Iván Thays
Leonardo Cohen
El famoso cantante crooner canadiense, Leonard Cohen, fue poeta antes que músico. Y también narrador. En los años 60 publicó dos novelas: El juego favorito (1963) y Hermosos perdedores (1966). Y luego se dedicó a la música y a la poesía.
Hermosos perdedores acaba de ser recuperado por Edhasa y en ADN Cultura, del diario La Nación, recuerdan esta novela y se preguntan por qué Cohen no siguió escribiendo ficciones:
(?) ¿por qué no escribió, realmente, más novelas? Es posible que haya encontrado su síntesis en la poesía, y también que su mejor forma surja cuando las palabras cabalgan sobre acordes (sin embargo: ?No te vistas con esos harapos por mí./ Sé que no eres pobre./ Y no me ames con tanta fuerza ahora/ cuando sabes que no estás segura./ Es tu turno para amar, mi bienamada,/ Es tu carne que yo llevo como vestido?). Es posible pensar, tal vez, sus dos ficciones como el epicentro del propio período iniciático. En verdad, aunque se las suele considerar antitéticas, es indudable que se complementan, y no habría que pasar por alto el orden en que fueron escritas y luego publicadas. El juego favorito es una novela de aprendizaje, un relato sobre la adolescencia de alguien que está convirtiéndose en escritor, y que luego de ese recorrido difuso, o mejor, inconcluso, termina por dejar en el lector un sabor bastante amargo, en particular por la soledad en la que se hunde el protagonista. Hermosos perdedores , en cambio, a pesar del calvario que transitan sus dos mujeres -Edith y la joven india- y de la tristeza que desborda la historia, es un texto luminoso, como si se tratara del fin, justamente, de un aprendizaje, el lugar al que el modesto héroe llega no indemne, pero sí más fuerte, más sabio, y sobre todo en paz consigo mismo.
A diferencia de lo que sucede en su anterior novela, en este caso Cohen elige narrar desde una primera persona, y eso tampoco parece fruto del azar. El narrador protagonista de Hermosos perdedores es mucho más simpático, más querible, que aquel otro de apellido Breavman, en buena medida un cínico precoz (aunque lo más justo sería identificarse con su compinche Krantz, o en última instancia discutir con ambos y a través de ellos vislumbrar el sitio en el que Cohen deseaba establecerse). Aquí es, de todos modos, otra cosa: mirándose en el espejo de su amigo F., a pesar de él y gracias a él, el narrador está todo a mitad de camino permanentemente, un paso adelante y otro atrás, algo que, además de perturbar encantadoramente al lector, produce una empatía irresistible.
Quiérase o no, Hermosos perdedores significó el epílogo de la corta pero significativa carrera de Leonard Cohen como escritor de ficciones. Si observamos con cuidado el relato de su propia vida, tendremos que admitir que jamás la abandonó completamente, sino que descubrió el mejor modo de contar sus historias, allí donde se sentía a sus anchas. El relato de su vida también contiene un capítulo, primordial, dedicado a la espiritualidad, cuando hace más de quince años su inclinación por el budismo zen lo llevó a ordenarse en un monasterio. El nombre que allí recibió fue, paradójicamente, el ?silencioso?. Como es obvio, alguien que está en silencio es alguien que busca. ¿Habrá encontrado Leonard Cohen aquello que buscaba en Grecia casi medio siglo atrás? En última instancia, ¿lo encontrará antes de que sea demasiado tarde?