Iván Thays
RESEÑA SIN PLUMAS
Por: Oscar Pita Grandi
LA HISTORIA DE NUESTRAS PERDIDAS
El sentido de la vida y del amor es todo lo que le queda. El recuerdo de una vida que ha dejado atrás de un día para otro. Dos hijas casi adultas que nunca más volverá a ver. Una casa en la ciudad. La idea de que es una mujer de cuarenta años incapacitada para las tareas manuales necesarias para sobrevivir en un bosque de este lado del mundo, o mejor dicho, detrás del muro. Quizás la última persona del planeta.
Hugo Rüttlinger y Luise, dueños de un cazadero, la habían invitado a pasar unos días en su chalet del bosque aprovechando le temporada de caza. El día acordado, parten los tres en el Mercedes Benz. Dejan atrás la ciudad. Después de tres horas de viaje por fin se instalan. Hugo estaba pensando en tomar una siesta para reponerse, cuando Luise le pide que la acompañe caminando al pueblo por alguna tontería. Así la dejan sola en el chalet, que en realidad es una cabaña de madera, con un sabueso bávaro llamado Lince. El cansancio del viaje la vence. Piensa en sus dos hijas, en su esposo muerto hace un par de años, se echa a dormir. Despierta casi de noche, Hugo y Luise todavía no han vuelto. A la mañana siguiente sale a buscarlos con Lince por delante. Poco antes de alcanzar la desembocadura del desfiladero camino de la carretera, Lince vuelve a ella llorando, trae el hocico ensangrentado. Ella continua el camino, y a los pocos pasos choca la frente con un obstáculo invisible: el muro.
Narrado en primera persona por una voz femenina, testimonial y anónima, ?El Muro? es la historia de aquella mujer que al despertar descubre que se encuentra absolutamente aislada o sola, literalmente, en el mundo. Del otro lado de aquella sólida pared invisible, la vida parece haberse terminado para los humanos y animales. ¿Hasta dónde se extiende el muro? ¿Recorre también el subsuelo, se eleva hasta el infinito? ¿Se trata de un arma de destrucción o de un fenómeno inexplicable? ¿Cuándo vendrán los vencedores a reclamarlo todo? ¿Es el Muro una manifestación del Fin del Mundo? Me hubiera sido más fácil aceptar un estado de locura que aquella terrible barrera invisible (pag. 17). Las respuestas vendrán o no vendrán. Vale lo mismo. Para pensar en la humanidad primero hay que mantenerse con vida. Eso decide: vivir para esperar las respuestas. Pero no hay teléfonos ni supermercados ni farmacias ni hospitales. Y las provisiones de azúcar, cerillas y chocolate alguna vez se acabarán. Las tarjetas de crédito y el dinero son inútiles. Vendrá el invierno y la nieve cerrará las puertas. Aquellas simplezas domésticas y cotidianas se vuelven terroríficas, invencibles. El conocimiento de la ciudad no importa tanto como el instinto y la fortaleza interior. Su drama personal, ínfimo y anónimo, cobra una inmensidad apabullante al instalarlo dentro de aquel ?gran drama? que significaba el muro: Durante esos diez días me había aturdido con trabajo, pero el muro seguía en el mismo sitio y nadie había venido en mi ayuda (pag. 40). Sabe que lo más probable es que no solo se pierda en su propia vida sino en el tiempo. Toma notas, lleva un calendario. Aprende tareas del bosque y decide escribir lo que leemos: Será el último relato que escriba en mi vida porque en cuanto lo termine no habrá en toda la casa ni un trocito de papel sobre el que poder escribir (pag. 208). ¿Acaso el leerse era una manera de estar con alguien, con una persona distinta de quien había sido antes del viaje con Hugo y Luise? La soledad la conduce con naturalidad a hacer de los animales su familia y de la monotonía de sus días una poética del abandono. Después del desayuno reuní en el dormitorio todas mis provisiones e hice una lista de ellas. Aquí la tengo, al alcance de la mano, pero no voy a copiarla, a lo largo de mi relato aparecerá cada objeto que entonces yo poseía (pag. 43). La certeza de lo perecible nunca fue tan sólida en ella. Y justamente cuando la única certeza que tenía era la muerte del otro lado del muro y la probable muerte de ella misma por frío, hambre o enfermedad, se aferra a la vida de los detalles. La vida se ha convertido para ella en algo breve y precioso, imposible ya de ver como una totalidad. El muro que la ha aislado del mundo la ha acercado a sí misma. Somos educados para convivir con el resto de una u otra manera pero no estamos preparados para convivir con nosotros mismos, parece querer decirnos la austriaca Marlene Haushofer; nacida en 1920, recibió el Premio Nacional de Literatura austriaco en 1968 pero no recibió el reconocimiento que merecía hasta después de su muerte en 1970.
Con un lenguaje sugerente, reflexivo y matizado por un lirismo que torna vívido el relato (Pag. 123: Aquel 6 de noviembre, un día fresco y soleado, todavía me podía permitir una excursión a territorio desconocido. La nieve se había derretido y las hojas marrones y rojas cubrían lisas y brillantes de humedad los senderos.), ?El Muro? es una conmovedora novela que nos enfrenta, de manera inteligente, sutil y natural, a los problemas de incomunicación, identidad, automatización, soledad y desamor vigentes en la sociedad moderna. Lejos de parecer efectista y aludir a teorías ya probadas por la ciencia o imposibles de comprobar, la novela está escrita desde lo humano, desde la experiencia de vida e incluso desde el misterio que significa cada persona para sí misma pero, sobre todo, desde el descubrimiento de aquel misterio. La historia de esta mujer a la que ya no le importa su nombre, es también nuestra historia, o la historia que hemos de vivir alguna vez, o la que ya no queremos continuar viviendo; la historia privada de nuestras pérdidas, de nuestras incapacidades, de nuestros intentos, nuestros pequeños fines del mundo. Marlene Haushofer, al parecer, no ha querido obsequiarnos ?el gran mensaje de la salvación? ni la fórmula perfecta para los suicidas tanto como ponernos a vivir con esa persona básica y elemental que ya nunca seremos o nunca lo fuimos, y justamente en un mundo también básico y elemental que ya nunca volverá a serlo jamás.
El Muro
Marlen Haushofer
Siruela, Barcelona. 1995