Iván Thays
Estampilla con R.L. Stevenson
El sacerdote y crítico literario chileno Ignacio Valente no le gustan las ?laboriosas? novelas contemporáneas. Ni de Julian Barnes ni de Philippe Claudel. Lo que le gusta es la economía del lenguaje que encuentra en autores como Truman Capote y, en especial, Robert Louis Stevenson. Invitado como columnista en la ?Revista de Letras? de El Mercurio comenta la reedición de los Cuentos Completos (Mondadori) del autor escocés.
Dice la nota:
Como era de prever, la lectura -y aun más la relectura- de los Cuentos completos de Robert Louis Stevenson (1850-1894) nos depara en sus mil páginas un gozo grande, que hallamos pocas veces en la narrativa actual. Leo a Julian Barnes, leo a Philippe Claudel, leo a éste y aquél y? me dejan gusto a poco. ¿Dónde están hoy el poder de síntesis, la fuerza, el lenguaje que fluye, la sensación de vida, la hondura, el dibujo de los caracteres que encontramos tan seguido en nuestro autor?
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Obviamente, estos muchos relatos, la mayoría nouvelles, no tienen una calidad pareja. Digamos que un tercio del libro es de excelencia: ¿se puede pedir más? El resto es un contexto necesario, que por largos trechos no defraudará al lector. Los primeros cuentos o capítulos incluidos en ?El club de los suicidas? y en ?El diamante del rajá?, así como los tres o cuatro que siguen, son interesantes pero un tanto ingenuos o excéntricos, y entre ellos y nosotros se nota el tiempo transcurrido. Así, hasta que llegamos a esa obra maestra que es ?El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde?. He leído varias veces esta novela corta, desde mis años escolares hasta hoy, pero el placer que me ha producido ahora es todavía mayor. Y, cosa notable, la ausencia de aquel suspenso original de la primera lectura, que es un resorte clave de esta intriga, no sólo no disminuye su atractivo sino que casi diría que lo aumenta, porque nos permite apreciar mejor -analíticamente- cómo el autor entra en materia, cómo dosifica la información, sugiere unos hechos y vela otros con suma habilidad, hasta llegar al terrorífico remate que lo esclarece todo.
Dos elementos dan forma a esta obra: una idea brillante, la doble personalidad inducida por la química, y su desarrollo narrativo ejecutado con mano segurísima. El primer elemento -el fantástico- posee dos valores añadidos: su dimensión preternatural no consiste en los trillados fantasmas ni demás parafernalia de ultratumba, sino que es interior a la psique y al soma del protagonista; y además contiene una honda revelación psicológica y fisionómica del mal moral en el corazón del hombre, con centro en Hyde y en el aura maligna que él irradia espantosamente. En ambos sentidos -fantástico y moral-, me parece superior a Poe. La extensa confesión final del Dr. Jekyll corría el riesgo de parecer un deus ex machina , una mera explicación ulterior del misterio precedente; pero a poco andar, cobra substancia propia, se adentra en las honduras abismales del bien y el mal -sobre todo del mal- en la naturaleza humana, llega a ser una parte integrante del relato mismo, incluso la más interesante, y le otorga su coherencia global.
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No había notado yo, antes de esta lectura completa, lo recurrente de la dimensión fantástica en Stevenson (que vuelve a aparecer en ?El ladrón de cadáveres?). Más bien se lo considera, y con razón, una de las cumbres de otro género, el relato de aventuras. De las narraciones de ese tipo recomiendo aquí ?La playa de Falesá?, una nouvelle de los mares del sur, que no va muy a la zaga de ?La isla del tesoro? (y es harto decir). De ella daré tan sólo, para no alargarme más, el siguiente testimonio personal: es uno de los textos más hermosos y amenos que he leído dentro del doble género del relato de aventuras y la novela de amor, protagonizado en una isla del Pacífico por tres personajes de perfil consumado como caracteres: el comerciante inglés decente, la indígena polinesia y el comerciante inglés desalmado.