
Ficha técnica
Título: Después del invierno | Autora: Guadalupe Nettel | Editorial: Anagrama | Colección Narrativas hispánicas | Páginas: 272 | ISBN: 978-84-339-9784-5 | Precio: 17,90 euros | Ebook: 13,99 euros
Después del invierno
Guadalupe Nettel
Claudio es cubano, vive en Nueva York y trabaja en una editorial. Cecilia es mexicana, vive en París y es estudiante. En el pasado de él hay recuerdos de La Habana y el dolor por la pérdida de su primera novia, y en su presente, la complicada relación con Ruth. En el pasado de ella hay una adolescencia difícil, y en su presente, la relación con Tom, un chico de salud delicada con quien comparte su afición por los cementerios.
Será durante un viaje de Claudio a París cuando sus destinos se entrecrucen. Mientras Claudio y Cecilia describen con minuciosidad su día a día en París y Nueva York, ambos dejan traslucir sus neurosis, sus pasiones, sus fobias y las reminiscencias del pasado que dictan sus miedos, dando cuenta de cómo se conocieron y de las circunstancias que los llevaron a gustarse, a quererse y a detestarse de manera intermitente.
Después del invierno muestra con un estilo incisivo, a veces humorístico y a veces conmovedor, los mecanismos de las relaciones amorosas, así como sus diversos ingredientes. Con una banda sonora de fondo en la que suenan Nick Drake, Kind of Blue de Miles Davis, Keith Jarrett o Las horas de Philip Glass, la historia de amor entre Claudio y Cecilia forma parte de un relato mayor que abarca un periodo importante de sus existencias. Cada uno sigue su periplo trazando un mapa hecho de encuentros y ausencias, de búsquedas e incertidumbres, de anhelos y pesares; cada uno, obligado por sus circunstancias, desciende al abismo de sus derrotas anímicas en busca de las claves para relacionarse tanto con los otros como consigo mismo, y para construir, si es posible, su propio oasis de felicidad.
Guadalupe Nettel ha escrito una novela rotunda, de una ambición e intensidad poco usuales, que ahonda con maestría en su reconocible universo, el de los seres que habitan los márgenes, el extrañamiento, la anomalía. Con ella se consagra definitivamente como una de las voces imprescindibles de la actual narrativa latinoamericana.
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CLAUDIO
Mi departamento está sobre la calle Ochenta y siete en el Upper West Side de la ciudad de Nueva York. Se trata de un pasillo de piedra muy semejante a un calabozo. No tengo plantas. Todo lo vivo me provoca un horror inexplicable, igual al que algunos sienten frente a un nido de arañas. Lo vivo me amenaza, hay que cuidarlo o se muere.
En pocas palabras, roba atención y tiempo y yo no estoy para regalarle eso a nadie. Aunque algunas veces logre disfrutarla, esta ciudad, cuando uno lo permite, puede llegar a ser enloquecedora. Para defenderme del caos, he establecido en mi vida cotidiana una serie muy estricta de hábitos y restricciones. Entre ellos, la absoluta privacidad de mi guarida. Desde que me mudé, ningunos pies excepto los míos han cruzado la puerta del departamento. La sola idea de que alguien más camine por este suelo puede desquiciarme. No siempre me siento orgulloso de mi manera de ser. Hay días en que anhelo una familia, una mujer silenciosa y discreta, un niño mudo, de preferencia. La semana en que me instalé, hablé con los vecinos del edificio – la mayoría inmigrantes- para dejar claras las reglas. Les pedí, de una manera correcta, con un dejo de amenaza, que se abstuvieran de hacer el menor ruido después de las nueve de la noche, hora a la que suelo volver del trabajo. Hasta este momento, mi orden ha sido acatada. En los dos años que llevo aquí, nunca se ha hecho una fiesta en el edificio. Pero esa exigencia mía también me obliga a asumir ciertas responsabilidades. Me he impuesto, por ejemplo, la costumbre de escuchar música únicamente con audífonos o susurrar en el auricular si llamo por teléfono, cuyo timbre mantengo inaudible igual que el contestador. Una vez al día, reviso a un volumen casi imperceptible los mensajes, por lo demás bastante escasos. La mayoría de las veces los recados son de Ruth, aun si le he pedido, en varias ocasiones, que no me llame jamás y espere a que sea yo quien lo haga.
Compré este departamento por una buena razón: su precio. Durante la primera visita, cuando la vendedora de la agencia inmobiliaria pronunció la cantidad, sentí un hormigueo en el estómago: por fin me sería posible hacerme de algo en Manhattan. Mi sentido del ridículo – siempre vigilante- me impidió frotarme las manos, y la alegría se concentró finalmente en la zona intestinal. Nada me gusta tanto como adquirir cosas nuevas a un precio bajo. Sólo una vez terminada la transacción, constaté un poco decepcionado que no tenía vista a la calle. Las dos únicas ventanas debían de medir como mucho treinta centímetros cuadrados y ambas daban a un muro.