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Ficha técnica

Título: Galicia | Autor: Julio Camba | Prólogo: Ramón Villares | Edición: Francisco Fuster | Editorial: Fórcola | Colección: Periplos, 15 | | Formato: 13 x 21 cm. | Páginas: 176 | ISBN: 978-84-16247-41-7 | Precio: 18,50 euros

Galicia

FÓRCOLA

A un escritor en periódicos como Julio Camba, que -en palabras de Ramón Villares- poseía una de las mejores plumas de su época pero que, por compasión con los lectores, evitaba ser doctrinario en sus escritos, jamás se le podría exigir una mirada sobre su tierra natal que fuese sistemática y coherente. Es justamente lo contrario lo que esta selección -a cargo de Francisco Fuster y compuesta en su mayor parte por artículos inéditos en forma de libro- nos ofrece: un breve y chispeante desfile de estrellas sobre el firmamento de una Galicia que también entonces era vista con las muletas de muchos estereotipos.

El repaso que el genial periodista realiza sobre la realidad gallega de su tiempo, sin pretender ser exhaustivo, sí cubre, en su conjunto, bastantes caras de la misma. Cada artículo, a pesar de su brevedad, tiene entidad por sí mismo y es el compendio de un problema complejo. Y es que, durante su casi medio siglo de dedicación al oficio, Camba paseó el nombre de Vilanova de Arousa – y, por extensión, el de toda Galicia – por España y buena parte del extranjero. Porque, por encima de cualquier otra cosa, Julio Camba fue eso: gallego cuando viajaba por el mundo y madrileño cuando miraba a Galicia; y todo ello sin dejar de ser siempre la persona inteligente e irónica que escondía aquel hombre individualista y seguro de sí mismo que pudo decir en memorable ocasión: «Mi nombre es Camba».

Tras leer esta antología podríamos afirmar que Julio Camba era más gallego de lo que él pensaba, no tanto por lo poco que escribió sobre su tierra natal sino por el punto de vista general con que analizó el ancho mundo. Su amor a Galicia nunca dependió de esas cosas porque, como él mismo dejó escrito, «hay numerosas maneras de ser gallego, y el serlo por nacimiento es, acaso, la menos importante de todas».

PRÓLOGO

La mirada gallega de Camba

Ramón Villares

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidade de
Santiago de Compostela y Presidente do Consello da Cultura Galega

Que Julio Camba era gallego de nación no se puede poner en duda, a pesar de las humoradas que este periodista y escritor, nacido a finales de 1884 en Vilanova de Arousa, solía desgranar en artículos y tertulias sobre orígenes e identidades. Pero también es cierto que Camba sólo vivió de forma permanente en su tierra natal durante su infancia hasta que, con apenas quince años, se embarca con dirección a Buenos Aires, como hacían entonces tantos convecinos suyos, aunque los motivos fuesen bien diferentes. A partir de esta experiencia porteña, en cierto modo también gallega, la vida de Julio Camba se reparte entre la ciudad de Madrid, sus frecuentes viajes al extranjero como corresponsal de prensa y periódicas visitas a Galicia, a veces en tiempo estival y en otras ocasiones como «veraneante extemporáneo», incluida su estancia obligada en sus lares paternos durante buena parte de la guerra civil. Nunca olvidó Galicia, pero sus gentes y problemas no lograron alcanzar una presencia significativa en el conjunto de su obra de escritor de periódico. De los más de tres mil artículos que se calcula habrá escrito, la temática específicamente gallega es realmente baja, aunque algunos de sus libros más conocidos, como Playas, ciudades y montañas, La rana viajera e incluso La casa de Lúculo, estén tamizados de constantes referencias gallegas. Podría pensarse que estamos ante una persona con orígenes reconocidos, pero claramente desarraigada desde la perspectiva afectiva y cultural, como sucedió con tantos escritores españoles (y europeos) del primer tercio del siglo xx, que abandonaron su tierra natal para asentarse en las grandes capitales culturales del momento. Julio Camba hizo también este viaje, pero no responde cabalmente al perfil de quien olvida sus orígenes para construir con su recuerdo una nueva Arcadia claramente idealizada.

El que luego sería conocido como «el solitario del Palace» es de otra cepa, del que no niega su procedencia sino que la transforma críticamente a la luz de una lámpara cosmopolita, proyectada en unos espejos que, al modo de su admirado Valle-Inclán, devuelven imágenes deformadas, unas veces por exceso y otras por defecto. Por eso no acepta una parte del legado cultural gallego (especialmente el idiomático y literario) ni aplaude la idea de construir una identidad cultural y política de carácter diferencial. Pero, en cambio, hace suyo el llamado humorismo galaico, construido a partes iguales de socarronería popular y descreimiento religioso. Su mirada gallega es poco convencional y, por veces, aceradamente crítica al introducir visiones matizadas de problemas complejos como es la emigración americana, el clientelismo político o el combate del pintoresquismo como estereotipo o «marca-país» de Galicia. Pero también es tópica y poco matizada cuando se enfrenta a nuevas realidades, como la aparición de una lengua gallega culta o propuestas políticas autonomistas, que despacha sin su habitual distancia irónica. Por esta razón, su biografía responde a un modo particular de ser gallego en los tiempos modernos. Como muchos de sus coetáneos fue un emigrante voluntario y un retornado forzoso y, en la mayor parte de su vida profesional, un viajero que buscaba en el otro la forma de conocer mejor la cultura propia. Se consideraba a sí mismo, e incluso presumía de ello, miembro de la «raza celta» y un amante de la tierra y el paisaje de Galicia, pero era poco devoto del incipiente galleguismo político y cultural que estaba emergiendo en los primeros decenios del siglo xx, a pesar de haber mantenido intenso trato con figuras como el poeta Ramón Cabanillas o con periodistas como Manuel Lustres Rivas. Tampoco su confesado celtismo lo llevó a frecuentar, como había hecho Valle-Inclán en sus años de mocedad, al gran constructor del mito celta que fue el historiador Murguía, primer presidente de la Real Academia Gallega. Sin renunciar a su condición de gallego -«Yo soy de Villanueva de Arosa, partido judicial de Cambados, provincia de Pontevedra»-, hizo de Madrid no sólo su residencia habitual sino también su nido intelectual y afectivo, a pesar de las muchas chanzas que le merecieron los gallegos que, en vez de irse a América, se iban a Madrid con la esperanza de llegar a ser ministros. En el fondo, parece sugerir que el triunfo del gallego estaba siempre fuera de Galicia, sea como emigrante en las repúblicas americanas o como político en la capital del Reino.

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