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Ficha técnica

Título: El robo de la sonrisa |       Autor: R. A. Scotti | Traducción: María Álvarez Rilla | Editorial: Turner | Colección: Noema | Género: Novela | ISBN: 978-84-7506-921-0 |                  En la estantería : Arte del siglo xx – Historia de los museos | Páginas: 256 | Formato:  14 x 22 cm.| Encuadernación: Rústica con solapas | PVP: 20,00 € | Publicación: Marzo de 2010

El robo de la sonrisa

R. A. Scotti

TURNER EDITORIAL

La historia apasionante de un misterio que sigue sin respuesta: ¿Quién robó la Mona Lisa en 1911 y la mantuvo secuestrada dos años?

  • Un relato histórico muy bien documentado, que puede competir con la mejor novela de suspense.
  • Entorno muy literario del París de principios del siglo xx.

Puede que el rostro de Mona Lisa sea el más conocido de la historia del arte, y sin embargo son pocos los visitantes, de los miles que a diario cruzan la puerta del Louvre para contemplarla, que saben que una vez fue robada, y estuvo desaparecida durante más de dos años.

Los siete puntos claves del caso:

  • En agosto de 1911, el cuadro desapareció de la pared del museo.
  • Nadie se dio cuenta durante 24 horas.
  • Picasso fue un de los principales sospechosos.
  • Esta misteriosa desaparición convirtió a Mona Lisa en la mujer más buscada del mundo.
  • Pasó más de dos años desaparecida. Se pensó que nunca podría ser recuperada.
  • Una carta firmada por «Leonardo» llevó a los investigadores a hallarla.
  • Casi un siglo después, el caso sigue abierto.
  • Casi un siglo después, hay todavía más preguntas. ¿Fue «la banda de Picasso»? ¿Por qué llegó a estar Apollinaire en la cárcel? ¿La robó un nacionalista italiano que quería denunciar el expolio francés en su país? ¿Se trató del timo artístico más sofisticado de la historia? Lo único cierto es que la bella Gioconda apareció dos años después en Florencia, y que desde entonces recibe de nuevo a sus adoradores, protegida por un cordón de seguridad y un cristal antibalas.  
    Un fascinante misterio real. Scotti reabre uno de los casos sin resolver más deliciosos de los anales del crimen artístico. Booklist
    Qué delicioso resulta que todos los «chicos malos» de París, los excluidos del establishment artístico, fueran los principales sospechosos. Y tenían sus motivos, según el credo del Modernismo, cuyo primer enunciado formuló el marqués de Sade: ‘En el arte, uno debe matar a su padre. New York Times
    UN CRIMEN PERFECTO
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    En París no debería llover en el mes de abril, o eso dice la canción, pero el día era húmedo y frío. Salí de la habitación con vistas a los jardines de las Tullerías de mi hotel, crucé la rue de Rivoli y me refugié en el Louvre. No había colas en las taquillas ni grupos de turistas, y la inmensidad del museo se tragaba a los escasos visitantes dándome la sensación de que estaba allí sola. Subí la amplia escalinata frontal hasta la Victoria de Samotracia imaginándome que era Audrey Hepburn en Una cara con ángel.
       El Louvre encierra entre sus paredes la historia de Francia: tribunales, golpes de estado, bodas reales, revoluciones, ahorcamientos y asesinatos. Enrique IV murió desangrado por el cuchillo de su asesino, Ravaillac, bajo el techo cubierto de frescos de la Galerie d’Apollon. El Louvre fue fortaleza en la Edad Media, palacio en la monarquía, museo del pueblo durante la Revolución y escaparate de Napoleón en el Primer Imperio. Ha acogido establos y refugiado a okupas, ha servido de imprenta, de casa de citas a las prostitutas y de estudio a los artistas. David y Fragonard vivieron y trabajaron debajo de la Grande Galerie, con la colada tendida y el calor de sus discusiones filtrándose por las galerías junto con el aroma de sus guisos. Napoleón desalojó a los pintores cuando se convirtió en emperador, quejándose de que cualquier día acabarían por incendiarle su museo.
       Deambulaba por las galerías, sin una guía ni un plano del museo, cuando de pronto, inesperadamente, me encontré con Mona Lisa colgada en el centro de una pared. El cuadro, enmarcado, se hallaba encerrado en una caja de cristal. Estábamos a finales de la década de 1970 y no había ninguna medida de seguridad, ni un cordón protector que obligara a los visitantes a mantener las distancias. Sobre aquella pared del Louvre, la imagen me pareció oscura, con los colores turbios y la actitud distante. Leonardo dejó escrito que el pintor debía evitar colocar a sus modelos a plena luz del sol, donde la luz y las sombras fueran marcadas. Ahora me parece distinta.
       He convivido con Mona Lisa durante meses, buscando respuesta a un misterio centenario. En el reducido espacio de mi habitación, iluminada por una sola ventana alargada cuyas contraventanas abiertas dejan entrar la luz oblicua del norte, sus colores son los del campo toscano. Su tez es de un suave tono dorado. No importa que haya pasado casi toda su vida en Francia, ni que los franceses la llamen la Joconde y la reivindiquen como un tesoro nacional: Mona Lisa es tan intrínsecamente italiana como Sofía Loren. Seductora, pero serenamente reservada; reconocible al instante pero siempre esquiva.

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R. A. Scotti

R. A. Scotti publicó, antes de El robo de la sonrisa, cuatro novelas de misterio y dos libros: Sudden Sea: The Great Hurricane of 1938 (2004); y Basilica (2007), sobre la construcción de San Pedro en Roma. Para este último realizó una larga investigación que, indirectamente, la llevó a interesarse por el robo de la Mona Lisa, conjugando así sus dos grandes pasiones literarias: el crimen y el arte. Murió en 2010.

Obras asociadas
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