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Ficha técnica

Título: Cartas a Sophie Volland | Autor: Denis Diderot |Traducción: Núria Petit | Edición, Notas y Prólogo:  Laurent Versini  | Editorial: Acantilado  | Colección: El Acantilado, 207 | Género: Cartas | ISBN:978-84-92649-60-0 | Páginas: 472 | Formato:  13 x 21 cm. | Encuadernación:Rústica cosida | PVP: 29,00 € | Publicación: 10 de Septiembre 2010

Cartas a Sophie Volland

Denis Diderot

ACANTILADO

Si carta y conversación son dos caras de un mismo espíritu, esta selección de cartas de Diderot a su amante, Sophie Volland, preparada por Laurent Versini-uno de sus mayores especialistas-, nos presenta una obra maestra de la literatura amorosa y, a la vez, un singular espacio de ensayo y encuentro filosófico. En 1755, cuando comienza la relación, Denis tiene cuarenta y un años y Sophie, treinta y nueve. Si Diderot invoca la correspondencia de Abelardo y Eloísa como modelo, lo cierto es que la sucesión de cartas nos muestra una oscilación de lo estrictamente amoroso al diario y la crónica del más audaz descubrimiento filosófico. Estas cartas son, en cierta medida, laboratorio de investigación tanto formal como conceptual, así como un examen de conciencia ante una mujer.

«Estas cartas resultan imprescindibles para componer la figura del autor de la Enciclopedia». Laura Fernández, El Mundo

«Una joya de la literatura amorosa.» Álvaro Colomer, Yo Dona

«Un delicioso y romántico clásico del género epistolar. Imprescindible». Vanity Fair

«Lean, si pueden, las maravillosas y sensuales cartas que dirigió a su amante, Sophie Volland». Philipp Blom, El Malpensante.com

 

PÁGINAS DEL LIBRO

Viernes por la mañana, 10 de mayo de 1759  

Ayer a las ocho salimos para Marly. Llegamos a las diez y media. Encargamos un gran almuerzo y nos desperdigamos por los jardines, donde lo que me sorprendió fue el contraste del arte exquisito en cenadores y bosquetes, y la naturaleza agreste en la masa frondosa de los árboles inmensos que los dominan y les sirven de fondo. Estas casitas separadas y semiocultas en el bosque parecen las moradas de geniecillos subalternos, con el amo de todos ocupando la de en medio. Eso da al conjunto un aire como de cuento de hadas que me gustó. En un jardín no ha de haber muchas estatuas, y en éste me parece que abundan demasiado. Las estatuas hay que verlas como seres que aman la soledad y que la buscan, como poetas, filósofos y enamorados, y éstos no son seres corrientes. Unas cuantas estatuas hermosas ocultas en los lugares más recónditos, lejos las unas de las otras, que me llamen, que vaya yo a buscar o que me salgan al paso, que me detengan y con las que pueda conversar un rato; nada más, con esto basta. Iba pasando por entre los objetos, errante y con ánimo melancólico. Los demás iban delante apretando el paso, y nosotros, el barón de Gleichen y yo, los seguíamos lentamente. Me sentía bien al lado de aquel hombre. Y es que los dos compartíamos un sentimiento secreto. Es increíble cómo las almas sensibles se entienden casi sin hablarse. Una palabra que se escapa, una distracción, una reflexión vaga y deslavazada, una nostalgia lejana, una expresión encubierta, el sonido de la voz, la manera de andar, la mirada, la atención, el silencio, todo es revelador de la una para la otra. Hablábamos poco, sentíamos mucho, sufríamos ambos, pero él era más de compadecer. Yo volvía de vez en cuando los ojos hacia la ciudad, los suyos a menudo se fijaban en la tierra; buscaban en ella un objeto que ya no es de este mundo. Llegamos a una estatua que me impresionó por la simplicidad, la fuerza y lo sublime de la idea. Es un centauro que lleva en la grupa a un niño. El niño acerca los deditos a la cabeza del feroz animal y lo guía tomándolo por un solo cabello. Es digno de verse el rostro del centauro, el gesto de la cabeza, la languidez de la expresión; su respeto por el niño déspota. Lo mira y se diría que no se atreve a dar un paso. Otra me complació más todavía; es un viejo fauno mirando con ternura a un recién nacido que tiene entre sus brazos. La estatua de Agripina bañándose no está a la altura de su reputación, o tal vez no estaba yo en el ángulo adecuado para juzgarla.

   Dividimos nuestro paseo en dos. Recorrimos la parte de abajo antes de almorzar. Comimos todos con mucho apetito. Nuestro barón, el nuestro, estuvo alocado a más no poder. Es original en el tono y en las ideas. Figuraos a un sátiro alegre, descarado, lascivo y nervioso, en medio de un grupo de figuras castas, blandas y delicadas. Ése era él entre nosotros. No habría incomodado ni ofendido a mi Sophie, porque mi Sophie es hombre o mujer cuando le place. No habría ofendido ni incomodado a mi amigo Grimm, porque éste permite a la imaginación sus descarríos, y lo que se dice sólo le disgusta cuando está fuera de lugar. ¡Cuánto echamos de menos a ese amigo! ¡Qué dulce fue el intervalo durante la comida en que nuestras almas se abrieron y empezamos a describir y a ensalzar a nuestros amigos ausentes! ¡Qué calor en la expresión, en los sentimientos y en las ideas! ¡Qué entusiasmo! ¡Qué felices nos sentíamos al hablar de ellos! ¡Qué felices se hubieran sentido ellos al oírnos! Querido Grimm, ¿quién os repetirá mis palabras? Nuestro almuerzo se prolongó y no se hizo largo. Luego recorrimos la parte alta. Hice observar que no hay aguas más hermosas que las que caen en cascada o las que fluyen, y que en ningún lugar de ese jardín las habían puesto. Hablamos de arte, de poesía, de filosofía y de amor; de la grandeza y vanidad de nuestras empresas; del sentimiento o del gusano de la inmortalidad; de los hombres, de los dioses y de los reyes; del espacio y del tiempo; de la muerte y de la vida. Era un concierto en medio del cual se hacían notar continuamente las palabras disonantes de nuestro barón. El viento que se levantaba y el atardecer que empezaba a refrescar nos hicieron volver al coche.

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Denis Diderot

Denis Diderot (Langre, Francia, 1713 - París, 1784) es autor de novelas, ensayos, obras de teatro, crítica artística y literaria y coautor de la famosa Enciclopedia. Acantilado ha publicado en 2010 sus Cartas a Sophie Volland.

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