Jean-François Fogel
Basta preguntar al motor de búsqueda Google de España cuáles son los libros de Sagan para entrar en el espacio. Carl Sagan, el pionero americano de la conquista del cielo, sale con sus promesas de conquista de planetas y su dominio del hombre sobre el vacío. Hace años (Google todavía no existía) el contenido con apellido Sagan tenía como nombre Françoise. Sagan era la novelista francesa que entró como una estrella en el mundo de la literatura con un cuento triste, realista, lleno de matices y emociones íntimas: Buenos días, tristeza.
El libro se publicó en 1954, Sagan tenía 19 años y hablaba del placer y de las trampas del amor con tanta madurez y talento que François Mauriac no dudó en su espanto en inventar la definición famosa de la escritora: "un charmant petit monstre" que se traduce muy mal por "un delicioso monstruito". La verdad es que no había manera de describir la amargura feliz de este nuevo talento. Sagan sabía lo que el amor lleva de sufrimiento ineludible. Su novela se relee muy bien, hoy, y basta para entender la fenomenal fama de su autora en Francia. En seguida, Sagan se exportó al mundo entero aunque los libros siguientes nunca llegaron a tener el mismo impacto. Sagan no era la revelación de una jovencita sino la marca de una producción continua de novelas cuya música suave y triste era eso: la misma música en obras distintas aunque muy parecidas. Con el paso del tiempo, sólo los franceses siguieron leyendo unos 30 libros que no son malos y tampoco excepcionales. Sagan, hasta su muerte hace tres años, fue la amiga que había que escuchar, cada año y medio, contando el amor y el desamor en la vida de los acomodados.
Ahora parece que la historia no es tan superficial. Los franceses echan de menos a Sagan. Tres años es un purgatorio muy cortito para un escritor: ya tenemos a Sagan en todas partes. Rodaje de películas, nueva adaptación de su obra de teatro, reimpresión de textos, números especiales. Sobre todo, dos libros, muy distintos, cuentan la historia de Sagan (tan famosa que no necesitaba nombre): Un amour de Sagan de Annick Geille, una editora que fue a la vez amante de la novelista y de Bernard Franck, un crítico literario, ex-amante de Sagan, y Sagan à toute allure, una biografía de Marie-Dominique Lelièvre. La biografía es una revelación. A toute allure tiene un doble sentido: hace referencia a la velocidad de la vida de la novelista como a su porte en la vida. Con Sagan (que aguantó en su carne y sus huesos terribles accidentes de tráfico) había mucha velocidad, mezclada con alcohol, fiestas, cigarrillos y drogas de todo tipo. Pero había también un porte espontáneo, casual, directo que se parecía a la imagen de una felicidad moderna. Sobre todo, es lo que se aprende en el último libro, había un afán de cariño. El cariño de hombres en la vida pública, el cariño de mujeres en una vida más secreta. Descubrir que nuestro patito feo (Sagan no era hermosa) fue amante de Ava Gardner es algo deslumbrante. Era una niña envuelta en el éxito que se mantuvo como niña a lo largo de su vida. Como lo decía ella: "je suis un accident qui dure" (Soy un accidente duradero). Es una buena definición de una novelista que permanece entre los franceses.