
Ficha técnica
Título: El rey siempre está por encima del pueblo| Autor: Daniel Alarcón | Editorial: Alfaguara | Colección: Literaturas | Género: Relatos | ISBN: 978-84-20406-12-1 | Páginas: 176 | PVP: 16,00 € | Publicación: 27 de Octubre 2010
El rey siempre está por encima del pueblo
Daniel Alarcón
El rey siempre está por encima del pueblo recoge las historias de una serie de personajes cuyas vidas carecen de heroísmo. Y sin embargo, en todas ellas subyace la violencia y la voluntad de rebelión ante una figura paterna o paternalista, ante el poder en cualquiera de sus formas.
Un niño es obligado por su padre a ejercer de lazarillo de un mendigo ciego y codicioso, hombres y mujeres construyen en una noche histórica su lugar en el mundo, un vibrador decide el destino amoroso de una pareja, un homosexual recuerda sus amores con el presidente Lincoln… Estos inolvidables relatos confirman a Daniel Alarcón como uno de los mejores narradores contemporáneos, capaz de fusionar lo mejor de la tradición literaria latinoamericana y estadounidense.
«Leer a Alarcón es como presenciar la llegada de un nuevo John Steinbeck o un Gabriel García Márquez.» Star-Tribune
«El talento y la sabiduría de Alarcón están por encima de su tiempo.» The New York Times Book Review
«La intensidad, elegancia y complejidad de los relatos de Alarcón revelan un talento prodigioso. Sus cuentos se despliegan con toda la fuerza de las historias de Flannery O’Connor: un inicio suave, un escenario inocente, y de improviso el lector se ve inmerso en un drama que desafía la imaginación, con personajes que perduran mucho después de que uno cierra el libro.» The Washington Post Book World
«La inagotable inventiva y el sentido del detalle de Alarcón son ya inigualables.» The Guardian
«No importa cuán difícil sea vivir entre dos culturas, para un escritor es una ventaja, ventaja que Alarcón explota con una destreza técnica y madurez de emociones que sorprenden por su juventud.» Los Ángeles Times
«Grandes ideas abordadas desde ángulos inesperados, una clara percepción de la condición humana y cada oración construida como un Stradivarius.» Star-Tribune
«Al tercer libro, Daniel Alarcón ya se ha convertido en un escritor indispensable.» El Comercio
PÁGINAS DEL LIBRO
Ocurrió el año en que abandoné a mis padres, a unos cuantos amigos inútiles y a una chica a quien le gustaba decir a todos que estábamos casados, para mudarme doscientos kilómetros río abajo, a la capital. El verano había llegado a su triste final. Yo tenía diecinueve años y mi idea era trabajar en el puerto, pero cuando me presenté, el hombre detrás del escritorio dijo que me veía enclenque, que volviera cuando tuviera algunos músculos. Me esforcé por disimular mi decepción. Había soñado desde niño con irme de casa, desde que mi madre me enseñó que el río de nuestro pueblo llegaba hasta la ciudad. A pesar de las advertencias de mi padre, nunca imaginé que me rechazarían.
Alquilé una habitación en el barrio contiguo al puerto, en la casa del señor y la señora Patrice, una pareja de ancianos que habían puesto un anuncio solicitando a un estudiante como inquilino. Era gente seria y formal, y me mostraron las habitaciones de su pulcra y ordenada casa como si se tratara de la exhibición privada de un diamante. Mi cuarto sería el del fondo, me dijeron. No tenía ventanas. Luego del breve recorrido, nos sentamos en la sala a tomar el té, bajo un retrato del antiguo dictador que colgaba sobre la chimenea. Me preguntaron qué estudiaba. En aquellos días yo sólo pensaba en dinero, así que respondí que estudiaba Economía. Mi respuesta les agradó. Luego me preguntaron por mis padres, y cuando les dije que habían fallecido, que me hallaba solo en el mundo, vi cómo la mano arrugada de la señora Patrice rozaba el muslo de su esposo.
Él ofreció rebajarme el alquiler, y yo acepté.
Al día siguiente, el señor Patrice me recomendó a un conocido suyo que necesitaba un cajero para su tienda. Me dijo que era un buen trabajo a medio tiempo, perfecto para un estudiante. Me contrataron. La tienda no quedaba lejos del puerto, y cuando hacía calor podía sentarme afuera, y oler el río allí donde se abría a la amplia bahía. Me bastaba con oírlo y saber que estaba allí: el rumor y el estrépito de los barcos al ser cargados y descargados me recordaban por qué me había marchado, adónde había llegado, y todos los otros lugares que aún me esperaban.
Trataba de no pensar en casa y, aunque había prometido escribir, por alguna razón nunca parecía ser el momento adecuado para hacerlo.