Jean-François Fogel
Hoy, la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano entrega sus premios a periodistas en Monterrey (México). Es un rito anual. Cada año viene Gabriel García Márquez. Cada año se sienta al lado de Lorenzo Zembrano, director general de Cemex, la corporación mexicana de cementos que financia el premio, y ambos reparten los galardones.
Gabo es un periodista, un reportero de por vida. A veces se puede olvidar: tiene tanta trayectoria como escritor; pero basta almorzar con él y otros periodistas para encontrarle metido por completo en el mundo de la prensa. De la prensa y punto. Como el lunes en una mesa donde había unos periodistas de Puerto Rico, Guatemala, Brasil, etc., y hasta un francés (yo). ¿De qué habla Gabo en una mesa como ésta? De periodismo: anécdotas de salas de redacción, de reportajes, de cómo fue contratado en El Espectador de Bogotá y El Universal de Cartagena, del ruido de las máquinas de escribir y del silencio de la computadora, de la mala suerte de unos compañeros y de la torpeza de otros.
Como todos los periodistas cuenta la historia de unos inventos de la prensa que resultaron ser ciertos. El sueño de un periodismo no como relato sino como una anticipación de las noticias. En ningún momento se adivina el novelista en este Gabo periodista sino en un momento dedicado a la técnica de la escritura. Buscando la manera de defender una prosa directa, sencilla, parecida a la expresión normal en una conversación de pronto explica: “cuando uno pierde el terror a escribir, dice lo que le da la gana y vende una cantidad de libros”. Nadie lo contradice; por supuesto, sabe de qué habla.