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Servicio de protección al consumidor

Por 30 de mayo de 2010 Sin comentarios

Iván Thays

consumidor.gov.ar
Muy molesto se muestra Gonzalo Garcés con la crítica literaria española que es ?aburrida?, si bien no tan mala como la francesa resalta, pero bastante mala de todos modos (aunque salva algunos nombres, entre ellos el de dos realmente salvables como el de Gustavo Faverón y el de Christopher Domínguez Michael). Lo que más le molesta es aquello que califica, no sin humor (y veracidad) como el deber de ?servicio de protección al consumidor? y lo anuncia así:

(?) los críticos españoles establecidos ?cuando no están adulando abyectamente a un autor publicado por el mis mo grupo editorial del diario que les paga el sueldo?, están intere­sados en una sola cosa: el control de calidad.  A tono con esa suerte de servicio de protección al consumidor, usan esos modismos que suelen dar un aire tan cómicamente almidonado a los suplementos españoles: ?Echase en falta una mayor agilidad?? ?No se puede en modo alguno aprobar?? A propósito de esfuerzos ridículos por esconder la propia subjetividad, me acuerdo de un compañero de colegio que una vez, jugando a las escondidas, cuando lo descubrieron gritó: ¡No, yo no estoy acá! Si eso fue motivo de risa durante toda la primaria, no veo por qué merece menos quien intenta ganar autoridad desapareciendo detrás de la figura pétrea del Custodio de la Cultura. 

Lo más interesante del artículo es la comparación que hace de dos reseñas, una en El Mundo y otra en NYT sobre Acción de gracias de Richard Ford. Dice:

Tengo a mano dos reseñas de la novela Acción de gracias de Richard Ford. La primera apare ció en el diario español ?El Mundo? y la firma José Antonio Gurpegui; la otra la escribió A.O. Scott para el ?New York Times?. La reseña de Gurpegui es representativa. Desde la primera frase descarta la crítica en favor del cholulaje: ?Richard Ford fue uno de los invitados estrella durante la última edición de la feria de Francfort.? Siguen tres párrafos de sinopsis; en el cuarto, se afirma que cierta frase del protagonista de Acción de Gracias ?podía haberla pronunciado el inefable Conejo Armstrong de Updike, o el singular Nat Zucker man de Philip Roth?. Que Ford se parece a Roth y Updike es una de esas ideas que corren por las redacciones y se repiten a falta de opiniones propias. Gurpegui no intenta someterla a examen. Sobre el final, advierte que hay en la novela personajes ?que plantean complejos interrogantes?: se refiere al tibetano Mike Mahoney. Dicho lo cual, cambia de tema. Por lo visto, los interrogantes son tan complejos que mejor ni tocarlos. Son 706 palabras. No hay una que no pudiera estar en la solapa del libro. La reseña de Scott toca casi los mismos puntos que Gurpegui. Pero ahí donde el español reproduce acríticamente, Scott indaga. En realidad, basta el primer párrafo para establecer ?y, de nuevo, no hay crítica sin esto? que estamos ante un problema. Scott cita del libro: ?Ojalá pudiera decir que tengo una fórmula para convertir la cualidad de lo grande en pequeño.? Esta frase resume una voluntad muy presente en la novela: presentar lo cotidiano como lo que vale la pena narrar de la experiencia humana. Frank Bascombe, el protagonista, insiste en presentarse como un tipo nor mal. Scott toma nota, pero duda. En la práctica ?dice?, el autor amplía hasta lo monumental lo que normalmente sería pequeño. Cada sándwich que se come, cada subida a la autopista, está tratada como un hecho épico. Pese a las protestas de normalidad, el mundo de Frank tiende al gigantismo. Scott nota que esto puede ser halagador para los lectores, que se encuentran, al mismo tiempo, con un personaje excepcional y con permiso para considerarlo como su igual:  ?Aquellos de nosotros que so mos menos modestos que Frank nos complacemos en proclamar lo un Hombre Representativo, un Héroe Cotidiano, un reluciente ejemplar del Gran Cualunque Americano.? En menos de una página tenemos una discusión en marcha acerca de la identidad colectiva, los arquetipos nacionales, la noción consensual de ?normalidad? y los juegos más o menos dies tros que un escritor puede intentar a partir de esto. Sería absurdo sostener que esto agota lo que una reseña puede hacer; decir que no resulta más estimulante que el ejercicio publicado por el español sería mala fe. Por otra parte, la reseña de Scott pone de manifiesto, por contraste, las inhibiciones que paralizan al sistema crítico argentino: la repugnancia a preguntarse por la recepción, por las teclas que el libro tocará en el lector común, y la renuencia a tomarse a sí mismo como campo de pruebas válido para inferir esa recepción. Ni siquiera aceptamos el concepto de ?público?; nos resulta demagógico, sospechoso de mercantilismo. Pero el público, sin preocuparse de lo que pensemos, existe; y en cambio el libro no existe plenamente hasta que entra en contacto con él. Considerado esto, que el crítico tome sus propias reacciones como aceptablemente representativas y las incluya como prueba de cargo, sin esconder su necesaria subje tividad, sin el ?nosotros? clerical ni la impostación positivista, no es un acto de soberbia sino de humildad, apropiada y provecho sa humildad. Cuando el crítico se resigna a decir ?yo?, se puede empezar a construir algo. 

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Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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