Jean-François Fogel
Se entregará el premio Goncourt, el premio literario francés más importante, el 5 de noviembre. Sólo quedan cinco novelas en la lista de los jurados: A l’abri de rien de Olivier Adam (casa editorial L’Olivier); Le rapport de Brodeck de Philippe Claudel (Stock); Le canapé rouge de Michèle Lesbre (Sabine Wespieser); La passion selon Juette de Claire Dupont-Monod (Grasset) y Alabama Song de Gilles Leroy (Mercure de France). ¿Quién ganará? De verdad, no importa. Ya se conoce el resultado fundamental: 2007 no se puede comparar con 2006 y la loca temporada provocada por la publicación de Les bienveillantes.
Escribí mucho en este blog sobre la mezcla de desconcierto y de entusiasmo que provocó el éxito de esta novela de Jonathan Littell. Ahora, al ver en la tapa de Las benévolas (traducción al español, publicada por la casa editorial RBA) la banda roja con el “blurb” de Jorge Semprún asegurando que se trata del “acontecimiento del siglo” es difícil no volver atrás para entender un poco el fenómeno Littell: la locura por un desconocido y su océano de novela repleta de cadáveres.
A pesar de cuidar sus apariciones públicas y de huir de las tertulias televisas, el propio Jonathan Littell parece cansado de vivir con su novela. Prueba de esto: la larga entrevista que le hace Babelia, el suplemento literario de El País. Se puede leer a dos niveles: el primero corresponde al mismo autor de siempre diciendo las mismas cosas sobre su novela; en un segundo nivel, vemos un hombre tan hundido en su éxito que no sabe, no puede acompañar a un entrevistador que intenta entender lo que pasó.
Hace años, como periodista, hice una entrevista parecida con el escritor norteamericano William Styron. La idea era pedirle una explicación al éxito descomunal e internacional de su novela Sophie’s Choice (La decisión de Sophie), otra obra sobre los nazis y el sufrimiento total como trabajo normal de los verdugos. Styron, que años después pasó por una tremenda depresión, no podía explicar nada. Pero volvía de manera repetida al hecho de que el mal es mucho más interesante que el bien para un novelista. Ya se sabía desde Dante Alighieri: leemos y utilizamos todavía su visión y su concepto del Infierno como una serie de siete círculos pero muy pocos se interesan por su Paraíso.
Littell se parece a Styron. Es un novelista que tiene instinto de novelista. No ha invertido su talento para contar el ser humano como protagonista positivo. Ha escrito una gran novela que corresponde a una ambición de un tamaño raro en la literatura francesa. Y no sabe explicar por qué. Un año después, no creo que su libro, cuya lectura me parece ineludible, sobrevivirá a largo plazo. Es una gran novela histórica. No es una gran obra de la literatura universal. Tampoco lo era la novela de Styron. Ambos libros no se pueden comparar, por ejemplo, con Vida y destino de Grossman. Para mí, esta última novela, sí que es el “acontecimiento” literario del siglo XX, de sus horrores y va más allá del nazismo para tocar en el fondo la gran pregunta: ¿Quién es el verdugo que trabaja en una industria de la muerte, un hombre que aprovecha de un contexto para expresar el mal que tiene dentro, o el mero producto de un sistema que genera hombres perdidos?