
Ficha técnica
Título: El arte de la distorsión |Autor: Juan Gabriel Vásquez | Páginas: 232 | Fecha de publicación: 02/9/2009 | Género: miscelánea literaria | Precio: 17.50 euros | ISBN: 978-84-204-2157-5 | EAN: 9788420421575
El arte de la distorsión
Juan Gabriel Vásquez
De Joseph Conrad a Julio Ramón Ribeyro, de las verdaderas razones para lanzar la bomba atómica a una vehemente defensa del cuento como género, de los malentendidos alrededor del Quijote a una nueva manera de leer Cien años de soledad: en El arte de la distorsión vemos a un narrador inmerso en un combate cuerpo a cuerpo con sus lecturas.
Con Los informantes e Historia secreta de Costaguana, Juan Gabriel Vásquez se ha situado en unos cinco años como uno de los escritores más importantes de su generación. Ahora, al reunir por primera vez sus mejore ensayos, nos presenta otra faceta de su labor literaria: diecisiete exploraciones que revelan a un lector agudo, original, apasionado.
El arte de la distorsión, ensayo que da título a este volumen, ganó el Premio Simón Bolívar. Éste es un libro que ofrece diecisiete maneras de comprobar que «la lectura de ficción es una droga; el lector de ficciones, un adicto».
La seriedad del juego
(a manera de prólogo)
En estos días me llegaron, por caminos distintos, dos textos curiosamente parecidos. Se parecen en forma y en color -dos cuadernillos de color hueso-, pero además son ambos discursos, y además los pronunciaron dos escritores estrictamente contemporáneos. Uno se titula Sobre la dificultad de contar», y es el discurso de entrada a la RAE de Javier Marías; el otro es la lección magistral que hace poco dio John Banville en el marco del segundo Premio Vallombrosa, y su título es «Las personas del verano ». Ambos son breves comentarios -o mejor diré aproximaciones, y añadiré cautelosas- al extraño oficio de escribir ficción. O, para ser más preciso, ambos son declaraciones de extrañeza y al mismo tiempo de fascinación por esta actividad humana que es contar las tribulaciones de gente que nunca ha existido; y, si bien parten de lugares muy distintos (y a muy distintos lugares llegan), ambos mencionan en algún momento el carácter más que lúdico, casi pueril, del escritor de ficciones.
Marías lo hace recordando esos versos de Stevenson que tantas veces ha recordado: «No digáis de mí que, débil, decliné / los trabajos de mis mayores, y que huí del mar, / de las torres que erigimos y las luces que encendimos, para jugar en casa, como un niño, con papel». Banville usa un poema de Stevens (Wallace), con lo cual sólo un par de letras lo separan del de Marías: «Las máscaras el verano son los personajes / de un autor inhumano». Luego recuerda cómo, para el novelista principiante, la creación de personajes es la cosa más natural del mundo. «Qué fácil parecía entonces crear aquellas personitas de papel», escribe de ese principiante. «Todo el día lo pasaban su estudio, como un juguetón Frankenstein en su crepuscular laboratorio.» Y los dos, Marías y Banville, pasan entonces a recordarnos que no, que no es fácil ni natural; que, de hecho, el pacto de la ficción (por el cual los lectores deciden creer en lo que leerán, incluso a sabiendas de que todo es una gran fabricación) es la cosa más
rara que existe.