Jean-François Fogel
La industria proustiana fue tan potente en los últimos años y tan seria, llena de una especie de soberbia erudita (comentarios sobre la obra, biografías, ensayos sobre lo bueno de leer a Proust, etc.) que es un alivio descubrir una reedición de Dos pastiches proustianos (Anagrama) de Llorenç Villalonga. Es el libro más inteligente y más improbable sobre el autor de la Búsqueda del tiempo perdido: la traducción al castellano de una obra en catalán que finge (y consigue) ser un texto en prosa de Proust en francés.
No hay duda al releer el libro casi 30 años después de mi primera lectura: el resultado es de primer orden, convincente, lleno de ironía y de guiños a la figura del escritor francés. Ambos textos podrían ser de Proust tanto por el movimiento de las frases como por la manera de ser y de no ser del narrador, de dar vueltas para conseguir una infinita precisión en la descripción de emociones.
El primer “pastiche” que se titula “Marcel Proust intenta vender un De Dedion-Bouton” es un retrato psicológico del escritor dedicando una energía considerable a explicar lo que él describe como una “solución casi imposible” a una pesadilla suya. “Charlus en Bearn”, el segundo texto, es un encuentro entre la obra de Proust, a través de uno de sus principales personajes, y Bearn la casa aristocrática que ha dado su nombre a la novela más conocida de Villalonga.
Comparar Bearn con El Gatopardo de Lampedusa es algo tan común que no vale la pena involucrarse en este tema. Villalonga era un aristócrata de Mallorca y no es difícil comparar su figura un poco austera con la del novelista siciliano. Ambos contaron desde una isla del mediterráneo la decadencia ineludible de las grandes familias cuando son “fin de raza”. En realidad, hay una dimensión histórica en Lampedusa y algo más íntimo, psicológico en Villalonga.
No importa reabrir el debate cuando tenemos de nuevo la oportunidad de descubrir el homenaje de Villalonga a Proust. Sus dos textos son excepcionales. Villalonga recuerda en su introducción la expresión utilizada por Proust para pedir excusa al conde de Montesquiou preocupado por su parecido con Charlus: una imitación es “un exceso de admiración”. Una imitación es también un conocimiento extremo. Podemos morir de risa al leer los dos textos de Villalonga, pero no podemos ignorar que el aristócrata mallorquino hizo lo más difícil: comportarse como un maestro en lo que parece ser un mero juego.