Jean-François Fogel
Tomé la fotografía que acompaña a este post hoy jueves, a las 8h40 de la mañana, hora de París. Es la estación «Gare de Lyon» de la línea 14 del metro parisiense. La única línea automatizada que funciona sin conductor ni vigilante. En tiempos normales, la fotografía a aquellas horas tendría que ofrecer una tormenta de seres humanos corriendo hacia su trabajo. Hoy, con una huelga gigantesca en contra de la reforma de los regímenes especiales de jubilación, los parisienses no se atrevieron a pisar las calles de su ciudad. La Línea 14, la única que ofrece un servicio normal está vacía. Los viajeros no están.
Tampoco están el presidente Nicolas Sarkozy y, su esposa, Cecilia. En un comunicado de quince palabras anuncian el fin de su matrimonio, eludiendo a la palabra divorcio: "Cécilia et Nicolas Sarkozy annoncent leur séparation par consentement mutuel. Ils ne feront aucun commentaire"(Cecilia y Nicolas Sarkozy anuncian su separación por consenso mutuo. No harán comentarios.)
Lo más impresionante del comunicado, es la calidad de la comunicación previa. A través de filtraciones fuertes y desmentidos débiles, poco a poco, se creó el interés por la noticia del divorcio presidencial. La prensa y las tertulias audiovisuales eran un caldo de cultivo sobre la vida amorosa de los Sarkozy en el momento del inicio de la huelga. El rumor escondía en gran parte la protesta de los sindicatos en el sector público. Una lucha matrimonial por encima de una lucha social: información moderna y equilibrada.
El colmo fue el momento de la publicación del comunicado sobre la separación: a la hora del almuerzo. Unos minutos después salía el artículo en el vespertino Le Monde explicando los pormenores del divorcio y sobre todo develando la mentira: Sarkozy, candidato a la elección presidencial, fingía vivir con su esposa, tal como la candidata socialista, Ségolène Royal, fingía por su parte vivir con su compañero.
Francia no está. Sus jugadores de rugby no están en la final de la Copa del Mundo este sábado en París, los trabajadores no están en la calle pero lo más importante es que la pareja presidencial llega a actuar como estos indígenas del altiplano en los Andes fingiendo de existir frente a instituciones: están y no están, como se dice en Bolivia.