Iván Thays
Jonathan Franzen
En el diario ?El Mundo? han hecho un resumen de la polémica, que comenté ayer enMoleskine Literario, sobre la cobertura extraordinaria a la novela Freedom de Jonathan Franzen.
Dice la nota de Laura Fernández:
Todo el mundo habla de Jonathan Frazen y de su nueva novela, ?Freedom?. ?Time?, ?The New York Times?, ?The Economist?? Y también, un puñado de mujeres escritoras (con Jodi Picault y Jennifer Weiner a la cabeza) que se llevan las manos a la cabeza con semejante atención.¿Es que hay que ser hombre, blanco y amable para salir en todas las portadas? ¿Qué pasa? ¿Que no hay mujeres novelistas que se merezcan elogios superlativos?
(?)
Hipótesis número uno: sus historias no son lo suficientemente grandes. Es decir, no pretenden dibujar un círculo en el que quepa toda América, o, como mínimo, la parte de América en la que les ha tocado vivir. Eso es lo que hace, por ejemplo, Jonathan Franzen, el nuevo ?gran novelista americano oficial?. Recordemos: ?Las correcciones?, la última novela de Jonathan Franzen publicada en España, toma a una familia (padre enfermo terminal, madre adicta a los antidepresivos, tres hermanos, uno atrapado en un matrimonio infernal, otro demasiado ?fan? del sexo con jovencitas, la tercera, una cocinera que no sabe lo que quiere) y la acompaña durante sus últimas Navidades juntos, mientrastoma el pulso a todo lo que inquieta a la sociedad norteamericanade finales del siglo XX.
Pero, ¿acaso no hace algo así Joyce Carol Oates en casi todas sus novelas? ¿No lo hace en ?Puro fuego? con la Norteamérica de los 70? Su ambición en ese caso en concreto no llega a los límites a los que Franzen lleva a los Lambert. Pero sí se acerca mucho, por ejemplo, en ?¿Qué fue de los Mulvaney??, la historia de una familia destrozada por una violación. He aquí la diferencia, no es tanto el tema (la violencia contra las mujeres) como el hecho de que en la novela de Oates pasa algo, es decir, la trama no se limita a la contemplación, al fresco, sino que utiliza la situación de sus personajes (su entorno, la época en la que les ha tocado vivir, su país) para amplificar un sentimiento (¿la vulnerabilidad?). Y aquí pierde su oportunidad de convertirse en la Gran Novela Americana.
Hipótesis número dos: uno puede quererlo todo sólo cuando tiene algo. Es decir: relegada históricamente a un segundo plano, la mujer ha imitado su rol social en lo literario y así, ha dejado paso a los tipos rudos (vaqueros con alma de sheriff) y se ha limitado a ocuparse de lo que le quedaba más cerca o de lo que realmente le interesaba, no tanto la conquista de territorios como el cobijo al alma torturada. Como colectivo oprimido, el femenino se ha centrado en exorcizar demonios propios y ajenos. Y aquí los ejemplos se cuentan por centenares, empezando por Toni Morrison que, pese a haber conseguido el Nobel de Literatura (sus historias hablan de mujeres doblemente oprimidas, por su condición de mujer y por su color), nunca ha figurado entre los candidatos a responsable de la ?Gran Novela Americana?. Pero esa es otra historia:¿Acaso algún autor negro ha merecido ese honor?
Hipótesis número tres: Es demasiado pronto. Como apuntaba la hipótesis anterior, hasta bien entrado el siglo XX, la mujer no consiguió (ni en América ni en el resto del mundo) ocupar posiciones de poder en la sociedad y no formaba parte del gran tablero en el que los hombres llevan intercambiando fichas desde tiempos inmemoriales. Una vez alcanzado el poder, quizá quieran más y se planteen utilizar la literatura como algo más que una herramienta de desahogo existencial. Cuando sus problemas sean los mismos que los del hombre (y en la sociedad contemporánea lo son cada vez más), su literatura se parecerá un poco más.
El caso de A.M. Homes es paradigmático. Homes ha escrito sobre chicos que descubren que su padre es gay (?Jack?), chicas adoptadas (como ella, en ?La hija de la amante?) y pedófilos que leen a Nabokov (?El fin de Alice?). Pero también ha intentado (y ha puesto la trama en función de su intención) retratar la Norteamérica adicta al ejercicio y las barritas de cereales (en ?Este libro te salvará la vida?) y no lo ha hecho nada mal. Bien, no tiene la ambición de David Foster Wallace, pero algo así, de momento, parece impensable para una chica. El día en que un artefacto literario del tamaño y la profundidad y la locura de ?La broma infinita? lo firme una mujer, el mundo será, definitivamente, casi perfecto.