
Ficha técnica
Título: En la tierra de los santos y los poetas | Autor: Alfredo Panzini | Prólogo: Antonio Colinas | Traducción: Pepa Linares | Ilustración: Martín Elfman | Editorial: Ardicia | Páginas: 96 | ISBN: 978-84-944476-5-5 | Precio: 14,00 euros | Fecha: enero 2017 |
En la tierra de los santos y los poetas
Alfredo Panzini
En su delicioso En la tierra de los santos y los poetas (1901), como un moderno flâneur, Alfredo Panzini recorre en bicicleta las míticas regiones italianas en las que dejaron su impronta Giacomo Leopardi, Dante Alighieri o Francisco de Asís, reuniendo de este modo arte y espíritu en un lúdico itinerario cuya finalidad no es otra que la de aunar, en su forma esencial, la vida y la literatura. O, como bien escribe Antonio Colinas en su hermoso prólogo a esta edición: «A veces, los seres humanos no solo siguen un viaje físico -el que aprecian los ojos que contemplan y sienten los pies que caminan o, en este caso, pedalean- sino también un viaje interior, que es el que coopera al propio conocimiento, a un ahondamiento en un vivir sabiamente la realidad, a metamorfosearla a través de la creatividad, pero sobre todo de un mundo interior. Cumple así este libro una doble función: ser delicada guía para quien no conoce temas, lugares y personajes y, a la vez, conducir a autor, viajero y lector a una iniciación en un conocimiento más hondo: el que proporcionan las huellas que han dejado determinados poetas y santos de una Italia siempre paradigmática».
«Panzini no es solo un gran prosista que consigue sin esfuerzo aparente toda la fi na ironía que cabe en una página, sino también un hombre bueno.» Giovanni Papini
PÁGINAS DEL LIBRO
Por la costa hasta Ancona – En el Aspio – Frailes y monjas – Paisaje de Las Marcas – Centenario de Leopardi: el nuevo santo – Loreto y la melancolía de la Virgen negra – Leyendas sobre Leopardi – Entrada triunfal – Recanati – Mañana de Recanati – El retiro del poeta y los abates sabios – Lágrimas en Montemorello – El palacio de los Leopardi
Mi madre decía que abandonar la melancólica ciudad representaría un consuelo para mi alma.
Así fue como en la tarde del 3 de agosto de 1898 salí de Rímini con la bicicleta en compañía del ingeniero Pasini, un hombrecillo gris de mediana estatura y mediana edad, pero gran ciclista, que se siente sumamente feliz la noche que puede dormir sobre la gloria de unos ciento cincuenta kilómetros pedaleados. ¡Kilómetros de montaña, se entiende!
En lo mejor de nuestra conversación, mi bicicleta detonó como una santabárbara y de repente Pasini me vio desaparecer entre una nube de polvo, como una deidad homérica. ¡La rueda trasera había estallado!
Y henos allí, transformados de golpe en dos peatones agachados y polvorientos, objeto de escarnio de los transeúntes que antes mirábamos desde arriba, ¡volando con tan soberbia presteza! Ciertamente uno camina sobre una burbuja de aire, y no solo en la vía que conduce de Rímini a Pésaro.
La rueda había reventado cerca de la Focara, de dantesca memoria, y para llegar a Pésaro se necesita una buena marcha. Además el camino era una polvareda, de modo que nuestra entrada en la ciudad de Gioacchino Rossini no fue en absoluto triunfal; un altivo señor, afeitado y de abundante cabellera para más señas, al que vimos transportado por dos briosos corceles, ni siquiera se dignó dirigirnos una mirada. Aquello nos dolió, y más cuando nos aseguraron que se trataba del sucesor de Rossini: don Pietro Mascagni.
Aunque la reparación de la bicicleta nos hizo perder mucho tiempo, teníamos la intención de continuar hasta Senigallia con la luz de la luna; pero esta, que lánguidamente lenta salía en ese momento, se entenebreció de vapores, y el viento procedente del mar nos trajo un olor a lluvia. Por esa razón decidimos pernoctar en Fano, y estuvimos bien atinados, porque el agua cayó y no había cesado de caer cuando nos dormimos.