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Ficha técnica

Título:Breve historia de la corrupción | Autor: Carlo Alberto Brioschi | Prólogo: Baltasar Garzón | Editorial: Taurus | Colección: Taurus Historia | Género: Ensayo | ISBN: 9788430607907 | EAN: 9788430607907 | Páginas: 220 | Formato:  13 x 21,5 cm.| PVP: 18,00 € | Publicación: 24 de Mayo 2010

Breve historia de la corrupción

Carlo Alberto Brioschi

TAURUS

Políticos, gobernantes, empresarios de cualquier ralea: todos han encontrado en su camino el sutil y penetrante hedor de la corrupción. Desde la antigua civilización mesopotámica, donde la reciprocidad regalo-favor era una costumbre consolidada, hasta las irresueltas cuestiones morales de nuestros días.

Al final del recorrido, es lamentable comprobar, como destaca Garzón en su contundente prólogo, que «tampoco han cambiado tanto las cosas; en España y fuera de España se mercadea con los cargos públicos, se aceptan regalos e incluso se defiende vehementemente que éstos son una costumbre social». Esta erudita, divertida y breve historia traza las «proezas corruptivas» de los grandes y menos grandes personajes de la historia, con especial hincapié en los gobernantes, los políticos, los funcionarios públicos, los numerosos estafadores financieros a lo largo de cuatro mil años.

«Una lectura deliciosa, purificante e imprescindible para todo aquel que quiera levantar la cabeza y contemplar -desde una perspectiva más erudita- la poza de mierda en la que chapotean muchos de nuestros egregios conciudadanos.» Quim Monzó, La Vanguardia

«La narración breve y concisa es un arte, un don que Brioschi posee y utiliza en este brillante libro.» Roberto Coaloa, Il Sole 24 Ore

 

INTRODUCCIÓN
¿A QUIÉN LE IMPORTA SI CÉSAR
ES UN LADRÓN? 

«Conozco bien el problema… Yo dejé de construir en Milán
porque en Milán no se podía construir nada si no te
presentabas con el cheque en la boca.»
SILVIO BERLUSCONI 

 

Si Julio César era un ladrón, ¿a quién le importa? La pregunta no es nueva pero con el tiempo no parece haber perdido su actualidad, si es cierto, como escribió el ensayista norteamericano John Jay Chapman, que «la falta de honradez puramente financiera muestra una escasa importancia en la historia de la civilización». Y si ciertamente son pocos los que recuerdan al obispo inglés Thomas Becket o al presidente norteamericano John Quincy Adams por su presunta falta de honradez, la impresión es que la corrupción de los grandes en el fondo se considera casi inevitable y que en algún caso, incluso, la percepción de lossúbditos o de los ciudadanos ha sido la de poder contar con una consiguiente riqueza general y mayores ocasiones de negocios o prebendas para todos; que de algún modo, en definitiva, del banquete de los primeros acaben por caer, antes o después, las migas para los pequeños. «El débito público», escribía Coleridge en 1823, «ha hecho ricas a más personas de las que lo habrían merecido. Es como un comedor para el que se hubieran distribuido trescientos vales pero que en realidad sólo tiene capacidad para cien». En tal caso, entonces, puede ser que importen, ya lo creo, el conflicto de intereses y las acusaciones dirigidas al Príncipe; pero no sólo según alguna consideración virtuosa y moralista. Porque la cuestión es justamente la opuesta:si la mayoría de los ciudadanos elige de hecho por sufragio universal al hombre que con pragmática sabiduría ofrece grandes esperanzas o si un gran número de ahorradores se sube voluntariamente al carro de un gran capitán de industria que promete sueños de riqueza, sería conveniente saber qué conciencia real tienen de la posible ventaja que puede obtenerse de la presunta falta de honradez del jefe. Es decir, si eso no les importa gran cosa o si, por el contrario, esa mayoría lo considera un factor relevante y decisivo en el acto de depositar su papeleta en la urna o en el momento de hacerse un hueco en la corte del magnate de turno.

   Y no hay duda de que, al menos tanto como las tersas manos de los moralistas, las que están sucias y embadurnadas de barro ejercen en el fondo un discreto encanto en los mortales comunes; así es como los Nerón y los Calígula han pasado a la historia de igual modo que los santos (y bastante más que los honrados mediocres), y las hazañas de los grandes granujas, como nos cuenta Charles Mackay en su célebre muestrario de las locuras colectivas, excitan la memoria popular a lo largo de los siglos. Porque «la especulación», como escribió Washington Irving, «es la aventura romántica del comercio y envilece las realidades más sobrias. Hace del especulador en bolsa un mago, y de la bolsa un motivo de encanto».

   «¿Qué vale una ganzúa frente a un título accionarial? ¿Qué vale reventar un banco frente a la fundación de un banco?», se preguntó no sin ironía Bertolt Brecht. Sin necesidad de retroceder mucho en el tiempo bastaría citar a la ex premier inglesa Margaret Thatcher: «Nadie se acordaría del Buen Samaritano si sólo hubiera tenido buenas intenciones. También tenía dinero». O también al ex presidente francés Charles De Gaulle, según el cual «la perfección invocada en los Evangelios nunca ha construido un imperio. Porque todo hombre de acción posee una fuerte dosis de egoísmo, orgullo, dureza y astucia. Pero todas estas cosas le serán perdonadas, y hasta consideradas altas cualidades, si consiguiera utilizarlas para obtener grandes resultados».

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Carlo Alberto Brioschi

Carlo Alberto Brioschi es editor de ensayo en la editorial italiana Rizzoli. Ha publicado La penisola del tesoro (Diabasis, 1996) y Elogio della corruzione (Ponte alle Grazie, 1997).

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