
Ficha técnica
Título: La casa de las persianas verdes | Autor: George Douglas Brown | Traductor: Sara Blanco Sánchez | Prólogo: William Somerset Maugham | Ilustración: Hollie Chastain | Editorial: Ardicia | Género: Novela | ISBN: 978-84-941235-7-3 | Páginas: 424 | PVP: 22,00 euros
La casa de las persianas verdes
George Douglas Brown
Esta novela ambientada en Barbie, un ficticio pueblo escocés de mediados del siglo XIX, narra el ascenso y caída de John Gourlay, hombre tiránico y orgulloso que ha conseguido amasar una pequeña fortuna gracias a sus negocios. Desde la atalaya de su privilegiada posición, representada por la casa de persianas verdes que ha levantado en lo alto del pueblo como símbolo de su poderío, contempla con indisimulado desprecio su entorno, cercado por el veloz avance de la sociedad industrial.
Además de combatir las conspiraciones de sus celosos conciudadanos, Gourlay deberá afrontar otras dificultades. Y es que, tras la esplendorosa fachada de su propiedad, se esconden unas conflictivas relaciones familiares. El regreso a la aldea de un antiguo vecino provocará una avalancha de acontecimientos fraguados en silencio durante años. Con esta novela, traducida por primera vez al español, George Douglas Brown inauguró la literatura escocesa moderna.
«Evidentemente este libro es de los que dejan un regusto tras de sí; libros que «crean un mundo propio», como suele decirse.» George Orwell
«Recuerdo la primera novela en inglés que leí. Era una llamada La casa de las persianas verdes. Después de terminarla quería ser escocés.» Jorge Luis Borges
«¿Ha leído usted la primera novela realista escocesa, La casa de las persianas verdes? En ella verá Escocia por primera vez en su vida.» Arnold Bennett
I
La desaliñada camarera del Red Lion acababa de limpiar los escalones de la puerta principal. Enderezó su encorvada postura y, como era una mujer de maneras descuidadas, arrojó el agua directamente desde el balde, sin moverse de donde estaba. El suave arco de medio punto que dibujó el agua al caer brilló por un instante en el aire. John Gourlay, de pie ante su nueva casa, edificada en lo alto de la ladera, pudo oír cómo el líquido impactaba contra el suelo. La mañana desprendía una perfecta quietud. Las manecillas del reloj de la plaza, doradas bajo el sol, estaban a punto de marcar las ocho.
A continuación, Blowsalinda recogió el gran felpudo que generalmente dejaban en el porche y, llevándolo apoyado torpemente contra su pecho, dobló la esquina de la taberna, con las enaguas asomando por detrás. A mitad de camino se encontró con el mozo de cuadras, con el que se entretuvo en un incitante coqueteo. Él le dijo algo y ella rio estentóreamente. El eco de su tonta risilla se extendió por toda la calle.
Poco después, una nube de polvo se concentró en esa misma esquina, flotando blanca en el aire quieto: la camarera golpeaba el felpudo contra un costado de la casa. En el pueblo de Barbie, todas las mujeres andaban igualmente atareadas en sus escalones con los felpudos de sus puertas. Apenas se veía un alma, ya fuera en la plaza, en la cima en la que se encontraba Gourlay, o en la larga calle que descendía desde su flanco más cercano. Los hombres estaban en el trabajo, los niños aún no habían aparecido y las mujeres se afanaban en sus tareas domésticas.