Ficha técnica
Título: El tiempo envejece deprisa | Autor: Antonio Tabucchi | Traducción: Carlos Gumpert | Editorial: Anagrama | Colección: Panorama de narrativas | Género: Relatos | ISBN: 978-84-339-7528-7 | Páginas: 176 | PVP: 16,00 € |
El tiempo envejece deprisa
Antonio Tabucchi
Todos los personajes de este libro parecen empeñados en confrontarse con el tiempo: el tiempo de las vicisitudes que han vivido o están viviendo y el de la memoria y la conciencia. Pero es como si en sus clepsidras se hubiera levantado una tormenta de arena: el tiempo huye y se detiene, da vueltas sobre sí mismo, se oculta, reaparece para exigir cuentas. Del pasado surgen fantasmas socarrones, las cosas que antes se distinguían claramente ahora se asemejan, las certezas estallan, las versiones oficiales y los destinos individuales no coinciden.
Un ex agente de la difunta República Democrática Alemana, que durante años se encargó de espiar a Bertolt Brecht, deambula sin meta por Berlín hasta llegar a la tumba del escritor para confiarle un secreto. En una localidad turística, un oficial italiano que ha sufrido radiaciones de uranio empobrecido en Kosovo enseña a una muchacha el arte de leer el futuro en las nubes. Un hombre que engaña su propia soledad contándose historias a sí mismo se convierte en protagonista de las mismas vicisitudes que se había inventado en una noche de insomnio.
Como en un cuadro de Arcimboldo, en el que las figuras singulares componen en perspectiva la figura mayor que las alberga, los personajes de este libro dibujan el inefable rostro de una estación. Es nuestra época impiadosa y fútil, hecha de un tiempo anfibio que ya no escande la vida y del que nos sentimos huéspedes ajenos. Historias extraordinarias que penetran de modo indeleble en nuestra imaginación, por más que ya no pertenezcan al mundo de la imaginación, sino a una realidad cuyo código tal vez hayamos extraviado. Son las historias de Antonio Tabucchi.
«La atracción y el placer gratifican de inmediato al lector del último libro de Tabucchi, y lo envuelven todo. Nueve magníficos relatos ambientados con el gusto cosmopolita del escritor, de Berlín a Estambul, de Varsovia a Bucarest, y escritos con un lenguaje cautivador» (Cesare Segre).
«Su lectura se impone de inmediato por su cuidado estilo, por una prosa que atrapa con su rigor, en las antípodas de la dejadez que asuela gran parte de la narrativa italiana contemporánea» (Giulio Ferroni, L’Unità).
«Relato a relato, Tabucchi mezcla monólogos interiores, ensueños y reminiscencias históricas para afrontar la cuestión más vertiginosa: la del tiempo que se escapa borrando nuestros recuerdos sobre las arenas movedizas del pasado» (André Clavel, L’Express).
«El gran talento de Antonio Tabucchi reside en su capacidad de traducir a ficciones sonámbulas las paradojas de las que está hecha la vida humana. Nos arrastra a universos paralelos que aparecen bajo los pasos de sus personajes: visiones, sueños, vidas huecas en sí mismas, donde se hunden. Una colección de excelentes relatos» (Michel Audétat, L’Hebdo).
«Le pregunté sobre aquellos tiempos en que éramos aún tan jóvenes, ingenuos, entusiastas, tontos, inexpertos. Algo de eso ha quedado, excepto la juventud, respondió.»
El viejo profesor se había interrumpido, tenía una expresión casi contrita, se había enjugado precipitadamente una lágrima que se le había asomado a una pestaña, se había dado un golpecito en la frente, como diciendo qué idiota, perdonen, se había aflojado el corbatín de aquel increíble color anaranjado y había dicho con su francés marcado por un fuerte acento alemán: les ruego que me disculpen, les ruego que me disculpen, se me había olvidado, el título del poema es «El viejo catedrático», de la gran poetisa polaca Wisława Szymborska, y en ese momento se había señalado a sí mismo, como queriendo indicar que el personaje de ese poema en cierto modo coincidía con él, después se había bebido otro calvados, más responsable de su conmoción que el poema, y se le había escapado una especie de sollozo, todos de pie, consolándolo: Wolfgang, no hagas eso, sigue leyendo, el viejo profesor se había sonado la nariz con un amplio pañuelo de cuadros: «Le pregunté por la fotografía», prosiguió con voz estentórea, «esa en el marco, sobre el escritorio. Fueron, pasaron. Mi hermano, mi primo, mi cuñada, mi esposa, mi hijita sobre las rodillas de mi esposa, el gato en los brazos de mi hijita, y un cerezo en flor, y sobre el cerezo un pájaro volador no identificado, respondió.»
El resto ya no lo había escuchado, o tal vez ya no quiso seguir escuchándolo, qué amable el viejo profesor del cantón de San Galo, los primos de San Galo son un poco paletos, eran palabras de la tía abuela oídas en alguna ocasión en la cocina, criaturas extrañas, son buena gente, pero viven en ese sitio tan aislado entre montes y lagos, en cambio quien le parecía delicioso a ella era el viejo profesor de San Galo, hasta había hecho fotocopias del poema que quiso leer en el brindis, qué delicadeza, y las había dejado a disposición de los invitados sobre la mesa ya puesta, entre el postre y los quesos, porque, según decía, ése era el mejor homenaje a la memoria del abuelo, «mi añorado e inolvidable hermano Josef, en cuyo lugar el Señor hubiera debido llamarme a mí».