
Ficha técnica
Calle La Boétie 21
Anne Sinclair
¿Sus cuatro abuelos son franceses?, me preguntó el empleado que estaba detrás del mostrador. Era la pregunta que habían hecho por última vez a los que pronto subirían a un tren procedentes de Pithiviers, Beaune-La Rolande o del Velódromo de Invierno, camino de los campos de concentración… y bastó para que acudiera a mi memoria Paul Rosenberg, mi abuelo, amigo y consejero de pintores, cuya galería se encontraba en la calle La Boétie 21 de París.
Atraída a mi pesar por esa dirección y por la trágica historia a ella vinculada, deseé, de repente, revisitar la leyenda familiar. Me sumergí en los archivos. Intenté entender el itinerario de ese brillante abuelo, íntimo de Picasso, Braque, Matisse, Léger y que pasó a ser un paria bajo el régimen de Vichy. Paul Rosenberg fue un gran marchante. En París hasta 1940 y en su exilio de Nueva York durante la guerra. Era francés, judío y un enamorado del arte. Este libro cuenta su historia, que, indirectamente, es también la mía.
Prólogo
Día de lluvia y manifestación a comienzos de 2010.
Mi barrio está cercado por la policía, no hay quien circule por los alrededores de la plaza de la Bastilla y estoy encerrada en un coche que no puedo abandonar. Por fin llego ante un cordón de antidisturbios que bloquea el bulevar Beaumarchais. Bajo la ventanilla y pido a uno de ellos, que está chorreando debido a la tromba de agua, que me deje pasar porque vivo allí. «Documentación», me pide con aire cansino. Acabo de mudarme y ni en mi carné de conducir ni en el de identidad figura mi nueva dirección. Lo siente mucho pero no puede fiarse sólo de mi palabra. Necesita algo que demuestre mi nuevo domicilio. No puedo volver a casa.
Escribo a Nantes, a la oficina que expide los extractos de las partidas de nacimiento de los franceses nacidos en el extranjero. Cuando me mandan el documento voy a la comisaría de policía más próxima a mi domicilio, la del muelle de Gesvres, provista de todos los papeles necesarios: el extracto de la partida de nacimiento y mi carné de identidad renovado hace poco y válido hasta dentro de siete años. Larga cola de gente, saco un número a la entrada y espero una hora y media durante la que me dedico a observar a los que acuden a tramitar sus carnés de identidad o sus pasaportes. Y a los empleados, desgraciadamente