
Ficha técnica
Título: Cancroregina | Autor: Tommaso Landolfi | Traducción: Flavia Costa y Rodrigo Molina-Zavalía | Editorial: Adriana Hidalgo Editora| Colección: Narrativas | Páginas: 95 | Género: Novela | ISBN: 978-987-1923-18-2 |Precio: 12,50 euros |
Cancroregina
Tommaso Landolfi
Inédita hasta ahora en castellano, Cancroregina es el nombre de una máquina asombrosa, improbable y tentacular, una nave espacial de «mil ojos» y «humor extraño», inventada para viajar a la Luna y «mostrar a todos los hombres de buena voluntad nuevos caminos, para los cuerpos y para los espíritus». La nouvelle es, de hecho, un inquietante diario de a bordo que el protagonista escribe durante lo que debía ser un viaje más allá de los confines de la Tierra, pero que después de algunas peripecias, comienza a ser un giro sin fin alrededor del planeta, una travesía sin meta y sin destino. Náufrago, desconectado del mundo, suspendido en una especie de limbo fuera del tiempo y del espacio humanos, el astronauta se hunde, con la acostumbrada ironía landolfiana -ese tono de falsa inocencia que contrasta con observaciones desesperadas y geniales-, más y más entre la reflexión y el delirio. Se ha insistido en que Cancroregina no es un libro de ciencia ficción; que el género es sólo un pretexto de Landolfi para ahondar en el vacío, la ausencia de sentido, las preguntas sin respuesta. Es probable, sin embargo, que aquí la excusa sea central. Que, como bien entendió la corriente new wave en la ciencia ficción, Cancroregina represente el locus donde ocurre la gran metamorfosis social y antropológica de la segunda mitad del siglo XX: el movimiento de vaivén de la imaginación desde el asombro práctico por el espacio exterior y el futuro lejano hacia el misterio metafísico y político del futuro inmediato y el espacio interior. Precisamente para hablar de esto, el género resulta una nave perfecta. La atmósfera en la astronave es alucinatoria y espesa; su protagonista habita en una zona de sí tan desamparada que difícilmente el lector pueda desembarazarse de lo que eso provoca en su propio ánimo. Pero ¿a qué es fiel un lector? Uno se aventura incluso al viaje literario de la locura y la muerte si la nave que lo lleva está cargada de un sentido sutil de la felicidad, de una secreta euforia, como sucede en Cancroregina. Flavia Costa.
I
…23 de marzo de 19...
Estos aparejos retorcidos o lustrosos, estos botones, estas llaves, estas palancas, estos complicados sistemas, racimos, haces, marañas de elementos de acero, de vidrio y vaya uno a saber de qué otra cosa; estos cuadros estas transmisiones estas distribuciones estas señales luminosas estos indicadores estos cuadrantes; estas articulaciones, estos ensambles y junturas; en una palabra, toda esta maquinaria infernal brilla cruel frente a mí, reconocible en sus más diminutas piezas por la luz blanca, espectral, que aún despierta pequeñas y vagas sombras azulinas, parecidas a las breves sombras de mediodía estival que, con un engaño similar, hablan de reposo, de esperanza, en aquel otro mundo tanto más vasto e igualmente estrecho… Oigo el habitual, ininterrumpido zumbido agudo, sibilante, que sólo por momentos sale del tono fino para superar el poder de percepción de mi oído y para perderse en una inaprensible, muda vibración sonora.
La Tierra está debajo de mí siempre más o menos en la misma actitud, con la misma mueca quiero decir, delineada en su rostro por el continente en el que nací, Europa; mueca del paso de las nubes, incesantemente velada y develada, en ocasiones alterada, contraída, pero en sustancia la misma, así como es constante la expresión general de un rostro humano presa de sus emociones. ¡Oh!, ¿no podría al menos estar condenado a contemplar una parte de esa Tierra que fuera desconocida para mí, y menos odiada?
Sobre mí, la Luna, la romántica Luna… que nunca inspiró tanto horror con su cara absorbente, hipnótica, blanca y negra, con sus desaforados remolinos de piedra calcinada.