
Ficha técnica
La creación de una obra maestra. Sobre Ana Frank
Francine Prose
El día en que Ana Frank cumplió trece años, en junio de 1942, semanas antes de que ella y su familia tuvieran que refugiarse en un ático de Ámsterdam para esconderse de los nazis, le regalaron un diario encuadernado. En el curso de dos años, con una madurez creciente, Ana escribió una crónica que hoy es uno de los documentos más fascinantes de la historia moderna.
Sin embargo, el diario de Ana Frank es también una obra literaria de extraordinaria calidad, fruto de una escritora talentosa y brillante. Un aspecto en que han reparado pocos lectores del diario, aunque lo hayan leído millones: que se escribió deliberadamente como una obra literaria, minuciosamente revisado por su autora. Con agudeza y sensibilidad, Francine Prose relata la historia de un diario cuya influencia sigue tan viva como la voz de su autora, una escritora dotada de gran talento y no menor ambición.
1. Su libro, su vida, su posteridad
Yo diría que el tema del Diario de Ana Frank es incluso más misterioso y fundamental que el de las Confesiones de san Agustín. Yo diría que es la transformación de una niña en persona adulta […].
La primera vez que lo vi, y cuando leí los fragmentos que publicó la revista Commentary, me preguntaba, lleno de estupefacción, por qué no se había descrito hasta entonces este proceso, pese a su carácter universal, pese a su interés universal. Encontré la respuesta.
Su carácter no es universal, pues pocas personas evolucionan y maduran en el mismo sentido que Ana Frank; y su interés tampoco es universal, pues nadie se preocupa por recordarse a sí mismo, en el caso de que pueda. En mi opinión hizo falta una presión especial que forzara la transformación de la niña en adulta, hicieron falta una conciencia excepcional, una franqueza excepcional y una capacidad de expresión excepcional para volver transparente ese cambio tan extraño como normal.
John Berryman, «The Development of Anne Frank»
Fue una prodigiosa escritora adolescente. Tenía trece años y pico. Es como ver una película rápida de la formación de la cara de un feto, de su paulatino dominio de las cosas […]. De súbito descubre la reflexión, de súbito tenemos retratos, bocetos de personajes, de súbito hay acontecimientos largos, complejos, con multitud de episodios, descritos con tanta belleza que parecen haberse ensayado docenas de veces. Y no hay ninguna idea malsana sobre resultar interesante o seria. Simplemente es […] su fuego, su viveza, siempre en movimiento, siempre al acecho de las cosas […] es como una vehemente hermana menor de Kafka, la hija que no tuvo.
Philip Roth, El escritor fantasma
La primera vez que leí el Diario de Ana Frank tenía menos de trece años, es decir, menos que la autora cuando empezó a redactarlo. Aún me veo sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, en el dormitorio de la casa en que crecí, leyendo hasta que se iba la luz exterior y tenía que encender la lámpara. Perdía la noción de lo que me rodeaba y me sentía como si entrara en aquel ático de Ámsterdam donde una niña judía y su familia se escondían de los nazis y donde, con la ayuda de sus protectores holandeses, vivieron dos años y un mes; hasta que fueron denunciados a las autoridades, detenidos y deportados. Yo estaba fascinada por las vívidas descripciones que hacía Ana cuando hablaba de su adorado padre, Otto; de sus conflictos con su madre, Edith, y con su hermana, Margot; de su romance con Peter van Pels; de sus enfados con Hermann y Auguste van Pels y con el dentista Fritz Pfeffer, con quienes los Frank compartían el anexo secreto. Recuerdo que cuando los quince años, en Bergen-Belsen.