Jean-François Fogel
Tarde o temprano, la información tenía que salir: Ryszard Kapuscinski trabajaba como espía para el gobierno comunista de su país, Polonia. El diario inglés The Guardian se hace eco de la noticia al acusar el reportero más famoso del fin del siglo XXI (no se puede olvidar su retrato póstumo del emperador de etiopía) de hacer lo que hacía cualquier persona en los países socialistas: hablar con las autoridades para conseguir un poco de libertad de acción.
Soy incapaz de entender lo que dice el sitio de la edición polaca de Newsweek pero soy muy consciente del talento del hombre cuya fotografía vemos en la portada. ¿Quién es tan ingenuo para creer que Kapuscinski conseguía permiso de salida sin dar algo a la seguridad? Lo importante, lo que nunca sabremos, es lo que callaba cuando tenía que enfrentarse con la ineludible conversación con los hombres encargados de redactar los informes sobre él. Me acuerdo muy bien, en Cuba, trabajando como periodista, que yo hacía lo mismo. Mejor hablar con la persona que hace informes sobre ti. Permite ayudar a esta persona y así no te molesta mucho pues de todas maneras esa persona, pase lo que pase, tiene que entregar algo a sus superiores. Y nadie te impide callar lo fundamental; es decir, lo que involucra la seguridad y la vida privada de otras personas.
Supongo que fue la técnica de Kapuscinski. Estas acusaciones no van a cambiar mi admiración por un escritor que llevó el periodismo al nivel de la literatura. Además, me parece que no está mal figurar en el club de los escritores/espías. Graham Greene, John Le Carré son buenos modelos. Y la verdad es que existe algo peor: los escritores ciegos. Lo que hicieron John Dos Pasos o Sinclair Lewis al ser manipulados por la propaganda oficial en sus visitas a la Unión soviética o la celebración del pacto entre Hitler y Stalin por parte de Dashiel Hammett. Esto es algo que todavía justificaría una portada de Newsweek.