
Ficha técnica
Título: Lo que el cuerpo no sabe | Autor: David Grossman | Traducción: Ana María Bejarano Escanilla | Editorial: LUMEN | Formato: tapa dura con sobrecubierta | Páginas: 192 | Medidas: 145 X 210 mm | ISBN: 9788426402905 | Fecha: may/2016 | Precio: 17.90 euros | Ebook: 8,99 euros |
Lo que el cuerpo sabe
David Grossman
Rotem está echada en una cama. A su lado, su hija Nili se empeña en leerle la novela que ha escrito describiendo la relación entre ellas. En esos folios Nili vuelca el odio hacia su madre, que no es más, ni menos, que un cúmulo de celos por lo que la madre ha representado, por su forma de ser mujer, por su manera de soportar lo que viniera gracias a una estabilidad interior que ganó gobernando su cuerpo con el ejercicio físico y la meditación.
Hacía dos años que no se veían: Nili se fue a Londres, negando sus emociones y la realidad de su propio cuerpo; pero ahora ha vuelto, y entre ambas mujeres se instala una ternura donde aún habitan el miedo y el rencor. Será el cuerpo -el rozar de las manos primero, la mirada después, la piel cansada- el lugar donde empieza la reconciliación: Lo que el cuerpo sabe abre las ventanas a lo que no queremos saber.
Lo que le cuerpo sabe, lo mismo que Delirio, es una de esas novelas que encienden una cerilla en esas grietas profundas del ser humano: es entonces cuando, para bien y para mal, vemos. Que nos guste o no lo que vemos, ya corre de nuestra cuenta.
[Fragmento del libro]
Me interrumpe a la tercera frase: ayer vi algo en la tele que me hizo pensar en ti.
Dejo las hojas, no pudiéndome creer que ella me corte de esa manera.
Me desperté y eran las tres, dice, ¿y qué podía hacer? Su cara hinchada se mueve con dificultad sobre la almohada y se vuelve hacia mí. Era algo sobre unos chalados americanos. Se dedican a salvar a los pájaros que chocan contra los rascacielos.
Espera. No veo qué tiene eso que ver conmigo.
Pensé, dice, que podrías haber estado con ellos.
¿Yo?
Las manos se les crispan convertidas en unos puños que golpean la manta. Unos golpecitos casi imperceptibles, nerviosos, un poco como los temblores que la acometen después de una dosis de Haldol, solo que no lo está tomando. Intento ignorar esos movimientos recordándome que no tienen nada que ver conmigo y que no son una crítica contra mi historia, sino unos simples movimientos involuntarios que dentro de unos segundos me sacarán de mis casillas.
Todos los días, a las cuatro de la mañana, dice ella, se apostan a los pies de los rascacielos. Y explica: porque los pájaros migran de noche.
Ahora veo que sí tiene que ver conmigo, le digo colocando bien las hojas de una manera ostensible. Nunca entenderé la forma que tiene de captar la información y, muchísimo menos, cómo la procesa y la escupe después. Llevo dos meses preparándome para esta velada, y ella va y me interrumpe de esta manera.
Recogen en bolsas los restos, continúa ella, y si todavía se puede los curan, he visto cómo le daban cortisona a un pájaro… Me hace gracia su solidaridad con los pájaros. Después los sueltan a volar, los vuelven a dejar en libertad… Ahora sorprendida: parecían personas normales, cada uno con su oficio y todo, uno era abogado, he visto que otra era bibliotecaria, aunque también, ¿cómo te lo diría?, eran de esas personas con principios.
¿De esos que siempre creen llevar la razón?, le pregunto con recochineo.
Ah…, pues sí, reconoce ofendida. Ni ella misma parece saber la razón por la que me ha relacionado con ellos.