir acaso sería, en el libro, tornarse legible para cada cual y, para sí mismo, indescifrable? (¿Acaso Jabès no nos lo ha dicho casi?).