Jean-François Fogel
En el número de septiembre/octubre de Foreign Affairs (casi nada es accesible en el sitio de la revista) se encuentra el ineludible informe sobre la agenda del próximo presidente de EE. UU. ¿Qué hará? ¿Qué puede hacer? ¿Qué debe hacer? Son las problemáticas de siempre más tres voces desde afuera. Yoichi Funabashi, el editor en jefe del diario japonés Asahi Shinbum pide un diálogo más profundo con Pekín y Tokio, y unas organizaciones transnacionales más potentes. El investigador francés Dominique Moisi llama a la reconstrucción del "sueño americano". Y por fin, el mexicano Jorge Castañeda pide un intento de arreglo del legado espantoso de la política de George Bush en sus relaciones con América Latina.
Con su clásico talento para la síntesis, Castañeda, profesor de la New York University y ex (¿futuro?) candidato a la presidencia de su país, destaca cuatro desafíos para la nueva administración en Washington.
1) Preparar la sucesión o transición en Cuba.
2) Reformar la política de inmigración a EE.UU. tan importante para muchos países de América Latina.
3) Enfrentarse al auge de dos izquierdas distintas en América Latina.
4) Elaborar una alternativa al probable fracaso del acuerdo de libre-comercio entre EE.UU. y Colombia en el congreso de Washington.
Más de la misma historia, sí. Con una diferencia: las dos izquierdas que plantean un panorama difícil para Washington cuya cercanía con una supondría alejarse de la otra. Castañeda apunta con mucha claridad que la izquierda autoritaria, estatista, que intenta implementar una democracia directa desde el poder en Bolivia, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, etc., y la que manda en democracias más representativas en Brasil, Chile, Uruguay y México tiene dos diferencias clave. Son, por parte de la primera izquierda, la voluntad de exportar su modelo revolucionario y de culpar a EE. UU de todas las dificultades del continente cuando la segunda izquierda se mantiene más tímida, concentrando su acción dentro de su propio territorio.
Lo que hay que añadir a esta lúcida visión de Castañeda es el crecimiento preocupante del enfrentamiento entre estas izquierdas. De un país al otro, o dentro de un país. En unos días, las noticias configuran un panorama demoledor:
Lula da Silva, el presidente de Brasil, proclama su rechazo de una posible ruptura institucional en Bolivia (aparentemente tanto por el gobierno como por la oposición).
Católicos (que no son todos de derecha) protestan contra la constitución que quiere implementar el presidente Correa en Ecuador.
Los opositores a Evo Morales en Bolivia (que tampoco son todos de Bolivia) levantarán los bloques de carreteras sin que se solucione la crisis que provocó más de 30 muertos en los últimos días. Evo Morales culpa a sicarios de países vecinos por los muertos.
Encapuchados chocan, en nombre de los desaparecidos, con la policía del régimen presidido por la presidente Bachelet.
No hay que juntar a estas informaciones recientes con la polarización política en Venezuela, las tensiones en Argentina o la voluntad del presidente Chávez de intervenir, si es necesario, en Bolivia son sus soldados (retórica, sí, pero…) para entender que se produce algo nuevo en América Latina: un enfrentamiento ahora abierto entre dos izquierdas. Dos visiones que no saben convivir en muchos países. Y el intento de exportar la revolución por parte de la izquierda promovida y apoyada por Chávez no suaviza el panorama. Tenemos a dos izquierdas que podrían enfrentarse sin necesitar a Washington.