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Ficha técnica

Título: A cuerpo de rey. Monarquía accidental y melancolía republicana | Autor: Jon Juaristi | Editorial: Ariel | Formato: 14,5 x 23 cm. |Presentación: Rústica con solapas | Páginas: 192 | ISBN: 978-84-344-1899-8 | Precio: 16,90 euros | Ebook: 9,99 euros

A cuerpo de rey

ARIEL

La monarquía constitucional española no se ha sostenido sobre el fervor monárquico de la población, sino sobre un accidentalismo pragmático que ha comenzado a diluirse. La crisis económica ha agudizado la falta de legitimación de la institución y sus privilegios son ahora vistos como desproporcionados en un régimen liberal democrático.

Pero, ¿es contradictoria la defensa de la Monarquía con la pervivencia de la democracia liberal? ¿Es el republicanismo algo más que una ficción idealizada de la Segunda República? ¿O es más un canto esencialista a favor de una reformulación de esa ansiada nueva España?

Juaristi se adentra en los conceptos políticos y sus semblanzas en los países de nuestro entorno para abordar con criterio, rigor y argumentos un debate que como siempre que llena las calles, lo hace con la frivolidad y la banalización del canto popular y la pancarta.

1. A cuerpo de rey

El día 18 de marzo de 1995, la infanta Elena se casó en la catedral de Sevilla con Jaime de Marichalar. El historiador Santos Juliá tuvo la ocurrencia (así lo reconocía él mismo) de publicar el día siguiente, en El País, un artículo sobre la muerte de los reyes. (1)

Santos Juliá tomaba prestado el título de su artículo a un clásico del siglo xx: Los dos cuerpos del rey, de Ernst H. Kantorowicz, un apasionante ensayo de teología política que no ha cesado de reeditarse desde su aparición, en 1957. Su autor, un judío alemán exiliado en los Estados Unidos y profesor en Princeton, abordaba en él una ficción jurídica medieval de origen teológico: la idea de que la persona del rey tiene dos cuerpos. Uno, mortal, corruptible, sujeto al envejecimiento y a las enfermedades, expuesto a la locura o a la imbecilidad. El otro, inmutable, imperecedero, sin edad, dotado de una presciencia política infalible. Cuerpomortal y cuerpo inmortal (o político) coinciden en una misma persona, de modo que el rey nunca muere. Su aparente muerte no es más que la separación de los dos cuerpos (no del cuerpo y del alma), como si el cuerpo inmortal necesitara librarse cada cierto tiempo de su encarnadura transitoria y caducante. A Kantorowicz le interesaba, sobre todo, exponer la amplísima serie de teorías filosóficas y teológicas que había acumulado la jurisprudencia de la Edad Media y Moderna para sostener una ficción teológica, que, en el fondo, consistía en el traslado al discurso político del dogma cristiano de la Iglesia como cuerpo místico de Jesucristo: así como la Iglesia, a través de Jesucristo, es la Fuente de la Gracia (recuérdese su magnífica representación alegórica en el cuadro de Van Eyck que se expone en el Museo del Prado), el cuerpo inmortal o místico del rey es la Fuente de la Justicia. Es evidente que esta última alegoría constituye una metáfora secular y degradada de la primera.

Santos Juliá afirmaba en su artículo que las tres muertes infligidas a los monarcas reinantes por los revolucionarios ingleses en 1649 (Carlos I), por los franceses en 1793 (Luis XVI) y por los rusos en 1918 (Nicolás II) fueron sendos intentos de destruir el cuerpo místico del rey. Los españoles, por el contrario, jamás hemos matado a nuestros reyes, aunque los hemos destronado a menudo. Según Santos Juliá, hemos optado desde 1808 por la vía no cruenta de desembarazarnos de la dinastía reinante mandándola al exilio cuando el rey en ejercicio no nos satisface, pero reservándonos la posibilidad de restaurarla bajo condiciones que el pretendiente debe aceptar si quiere recuperar el trono de sus ancestros. Así habría sucedido con Juan Carlos I:

Reinstaurada por última vez en 1975, y no tras la muerte de un rey, sino de un dictador, la monarquía renacía así por necesidad demasiado humana: el rey restaurado sabía, y muchos esperaban, que como Rey podía morir. Es más, probablemente hubiera muerto si no hubiese salido a la calle en busca de lo único que podía darle en cuanto Rey larga vida: la aceptación y el calor popular.(2)

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(1). Santos Juliá, «Los dos cuerpos del rey», El País, 19 de marzo de 1995.

(2). Ibidem

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