
Ficha técnica
Título: Si te vieras con mis ojos | Autor: Carlos Franz | Editorial: Alfaguara | Colección: Hispánica | Formato: Tapa blanda con solapa | Páginas: 376 | Medidas: 151 X 239 mm | ISBN: 9788420413655 | Precio: 18,90 euros | Ebook: 9,99 euros
Si te vieras con mis ojos
Carlos Franz
¿Es posible aceptar que, en materia de sentimientos, no existe una verdad absoluta?
El joven Charles Darwin y el pintor viajero Johann Moritz Rugendas se encuentran a mediados del siglo XIX en Chile. Distintos en todo pero enamorados de la misma mujer casada, el metódico naturalista y el impulsivo artista se enfrentan y luchan. Su combate los llevará a través de una naturaleza agreste hasta las alturas de los Andes y los precipitará a un abismo.
Muchos años después ese amor apasionado, la lucha que provocó y la singular amistad que surgió de ella serán relatados por la mujer brillante, ilustrada e indomable que marcó para siempre las vidas de esos hombres.
La nueva y ambiciosa novela de Carlos Franz entrelaza historia y ficción, razón y emoción, en una deslumbrante trama de pasión y aventuras protagonizada por personajes inolvidables.
«Una novela que integra personajes diversos que representan dos concepciones del mundo, dos épocas y dos continentes: la ciencia y el arte, la Ilustración y el Romanticismo y Europa y América Latina. Un personaje femenino de gran complejidad, significación y capacidad de articular estas dicotomías.» Del acta del Jurado del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa
La opinión de la crítica…
«Carlos Franz tiene una voz poderosa, creativa, seductora y comprometida con la palabra.» Carlos Fuentes
«Un punto alto en la trayectoria narrativa de Franz.» El Mercurio
«Si te vieras con mis ojos es una novela muy bien lograda en la que si bien parece ser una mujer la que se lleva la atención inicialmente, los varones no se quedan atrás. Todo bajo una polémica y apasionada forma de sentir el amor.» El Comercio
«En esta, su novela más ambiciosa, Franz demuestra que la imaginación, la investigación, la técnica y la precisión en el lenguaje pueden entremezclarse en dosis correctas para componer no tan solo un cuadro convincente y vivo del pasado, sino también una historia sentimental acrecentada con coloridos episodios de aventurismo decimonónico.» La tercera
I. 1834
La radiante mañana de junio en que conociste a Carmen brilló tras una semana de tormentas sobre el Pacífico. Tu barco había estado a punto de hundirse frente a las costas de Chile. Varias veces te preparaste para morir. Pero ahora, por fin, con las velas desgarradas, andrajoso, el velero entraba lentamente en la bahía luminosa de Valparaíso. Lo hacía con el ansia y la suavidad de un hombre enamorado entrando en la mujer amada.
Cada vez que llegabas a un puerto volvías a sentir eso, Moro. ¡Aun habiendo conocido tantos! Al penetrar en la nueva tierra que te acogía, te enamorabas de ella. Pero algo en ese amanecer despejado, luego de tantos temporales, te decía que, quizás, este amor no iba a ser como los anteriores.
La bóveda del invierno austral relucía azul, límpida y fría como una ventana recién lavada. El aire estaba tan cargado de éter que dolía respirarlo. La dura belleza del país era sobrecogedora. Tú lo dibujabas afanosamente desde la cubierta del velero. Te bebías el paisaje con los ojos.
Unas horas antes, aún lejos de la costa y tras abrirse las nubes de la tormenta, habías avistado la distante muralla de los Andes, totalmente nevada. El sol naciente subrayaba con un hilo de cobre la sierra de sus cumbres. Sobre todas ellas descollaba la ancha espalda del Aconcagua. Su cabeza piramidal, torcida sobre un hombro, parecía mirarte y retarte desde su inconcebible altura. Como si te preguntara: ¿qué se te ha perdido acá, en este fin del mundo, pintor viajero?
Pintor viajero. Pintor navegante. Pintor jinete. Hijo de Lorenz, el pintor de caballos, biznieto de Georg Philipp, el gran pintor de batallas que anduvo por media Europa siguiendo ejércitos. Tus antepasados eran cátaros ocultos -contabas, alardeabas- que en el siglo XVII emigraron desde Cataluña para establecerse en Augsburgo, al servicio de los Fugger. Pero ahora tú, Johann Moritz Rugendas, eras el último pintor viajero de tu estirpe. Y, sí, llegabas hasta el fin del mundo buscando algo que habías perdido antes de tenerlo.