Jean-François Fogel
Un amigo me manda un enlace hacia un artículo de The Forward, un diario judío en línea. Se trata del extracto de un libro de Ruth Wisse, Jews and Power (los judíos y el poder). El artículo se titula “Politics of language” (la política del lenguaje). Es una larga evocación de los dos lenguajes históricos de los judíos: el yiddish y el ladino, lo que pone al hebreo en una posición extraña. La tesis de Wisse es que los judíos se encuentran a medio camino entre los cristianos (no importa el lenguaje de los textos sagrados, valen las traducciones) y los musulmanes (el libro sagrado no se puede desconectar del idioma árabe). Para los judíos, el hebreo es central pero tampoco es el lenguaje exclusivo. Todo el contrario: la relación de los judíos con el idioma es de lo más abierta.
Una última prueba de esta tesis: un cálculo sobre los judíos que consiguieron el Premio Nobel de Literatura. De 104 ganadores, 12 son judíos. El diez por ciento no está mal para un pueblo tan pequeño, pero más impresionante es la utilización de siete idiomas para conseguir estos premios: alemán (Heyse, Sachs, Canetti), francés (Bergson), ruso (Pasternak, Brodsky), inglés (Bellow, Gordimer, Pinter), húngaro (Kertsez), hebreo (Agnon) e yiddish (Singer).
Ruth Wisse emigró con sus padres desde Czernowitz en Rumanía, hacia Canadá. Su historia y la de su familia es la de una mezcla de idiomas. Se tituló en Harvard en estudios de yiddish, pero nota que dos escritores judíos nacidos en la misma ciudad de Czernowitz (que pertenece hoy a Ucrania) se ilustraron en alemán (Paul Celan) y hebreo (Aharon Appelfeld). No da explicación a la proporción descomunal de judíos entre los ganadores del Nobel de literatura pero explica muy bien, como los judíos, al tener una actitud muy flexible con relación al lenguaje tuvieron “ventajas espectaculares en la competencia cultural”. Buena oportunidad para reflexionar sobre los determinismos en el clásico triángulo: nación, idioma, estado.